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Los colombianos somos opinadores profesionales. Apoyados en una cultura predominantemente oral, que está en la base de la comunicación humana, emitimos conceptos sobre lo divino y lo humano. Somos entrenadores de fútbol, jurados de reinas, contralores de las vidas privadas, magos para solucionar los problemas públicos. Y el recurso digital nos ha nutrido la palabra por la vía del twitter, derrotando, entre otras cosas, el aislamiento y el anonimato.

 

No está mal. Es posible que en la hojarasca de tantas opiniones, la mayoría de ellas fermentadas en la emoción, germine la planta del criterio, tan necesaria para sostener una democracia. El totalitarismo reseca la opinión y la convierte en monólogo. Las sociedades necesitan la divergencia, la confrontación mental, la dialéctica. Si no, se vuelven aburridas, opacas, perezosas. Se mueren.

 

En ese contexto, la opinión en los medios de comunicación es semilla de criterio, motor de análisis, corrientazo contra el conformismo. La opinión recorre los medios como una lluvia variada. Opinan los columnistas de prensa, los directores radiales, los conductores de televisión. Pirry es un gran conductor de opinión en Colombia. La Luciérnaga es un conmovedor de opinión. Daniel Coronell es el columnista más leído del país con una alquimia admirable de información, opinión e investigación. ¿Qué se estará preguntando María Isabel?

 

Y hay quienes nos hemos dedicado a la columna de opinión como una disciplina monástica. Cada semana pergeñamos un escrito escanciando un método que es como el amor: ala y cadena. Elegimos un tema, lo investigamos, lo garabateamos en cuadernos de notas, llamamos a los involucrados. Y nos sentamos en un acto solitario a trabajar 450 palabras para proponer un acontecimiento a los lectores. Y ahí comienza otro viacrucis bendito: el favor y la contra, la crítica, el apoyo, la oposición. Así cada semana. Cada año. 30 años.

 

El periodismo de opinión está en la base del periodismo colombiano. Aunque la partida de este oficio, profesión, empresa, noción de vida está en “El Aviso de Terremoto” y “La Gazeta de Santafé de Bogotá, capital del Nuevo Reino de Granada”, la memoria de la continuidad y el hecho pionero le corresponden al “El Papel Periódico de Santafé de Bogotá”. De 1791 a 1797 convirtió la opinión en bengala criolla del Siglo de las Luces.

 

¿Qué ha pasado con el periodismo de opinión? ¿Qué ocurre hoy con las columnas de prensa? ¿Qué papel tendrán en el futuro enrevesado? ¿Cuál es la vivencia personal con que un columnista pare sus textos? ¿Qué lo motiva? ¿Cuáles son sus obsesiones? ¿Qué reacciones de bondad o de rabia ha despertado entre sus lectores? ¿Qué le espera a la opinión en el mundo digital? ¿Opinar transforma el mundo en que vivimos?

 

Vamos a hablar de eso en el conversatorio “Columnas de Opinión: Pasado, Presente y Futuro”. Una alianza de Portafolio y la Universidad Javeriana ha habilitado el Auditorio Luís Carlos Galán (columnista de prensa, en su momento obsesionado en formar el criterio en la mente de los colombianos), el miércoles 10 de octubre de 10 a 12 del día, para hablar de eso.

 

Voy a dialogar con Salud Hernández Mora, José Clopatofsky, Ricardo Ávila y Mario Morales. Y aunque ejerzo como moderador voy a ser un azuzador de las buenas reflexiones de estos grandes columnistas.

 

El diálogo sobre las columnas de opinión es propicio. José Obdulio Gaviria escribió para El Tiempo la columna “Hay que creerles”. El zaperoco que se armó terminó con una carta que Sergio Jaramillo, Alto Comisionado para la Paz, le envió a Roberto Pombo, Director de El Tiempo. Extracto de ellas ideas fundamentales para el debate:

 

“Quiero expresar mi rechazo categórico al contenido de esa columna y pedir su inmediata rectificación… Primero y sobre todo, porque presenta como una realidad algo que es una absoluta invención… Es un deber elemental de quien escribe en prensa distinguir entre cuáles de sus afirmaciones son opiniones y cuáles son informaciones, como lo ha dicho la Corte Constitucional. Cuando una información falsa sobre una persona es presentada con intencionalidad como veraz, entramos en el campo de la simple y vulgar difamación.

Segundo, porque suficiente tienen la víctima de un secuestro y su familia con el horror de sufrir un crimen tan atroz, para tener luego que verse utilizados en una ficción de mala intención.

Pero hay más. El problema no es sólo la falta de veracidad, sino también el propósito evidente de distorsionar con información falsa el esfuerzo del Gobierno por llevar a buen puerto un proceso de paz con las FARC. Y aquí las cosas son de otro calibre, porque tocan el by Text-Enhance»>interés general.

Bienvenida toda la crítica y toda la oposición al proceso -eso nos oxigena, eso nos mantiene despiertos-, mientras se hagan dentro de los principios elementales de la razón y el respeto de los derechos. Pero eso no es lo que está haciendo el señor Gaviria, y eso es grave para el país”.

 

Gaviria ya no escribe en El Tiempo. Hay mucho que reflexionar sobre las columnas de opinión. No se pierdan este foro. Y a opinar se dijo.