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La transmisión, y el éxito rutilante, de la serie que Caracol Televisión ha realizado sobre Pablo Escobar como “El patrón del mal”, han revivido antiguas y permanentes polémicas.

La principal y más elemental, manifiesta en miles de mensajes por internet, refiere el sentido que puede tener traer esta historia a un presente en el que el país está buscando justamente dejar atrás ese pasado. La barbarie de esos años en los que la violencia desbordada fue tan catastrófica como la crisis de un Estado y de sus representantes que se deslumbraron con el billete, es definitivamente un mal recuerdo. Que avasalla el corazón de quienes pusieron las víctimas en esos días luctuosos, y hoy ven revivir al capo mayor trajeado en el glamour de la TV, maquillado como un galán que posa airoso en eucoles y avisos de prensa.

Otros les responden que ese es el lenguaje del medio y qué le vamos a hacer. Y que como  parte de un pasado terrible pero cierto de la nación colombiana, Escobar y los sucesos que determinó tienen un lugar en la historia y con él, un derecho a ser ventilados y mostrados, incluso con el paradigma inútil de que así no volverán a repetirse. Contestan, entonces, quienes validan que se cuente la historia, pero lamentan que al cabo de los capítulos persistirá el malo y contagioso ejemplo y cualquier moraleja redentora quedará sepultada también en Monte Sacro.

La variedad de la discusión toca igualmente a los medios de comunicación. Surgen quienes expresan el predominio de las sintonizadas historias del narco, en las que actores y actrices excelentes tuercen la condición espuria del villano, tornándola en un embeleco de farándula. Ese criterio se extiende a la forma cómo los medios calientes privilegian en titulares y desarrollos las historias sórdidas, siempre vecinas del crimen y manchadas de sangre, habiendo, dicen, tantas cosas buenas que destacar en Colombia.

Aquí llegamos al tema del bien invisible. A pesar de que la ecuación entre la maldad y la bondad se ha invertido, entre otras cosas gracias a la forma cómo se han desleído los valores y cómo el mimetismo se ha constituido en una condición de vida, el país se ha negado a comprometerse con la apuesta social de visibilizar el bien.

El bien. Esa condición primordial de millones de personas cuyas vidas son heroicas, por la cuestión fundamental de vivirlas en medio de tanta adversidad y tan incesante vulnerabilidad. El bien que realizan gente común y corriente, policías, voluntarios, soldados, médicos, comunicadores sociales… El bien que se premia y el anónimo, el bien individual y el gregario, el bien a plena luz del día y el que se practica atendiendo gente en alcantarillas, en barriadas, en antros. El bien interminable.

Pues bien, ese bien ha sido condenado al ostracismo, a perder su lucha estoica con el mal. Y solo puede comenzar a arredrar al enemigo a partir de una apuesta colectiva. Es reiterativa la idea de quienes, hastiados de la información o la dramatización cruentas, invocan la realización posible de un espacio dedicado a las buenas noticias. Por ejemplo, un noticiero de buenas noticias. Una emisión semanal cargada únicamente de buenas noticias, de héroes anónimos, de gente valiosa en su quehacer de quijotes. Una vez a la semana, como hay una en Navidad dedicada a las metidas de pata, ¿y qué?

Apostar a que los dos canales privados emitan simultáneamente ese noticiero semanal del bien y de lo bueno, ahora que tienen ambos en la dirección dos personas de perfiles especiales para ese propósito.

Y multiplicar en medios de comunicación privados y públicos las historias de la gente buena de Colombia. Dramatizar las vidas de las mujeres del año de Cafam, de las triunfadoras sencillas. Convertir en crónica permanente la visibilidad del bien, para trascenderla como fuerza de balance que realmente cambie el imaginario de fatalismo y trampa que nubla al país. Y para que no se ahoguen en el sambenito de la falta de pauta porque eso es muy jarto, comprometer presupuestos publicitarios en ese empeño.

Visibilizar el bien es una decisión. Gremial, gubernamental, capital. Solo implementando esa apuesta, aquí y ahora, podremos vencer el patrón del mal.

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PERFIL
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Carlos Gustavo Álvarez G. nació en Bogotá en 1957. Es periodista, escritor, libretista de TV, asesor de comunicaciones y compositor. Se ha desempeñado como Director de Elenco, Editor Cultural y Editor Dominical de El Tiempo, Editor de revista Credencial y Subdirector de Cromos. Entre otros, escribió los libretos de la comedia "Don Camilo" y de la telenovela "Calamar", y con Bernardo Romero Pereiro (q.e.p.d.) creó al personaje "Guri Guri". Entre sus libros están: Bogotá de memoria, Paisas en Bogotá, La Vuelta a Bogotá en un poco más de 500 años, Angelita, Historia de una voluntad y En boca cerrada. Ha compuesto dos CD de canciones: "Son de Colombia" (2009) y "Tu amor" (2010) y "Palabras de amor", que circuló con "En boca cerrada". Ha sido columnista de Elenco, Lecturas Dominicales, El Tiempo, El Colombiano y en 2011 cumplirá siete años como columnista de Portafolio. Su página web es: www.carlosgustavoalvarez.net

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