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Llego tarde a la polémica sobre la presencia del líder cubano Fidel Castro en el billete de 1.000 pesos colombiano, y para colmo de males, por estar buscando lo que no se me había perdido. Porque soy como casi todos mis compatriotas que todavía usan papel moneda: los atesoro con el gusto de la escasez, pero los manoseo con displicencia. Tal vez como respuesta a esa admonición educativa que sentencia lavarse las manos después de coger los billetes.

Pero asistí a una conferencia de Andrés Oppenheimer en El Cubo de Colsubsidio, una rica charla promocional de su libro “Basta de historias”. Conferencista avezado que es este importante periodista argentino, de repente saca de la manga un billete. Y le cuenta al auditorio que pertenece a un país oriental que se desarrolló haciendo énfasis en la educación y la tecnología, que es su mínima unidad en papel moneda, y que en vez de próceres y mártires del pasado tiene como efigie un dibujo del futuro. “En América Latina seguimos imprimiendo billetes con héroes de la Independencia –-dice provocador–, y hasta un país cercano se refundó con el nombre de El Libertador”.

Y entonces, y por esa vía, me puse a mirar los billetes colombianos. A rebuscar en su historia. Hay que decir que me sorprendió en esa pesquisa, encontrar que ese pedazo de papel deleznable que circula de mano en mano como el dinero del diablo, es una obra de arte y precisión, nacida en la llamada “Central de Efectivo” que el Banco de la República tiene en Ciudad Salitre, en Bogotá.

Gracias a la página web de la institución emisora (http://www.banrep.gov.co/billetes_monedas) pude apreciar el trabajo de orfebrería minuciosa con que se fabrican los billetes, y que salvo quienes necesitan distinguir los verdaderos de los falsos,  por las razones que sea, se toman la molestia de detallar. Un billete tiene siete minucias selectas e invisibles que lo hacen mágico y único: marca de agua, hilo de seguridad, impresión en alto relieve, registro perfecto, imagen oculta, microimpresión y observación bajo luz ultravioleta. Esta última es un descubrimiento en el billete de $1.000, pues revela en el centro, enmarcada en un rectángulo verdoso, la imagen del automóvil Buick que utilizaba Jorge Eliécer Gaitán, a quien está dedicado el diseño.

Este nuevo diseñode billetes de $1.000 salió a circulación el 17 de noviembre de 2006. Como mínima unidad del papel moneda remplazó al de un peso y al de diez, que representan, a la vez, sucesivas etapas en la historia de la emisión de billetes en Colombia y en la pérdida del poder adquisitivo de sus ciudadanos. Y ahí estaba yo mirando tranquilo el billetico de “El caudillo”, cuando apareció mi amigo el arquitecto Francisco Pardo Téllez –-que sabe muchas más cosas y mucho mejor que yo–, a envenenarme la cabeza. “¿Viendo el billete donde está el dibujo de Fidel Castro?”, me preguntó.

Sí. En el reverso. Es el líder cubano. Justo bajo el sobaco de Gaitán, con su bigote incipiente y los 22 años que tenía cuando estuvo en El Bogotazo. Está sombreado en medio de la multitud, al final de la firma de quien fuera asesinado ese lluvioso 9 de abril de 1948. En internet se llama “El gran secreto del billete de 1.000 pesos colombiano”, y hay una buena cantidad de videos al respecto, lo mismo que otros sobre mensajes ocultos en los papeles valiosos del emisor. Uno puede sentirse tranquilo de no ser un observador atento, ni tener la perspicacia de Nicolas Cage en “La leyenda del tesoro perdido”, pues pasaron cerca de dos años antes de que se detectara al comandante que acabó la diversión y mandó a parar.

¿Es lícita la imagen del joven Fidel Castro en el billete más popular de Colombia? En los comentarios a la información sobre “El gran secreto…” etc., hay quienes consideran una afrenta perpetuar de ese modo en un billete nacional la efigie de quien posteriormente, barbudo en el poder, tuviera tanta injerencia en la beligerancia asesina de la guerrilla en Colombia. Ese es el anverso.

Y está el reverso. Si Fidel Castro estuvo en Bogotá para la Conferencia Panamericana, si como todo parece indicar, habló con el mismísimo Jorge Eliécer Gaitán, y si después, para bien o para mal, se convirtió en uno de los más importantes líderes mundiales en el siglo XX,  pues que vaya en el billete dedicado a “El Caudillo”. No se puede tapar el sol con las manos.

Si bien no falta la tercera versión de quien asegura que bastantes problemas tenemos para ponernos a debatir la pendejada de un billete en ese pequeño detalle, y más allá de la crítica de Oppenheimer, está nuestra manera de ver la historia. De enmascararla con verdades a medias y de evitar los debates, para que no se molesten los sabiondos de peluca y librea. La historia es una materia viva y polémica, que podría interesar más a los jóvenes si su instrucción no fuera un vademécum de dogmatismos.

El debate es válido en ese sentido. Y porque este asunto del billete de $1.000, y como lo refiere la política diplomática de Colombia, nos permite echarnos a Fidel Castro al bolsillo.