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Bien lo expresa José Clopatofsky, director de la revista Motor, cuando dice que la medida del alcalde Samuel Moreno Rojas de imponer el Pico y Placa durante todo el día a vehículos particulares es “apagar los incendios con la gasolina de la incompetencia de su Gobierno”.

Lo que ‘Clopa’ quiere decir, y con lo cual estoy completamente de acuerdo, es que la alcaldía no está atacando de fondo el problema que genera la falta de movilidad en Bogotá, sino que ataca directamente al usuario del automóvil, que en últimas fue quien lo eligió, por encima de Enrique Peñalosa, a quien todos daban como ganador pero quien se durmió en los laureles y terminó de sepultar sus aspiraciones al Palacio Liévano por sus permanentes embates en contra del automovilista particular. Lo mismo le pasó a Juan Lozano en su momento.

Ese problema de fondo tiene dos matices. Uno es que las vías son insuficientes para la cantidad de carros que circulan por la ciudad (tienen unos 30 años de atraso), y no solo de particulares –que andan dos horas al día, a lo sumo-, sino de taxis, buses y motos, que usan las vías todo el día; el otro asunto es que no existe un sistema de transporte masivo decente que con su sola eficiencia sirva para desestimular el uso del carro.

Hay que echarles un vistazo a ciudades como Londres o París, donde así uno sea un ‘gomoso’ de manejar, el tráfico es tal que sale 10 veces más barato y rápido tomar el metro. ¿Para qué gastar una hora o más desde el sur hasta el centro de Londres si el tren se demora tan solo 20 minutos?

Esas son las opciones que precisamente ciudades como Bogotá no tienen. Aquí es más tolerable aguantarse un trancón en el carro propio que en una buseta, pues por lo menos se puede oír la música que a uno le gusta, con el volumen que a uno le gusta, y no tiene que aguantarse olores desagradables de buses en pésimo estado de higiene y mecánica, atestados de gente y con todas las ventanas cerradas; ni al carterista de turno que le haga el ‘viajado’, entre otras cosas desagradables.

Claro, cuando no hay más, todos montamos en bus, o en TransMilenio, pero por necesidad, más que por gusto.

Qué diferencia montarse en el metro de Tokio o en el de San Francisco, E.U., un medio de transporte limpio y seguro. Claro que en horas pico y en ciertas estaciones de metro, estas ciudades muestran vagones ‘taqueados de pasajeros’ que deben ser empujados por personal especializado para que el tren pueda cerrar sus puertas (como sucede –sobre todo- en Tokio).

En TransMilenio ya no solo se vive el calvario del sobrecupo en horas pico, también en las horas valle, pues los ‘genios’ de ese sistema envían menos buses, más llenos y con menor frecuencia a esas horas.

Eso sin mencionar que usar eficientemente TransMilenio sin un lazarillo que ya lo conozca es poco menos que imposible (mapas crípticos y convenciones que parecen jeroglíficos son la única guía). Es difícil imaginar a un extranjero que logre ir del punto A al punto B sin equivocarse, por lo menos las primeras veces que utilice el sistema.

Pero en Bogotá con una sola golondrina ‘ni llueve ni hace verano’, y esto es en referencia a que una sola línea de metro tampoco va a ser la solución.

Y volviendo al tema del Pico y Placa, no solo afectará a quienes tengan su carrito para transportarse sino a aquellos que viven de él, a las estaciones de combustible y al comercio en general. Además, (y ojalá el tiempo no me dé la razón) va a aumentar el número de taxis de manera considerable: “Nada más suntuoso que un carro con chofer propio”, comenta Clopatofsky.

No es difícil predecir que los efectos colaterales de la medida harán que muchos comiencen a quejarse y traten de tumbarla. Desde ya afilan el diente Fenalco, Asopartes y los concesionarios de autos; estos últimos temen que se baje la venta de unidades, pues con seguridad los automovilistas buscarán la forma de comprarse un segundo carro, pero uno usado bien barato que los libre de tener que quedarse sin transporte durante dos días completos a la semana, lo cual no favorece las ventas de nuevos.

Y todo aquel que tenía el ‘cariño verdadero’ parqueado en la casa optará por sacarlo y poner a circular un parque automotor que ya existe pero que estaba dormido.

Incluso, en conversaciones con algunos usuarios de vehículos particulares, ya hay quienes piensan vender su carrito de 30 millones para comprarse dos de 15, lo cual es una forma de tener dos medios de transporte sin gastar más.

Otros piensan en comprar moto, lo cual es bueno para esa industria, pero ya sabemos el caos que se formaría en Bogotá con más gente comprando el pase para transportarse en dos ruedas sin tener la experiencia necesaria.

Eso sí, cuando se menciona que se debería reducir el monto de los impuestos entre un 20 o 30 por ciento, así como el del Soat o el seguro voluntario, nadie dice nada.

Hay que recordar que el uso del automóvil es un derecho que adquiere el usuario y por el cual paga de muchas formas, entre otras con la sobretasa a la gasolina, un impuesto del cual el 50 por ciento va única y exclusivamente al mantenimiento de la malla vial, pero la de TransMilenio… Por tal razón, no se debe olvidar la importancia del automóvil en el funcionamiento y las finanzas de la ciudad.

Con este análisis no pretendo ser un defensor a ultranza del automóvil, pero sí llamar la atención del gobierno distrital para que tenga en cuenta que hay que diseñar medidas de fondo coherentes para eliminar o aliviar el problema y no mediante el ataque en contra del más débil y desprotegido por no estar agremiado: el automovilista, que contribuye con impuestos y quien el ‘lujo’ de tener carro lo paga con creces.

Y para que tengan tema de reflexión, a continuación pego un texto enviado por un ciudadano del común: “Este señor (Samuel Moreno) prometió no modificar el Pico y Placa y no satanizar a los carros particulares… pero como recibió plata de los transportadores en su campaña y carece de un programa serio de planeación en movilidad, ahora improvisa esta medida, que es arbitraria y absurda…”.

Esto no lo digo yo, lo dice la gente. Y para la muestra de la falta de planeación un botón: dos secretarios de movilidad en menos de siete meses.

Ahora, un aparte de la ley 131 de 1994: “los ciudadanos que votan para elegir gobernadores y alcaldes imponen como mandato al elegido el cumplimiento del programa de gobierno que haya presentado como parte integral en la inscripción de su candidatura (…) y solicitud de convocatoria a pronunciamiento popular para revocatoria, mediante un memorial que suscriban los ciudadanos que hayan sufragado en la jornada electoral que escogió al respectivo mandatario, en un número no inferior al 40 por ciento del total de votos válidos emitidos”.

Ya ven que no se trata solamente de incumplir una promesa de campaña, sino que una medida inconsulta, facilista y de afán como esta le podría costar la cabeza al alcalde.

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Mauricio Romero estudió filología inglesa en Londres, donde vivió durante siete años, y ahora se desempeña como editor de Portafolio.com.co. Ha estado vinculado a la Casa Editorial El Tiempo desde 1992, donde ha escrito para la revista Enter y la sección Tecnología, así como en la sección Vehículos.

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