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Resulta interesante bucear en las aguas de sucesos y personajes que refiere la revista Semana en su edición de aniversario. Son tres décadas de cubrimiento periodístico ajustadas en un número de 442 páginas, que no se despacha de la noche a la mañana. Pero que permite advertir desde diferentes puntos de vista las corrientes subterráneas del comportamiento social y humano en nuestro país y en el mundo.

Es asombroso ver cómo en ese tiempo tan aparentemente largo, pero tan breve, por ejemplo la tecnología ha modificado la forma de relacionarnos potenciando formas de ejercer desde el control social hasta el sexo. Pero también se nota cómo el humano del siglo XXI, mediante el ejercicio de violencias arcaicas, se aferra a su ser más primitivo y acepta mediante la máscara del autoengaño la vigencia de su bienestar personal frente a la desigualdad y la miseria y a la destrucción irrefrenable de su hábitat.

He hecho esta gimnasia de memoria y análisis gracias a una conmemoración personal que coincide con la revista en las tres décadas. El 19 de agosto de 1982 comencé mi carrera de obstáculos en el periodismo de opinión. Hoy, luego de por lo menos 1.500 columnas sobre los más variados temas, y en muy diferentes medios, pero básicamente en los de la Casa Editorial El Tiempo y en El Colombiano, me sumerjo en los acontecimientos buscando los hechos que han determinado nuestro proceder actual.

Para mí, el narcotráfico es de lejos, el suceso más determinante de cambio en estas tres décadas. Por muchas más cosas que haberle dado a la guerrilla el aliento agobiado que la inspira actualmente. El mercado de la droga permitió a personas de estratos humildes y recursos incipientes, antes de tragarse a los pudientes y a las jerarquías cimeras del país, capturar un mundo de riqueza y poder jamás imaginado. La velocidad con que el negocio multiplicó sus ganancias catapultó a sus lores a un universo de fasto, que cambió la forma de concebir el trabajo y la riqueza, y nos remitió a una noción que no proyectaba la vida más allá del instante.

El auge determinó y coincidió con la aparición de una nueva noción de belleza, que se implantó, literalmente, en estas tres décadas. Gracias al avance quirúrgico, la mujer pudo liberarse de las limitaciones de su cuerpo. La silicona ha sido la materia prima en que se ha moldeado el sueño del cuerpo perfecto, muy relacionado en ese país tropical con la abundancia de formas, garantía de conquista para un elemental ojo masculino. Por supuesto que esa voluptuosidad encontró aire en una forma de vestir, que hoy sufren en oficinas y despachos, pues la exhibición de atributos arrasó con todas las normas del recato.

Lo anterior es fruto de una tendencia que también se consolidó en 30 años: el reinado de la imagen. De la casi única pantalla del televisor –a la que en realidad sólo accedían los genios, los talentos y los elegidos– se pasó a un universo de múltiples pantallas, pero esta vez hechas a la medida de una identidad determinada por los artefactos. Miles, millones de personas se reconocen y registran a través de su celular, y su imagen circula por la redes sociales desterrando el anonimato que reinaba en 1982.

Singularmente, todo convergió a la pantalla, a esos nuevos medios ya no contenidos únicamente en la Caja Mágica. Y la gente comenzó no a vivir su vida sino a representarla. Desde los ciudadanos hasta los gobernantes se consagraron a la puesta en escena, en los términos y las condiciones de éxito impuestas por los medios. Muchos mandatarios comenzaron a trabajar para la otrora despectivamente llamada “galería”, tergiversando el arte de gobernar.

Desde hace 10 años comenzó a cambiar el arte de relacionarnos. Los aparatos nos suprimieron la piel. Mucha gente ya no se acerca sino a través del “mail”, donde es más fácil privar a las palabras del ardor y los carburantes emocionales que perturbarían el contacto. Mucha gente se proyecta como quiere ser, entre otras cosas, gracias al reinado ubicuo del registro fotográfico, que gracias a la multiplicación de los celulares y la proliferación de las cámaras, nos ha convertido a todos en modelos y protagonistas.

Los temas de la literatura nacional se aligeraron, los libros se hicieron más cortos y los temas íntimos están sustituyendo los grandes relatos sociales. El concepto de pareja durable y permanente explotó, entre otras razones, por el cambio de la situación de la mujer, su acceso al trabajo y como viene escribiendo el Padre Llano,  porque hombre y mujer decidieron aferrarse al “egoísmo adolescente” y no trascender. El amor ya no es una carrera de fondo.

Hay mucho que leer bajo la epidermis de las noticias. Mucho qué decir sobre estos 30 años que han pasado para Semana, como revista, y para mí, como columnista de opinión, lo mismo que esta página. Mañana hay que comenzar de nuevo.