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Con su habitual sentido de la educada prudencia y su claridad conceptual, el General Oscar Naranjo, Director de la Policía, ha planteado a los colombianos una forma de interpretar el fenómeno de la seguridad o de la inseguridad, que no son lo mismo aunque lo uno se tome por lo otro. Revaluando su fugaz paso universitario por la Sociología y su aún mucho más meteórico tránsito por la Comunicación Social, temas que, sin embargo, maneja con un sentido más común pero no menos académico, este hombre clave en la vida nacional ha remitido el asunto a un problema de percepción. Los colombianos apreciamos que el país está sumido en la inseguridad, en reñida y abierta contradicción con el parte de victoria de las autoridades.

 

El General Naranjo, como dicen que hacía el ex presidente Alfonso López, nos ha puesto a pensar. Aunque ya no nos guste mucho. Si la percepción es un proceso por medio del cual, a través de los sentidos, el cerebro elabora e interpreta la información del entorno, ¿quién o qué nos está envenenando la cabeza para que no veamos la realidad?

 

Digamos que la percepción que este país es inseguro puede deberse a tres estímulos. Que nos haya pasado a cada uno de nosotros la experiencia fatídica de un robo o una de las múltiples formas sinónimas del delito. Este primer caso se vuelve casi personal, cuando el agredido es un pariente nuestro, aumentando la gravedad en la medida en que la relación sanguínea sea más inmediata y directa. Al mismísimo infierno se van las cifras oficiales de la seguridad, si una hija nuestra es atracada en un bus o una calle, si le roban el celular mediante la vía armada, sumiéndola en un estado de angustia e impotencia. Ni qué decir si la agresión compromete su salud, su integridad o su misma existencia.

 

Si eso nos ha pasado, nos convertimos, gracias al primario medio de comunicación del voz a voz, ahora potenciado por Internet y las redes sociales, en los que la gente “habla” escribiendo, en agentes activos y contundentes de esa percepción de inseguridad.  Allí, en la nube mundial de correos electrónicos y mensajes, vamos a encontrar las alertas y denuncias de otras víctimas. Y entre todos, vamos a configurar una percepción informática que el asunto va de mal en peor.

 

Ahora bien, como lo ha sugerido el General Naranjo, la verdadera fuente de estímulos de nuestro tiempo para interpretar y crear la realidad, siguen siendo los medios de comunicación tradicionales y ubicuos, como la radio y la televisión. Hay más canales y redes, y más espacios en los que la proporción de noticias buenas, positivas y estimulantes está francamente acorralada por el océano de informaciones negativas, violentas y francamente atemorizantes. La práctica, adobada con titulares impactantes propios del medio y de la necesidad de sintonía, nos regala varias veces al día el reporte escalofriante del desastre, que ocupa buena parte de los espacios, y cuyo impacto no pueden atenuar ni siquiera los bonitos rostros y las tentadoras apariencias de las presentadoras de farándula.

 

Sería irresponsable pensar que es una fórmula mediática. Puede ser que la cultura arrasadora del narco –-hermana en la violencia de carcinomas como la guerrilla, los paramilitares, las bacrim y la delincuencia común–, que afloró en los colombianos malas cualidades que habíamos pasado por alto, como el amor por la riqueza fácil, nos haya dejado con la mente pegada al gusto inconsciente por el terror, la afición al miedo. ¿Por qué no? Si cambió la noción de la estética femenina y extirpó actitudes como la discreción y la rectitud, ¿por qué no habría podido dejarnos apegados a la paliza horaria de malas noticias?

 

El lúcido General Naranjo ha planteado que “algo estamos haciendo mal los líderes, que no logramos impactar bien a la sociedad”. ¿Se refería a las personas e instituciones o a los medios de comunicación? Si son las dos primeras, bien importante sería que Estado y gobierno evalúen una estrategia comunicativa –-si la tienen como un todo sin fisuras y sin esa batalla campal de egos y vanidades que a veces se percibe. ¿Son coherentes los mensajes de Gobierno y Estado, entendiendo la función holística de la comunicación? ¿Atienden los diferentes frentes y niveles de la variada cultura regional y social de nuestro país? ¿Qué comunican? ¿Cómo lo comunican?

 

Si son los medios de comunicación, asimilables a la noción de líderes y no únicamente altavoz de los líderes, tampoco sobra la reflexión. ¿No deberían cambiar los titulares y alterar la proporción temporal de las noticias, equilibrando la fatalidad con los buenos sucesos, con la gente emprendedora, con el reporte mismo de progreso y avance que nos emiten el General Naranjo y el señor presidente Santos? ¿No valdría la pena que gobierno y medios tocaran el tema, sin que nadie se sienta puyado en la libertad de empresa y de prensa, sino más bien convocado a la construcción de otro país, uno mejor? ¿No será que con el tono y los puntos de vista estamos levantando minuto a minuto la percepción de una Colombia fallida?

 

Percibo que el General Naranjo nos puso ese trompo en la uña.

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PERFIL
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Carlos Gustavo Álvarez G. nació en Bogotá en 1957. Es periodista, escritor, libretista de TV, asesor de comunicaciones y compositor. Se ha desempeñado como Director de Elenco, Editor Cultural y Editor Dominical de El Tiempo, Editor de revista Credencial y Subdirector de Cromos. Entre otros, escribió los libretos de la comedia "Don Camilo" y de la telenovela "Calamar", y con Bernardo Romero Pereiro (q.e.p.d.) creó al personaje "Guri Guri". Entre sus libros están: Bogotá de memoria, Paisas en Bogotá, La Vuelta a Bogotá en un poco más de 500 años, Angelita, Historia de una voluntad y En boca cerrada. Ha compuesto dos CD de canciones: "Son de Colombia" (2009) y "Tu amor" (2010) y "Palabras de amor", que circuló con "En boca cerrada". Ha sido columnista de Elenco, Lecturas Dominicales, El Tiempo, El Colombiano y en 2011 cumplirá siete años como columnista de Portafolio. Su página web es: www.carlosgustavoalvarez.net

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