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¿Qué pasaría si a usted, al despertar de una delicada intervención quirúrgica, el médico le comunicara que tuvo que amputarle una pierna porque ese era un riesgo de la operación pero que prefirió no contarle para no preocuparlo? Seguramente su pregunta más obcecada ante un hecho desesperado e irreversible sería: ¿y por qué no me contó, doctor?

 

Hago el símil para proponer una reflexión sobre lo que está pasando con Nicaragua, una papa caliente con la que muchos están vociferando y muy pocos llamando a la sensatez y la prudencia, subidos en un tren que puede terminar descarrilado en una trifulca internacional de imprevisibles consecuencias.

 

Creo que hubo una falla de comunicación. Extraña en un presidente que utiliza los medios y los recursos de información con acertado pragmatismo, y que ha establecido acciones inéditas de transparencia y decisión, muy acordes con los principios del Buen Gobierno. ¿Por qué quienes asumieron acciones fundamentadas en valores colectivos como la relacionada con la Reforma a la Justicia (determinación y valor), una situación personal de salud como la operación de la próstata (claridad y transparencia) y la presentación de la Reforma Tributaria (pedagogía, sencillez), deciden callar sobre el que era, sin duda, el hecho más trascendental en la agenda internacional colombiana de 2012?

 

Es posible que como bien lo dijo la señora canciller María Ángela Holguín, este tipo de lucubración se pueda hacer porque es más fácil ser historiador que profeta. Pero tanto el uno como el otro tienen su momento, y a ambos menesteres les corresponde una responsabilidad a la hora de sacar lecciones.

 

La hora de la verdad

 

El domingo 18 de noviembre, los principales medios de comunicación colombianos advirtieron sobre lo que se iba a decidir al día siguiente en La Haya. Llegaba a su fin una de las disputas más largas de la historia nacional, que afectaba la más significativa área ultramarina del país. Semana le dedicó la carátula bajo el título “La hora de la verdad”, tema candente que desarrolló en seis páginas internas. En las que desgranó preocupantes anuncios de borrasca.

 

Escribió acerca de un fallo inapelable que iba a repartir un bloque de mar de 530.000 kilómetros cuadrados, números más, números menos, algo así como la mitad de Colombia. Advertió que el veredicto podría dejar atenazadas a las islas de San Andrés en medio de un extenso mar nicaragüense.

 

En Colombia ha cundido la idea de que se va a perder”, precisaba la publicación, que refería una salida “no muy afortunada” de la Canciller a quien le montaron el sambenito por el uso de la palabra “salomónicas”, al referirse a las posiciones que había tenido la CIJ. Semana advertía que el gobierno había “corregido la plana”. El Presidente consideraba que la Corte no daría la razón a las audaces pretensiones de Nicaragua (lo cual resultó cierto) y la Canciller afirmaba que se confirmaría la soberanía de Colombia sobre los cayos (que también fue verídico). Sin embargo, el párrafo siguiente comenzaba con dos advertencias preocupantes: que nada estaba definido y que la Corte podía ser impredecible. Ahí la revista empataba con el editorial de El Tiempo del sábado 17 que postuló lo que estamos cuestionando: “Aunque siempre existe la probabilidad de un desenlace negativo, no está de más recordar que, a lo largo de su vida republicana, el país ha sido serio a la hora de cumplir con los compromisos hechos en el ámbito internacional”.

 

Hoy podemos ver la película con otros ojos, aunque por mala fortuna estemos metidos en el Mar de los Sargazos. Sobre la ola de improvisaciones han cabalgado dos columnas sensatas, escritas por Abdón Espinosa Valderrama y Jorge Orlando Melo, en El Tiempo.

 

En su columna “Nacionalismo Depresivo”, Melo considera que los resultados son mejores de lo previsible. Y con su sapiencia de historiador explica lo que quiso decir hace meses la señora Canciller al citar el término “salomónicas”. Es decir, que la corte estaba dispuesta a partir al peladito, antes que entregarlo a una sola madre. “Hace unos meses, los políticos casi se comen viva a la Ministra de Relaciones porque, conociendo la fuerza de los argumentos de los dos países, trató de preparar a la opinión colombiana para lo inevitable –-escribe–:que la corte no diera el 100 por ciento de razón a Colombia y, contra las tendencias del derecho actual del mar, dejara que unas islitas metidas en el escudo territorial de Nicaragua pesaran tanto, para definir la zona de uso económico, como 400 kilómetros de costa continua”.

 

La comunicación que faltó

 

Este tipo de decisiones internacionales, si bien afectan la noción de límites y territorios de los países, tienen un efecto catastrófico en el peso anímico de los ciudadanos. Suelen llevarlos a una pérdida de confianza en sus gobiernos y sus representantes, sumirlos en una mareada de confusiones y necedades, y llevarlos, incluso, a peligrosos tsunamis de ánimos bélicos y arbitrariedades chauvinistas.

 

Creo que el señor presidente de la república debió hablar al país antes del fallo. Es claro que la evidente razón y el conocimiento que asistían a la señora Canciller en su declaración vilipendiada, no se podían asumir como una política de comunicaciones del Estado, sobre todo faltando algunos meses para la hora nona. Los funcionarios no podían dedicarse a repetir que íbamos a perder. Pero sí debió desarrollarse, por supuesto teniendo como instancia básica a la isla y a los raizales, un proceso de pedagogía y entendimiento para que los colombianos supiéramos qué pasaba y nos sintiéramos parte de la solución y no del problema.

 

En todo caso, y sin falta, en compañía de la señora Canciller, el señor presidente debió dirigirse a los colombianos el domingo 18 de noviembre. Con valor, transparencia, claridad y pedagogía debió socializar la situación que se iba a dirimir en pocas horas. Había que explicar lo fundamental: qué pasaba, su historia, el trabajo diplomático realizado, lo que esperaban Colombia y Nicaragua, y el carácter imprevisible de la CIJ. Eso hubiera facilitado el entendimiento posterior y cambiado el tono del discurso cuando todo estuviera consumado. Una exposición en la que faltó un planteamiento que no se puede evadir y que Abdón Espinosa Valderrama sintetizó como “la recíproca cooperación con Nicaragua, después de que el actual episodio se supere”.

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PERFIL
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Carlos Gustavo Álvarez G. nació en Bogotá en 1957. Es periodista, escritor, libretista de TV, asesor de comunicaciones y compositor. Se ha desempeñado como Director de Elenco, Editor Cultural y Editor Dominical de El Tiempo, Editor de revista Credencial y Subdirector de Cromos. Entre otros, escribió los libretos de la comedia "Don Camilo" y de la telenovela "Calamar", y con Bernardo Romero Pereiro (q.e.p.d.) creó al personaje "Guri Guri". Entre sus libros están: Bogotá de memoria, Paisas en Bogotá, La Vuelta a Bogotá en un poco más de 500 años, Angelita, Historia de una voluntad y En boca cerrada. Ha compuesto dos CD de canciones: "Son de Colombia" (2009) y "Tu amor" (2010) y "Palabras de amor", que circuló con "En boca cerrada". Ha sido columnista de Elenco, Lecturas Dominicales, El Tiempo, El Colombiano y en 2011 cumplirá siete años como columnista de Portafolio. Su página web es: www.carlosgustavoalvarez.net

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