El Estado colombiano suele llegar tarde a casi todo. Es reactivo, nunca proactivo y mucho menos preventivo. Llegó tarde a la fiesta de los banqueros perniciosos de los años 80, pero no tanto como al ágape devastador del narcotráfico. Se demoró en penetrar la jungla publicitaria y criminal de las Farc y se apareció a deshoras en la masacre de los paramilitares.
El ‘timing’ le falló para intervenir oportunamente a DMG, y retrasado en la prevención de la vulnerabilidad de sus poblaciones más pobres, apareció muy tarde para prevenir las consecuencias arrasadoras del invierno. Contrarió el mandato de la ranchera de llegar primero y de saber llegar en la crisis de la salud, y surgió con sus garras múltiples cuando la comparsa de la corrupción multimillonaria llevaba varios años de parranda.
Que se esté viniendo con todo o con casi todo contra los corruptos es una buena noticia. Pero en la celebración de la picota pública, puede despertarse la vivencia de una caza de brujas.
El término pareciera estar referido a tiempos pasados, a la época moderna y a Europa, cuando los hombres desataron una carnicería infame contra las mujeres, misoginia perpetuada siglos después en los cuentos de hadas.
“Las cazas de brujas todavía ocurren en la actualidad y suelen clasificarse dentro del llamado ‘pánico moral’ –-Wikipedia–. De forma general, el término ha llegado a denotar la persecución de un enemigo percibido… de forma extremadamente sesgada e independiente de la inocencia o culpabilidad real”.
Es un tiempo crítico el que ha comenzado en Colombia, necesitada de extirpar este carcinoma, metástasis asociada al poder, ligada a la confusión ética de los controladores y natural en una pérdida general de la noción de lo absoluto, que tiene haciendo de la suyas a la cómoda relatividad de cada cual.
Los medios de comunicación tienen que estar atentos al berrido de la chiva. Como agentes poseedores de la credibilidad social, necesitan extremar métodos y recursos investigativos, para no terminar convertidos en jueces morales supernumerarios o en voceros de voluntades primerizas.
La imagen y la impresión final debilitan la institucionalidad y demonizan los ámbitos del ejercicio público. Los funcionarios necesitan manejar con cuidado su lengüita. El sistema de salud tiene cosas malas, por diferentes responsabilidades, incluida de los gobiernos, pero también le sostienen gente y acciones honradas. Volver a levantarlo, evidenciando los beneficios que ha traído a miles de colombianos, es claramente más difícil que tumbarlo de un pastorejo verbal.
El año electoral, y las ansias de algunos candidatos, son malos consejeros. Conducen al universo almizclado de la verborrea, vendedora en presente, pero inasible y etérea en el porvenir.
Que la caza de brujas no convierta a Colombia en una casa de brujas.