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Los labios del maestro Justo Almario, que es el Señor de los Vientos desde hace 45 años, descienden sobre la embocadura de la flauta traversa que sostiene con sus manos versadas, mientras al fondo suena como una epifanía la joven banda de Confenalco y un pájaro insomne vuela espantado bajo el cielo de la carpa instalada en la Plaza de la Concepción de Santa Cruz de Mompox, la Ciudad de Dios.

 

La magia del sonido del universal músico sincelejano, que comienza a abanicar las calles y el aire de esta isla de agua dulce, es posible en una noche de albores de octubre gracias al empeño de un hombre estelar: Juan Carlos Gossaín Rognini,  el Gobernador de Bolívar. Amparado en la bandera de su Plan de Desarrollo “Bolívar Ganador”, y empeñado en hermanar la cultura y el turismo, ha traído a este centro histórico que es Monumento Nacional y Patrimonio de la Humanidad, el Primer Festival de Jazz.

 

Junto a Ana Elvira Gómez, su esposa encantadora, Gossaín preside el evento con otra pareja agraciada que ha pasado la tarde de este día primero oyendo jazz en las calles empedradas, libre en cierta medida de su cerco diplomático: el Embajador de los Estados Unidos Michael McKinley y su esposa Fátima, que parece de acá porque es una mujer de río.

 

Y aunque el talento joven y desbordado de la Banda Sinfónica de la Institución Universitaria Bellas Artes y Ciencias de Bolívar, de la citada Banda de Confenalco, de la Kalamary Big Band y del irradiante grupo Monsieur Periné copen el aire frente al edificio solitario del antiguo mercado público que besa el río, una insatisfacción atávica ha saltado como un pez precoz.

 

El médico alcalde de Mompox José Orlando Rojas ha deslizado en sus palabras de apertura un memorial de agravios. Es un lamento en la tierra del olvido. Gossaín ha enumerado posteriormente, y como una respuesta, sus tareas de gobierno por esta parte del mundo, algunas dedicadas a comunicar lo que se percibe aislado y otra referente a la restauración del mercado silencioso a sus espaldas. Mientras algunos lugareños inaudibles reiteran el abandono, Gossaín controvierte los deseos de autonomía que han vuelto a circular como aves indóciles y reafirma que Mompox siempre será de Bolívar.

 

Un largo camino

Un grupo de periodistas hemos viajado todo el día los 291 kilómetros que separan a Mompox de Cartagena, entre alegres y dormidos en el bus 7020 de Expreso Brasilia que conduce el más que amable caribe José Rodríguez, que parece una leyenda del cine mexicano.

 

Salimos a las 8 y 30 de la mañana de Cartagena, el Distrito Turístico y Cultural que con 45 municipios conforma la división administrativa de este departamento oblongo de 25.978 kms², el 20% del caribe colombiano. La travesía es musical y pasa por el San Jacinto de Toño Fernández y los gaiteros y Carmen de Bolívar, querida tierra de amores del maestro Lucho Bermúdez.

 

A la 1 y 20 de la tarde llegamos a Magangué. No hay tiempo de detallar la segunda ciudad de Bolívar, localizada en la zona con mayor número de ciénagas del país, la Capital de los Ríos. Raudos, comenzamos a bordear un río cobrizo. A las 2 y 20, don José termina las peripecias para acomodar el bus en un ferry mineral que ha aparecido como un navío de otra época. Media hora después en medio del afluente estalla amoroso el saxofón de Juan David Campo, mientras alguien asegura haber visto al hombre – caimán. A un caimán, por lo menos.

 

El concierto es tan breve como la felicidad, y a las 3 y 10 tocamos La Bodega. El bus sale ostentoso de su canguro fluvial y se dirige a Cicuco, que está a 4 kilómetros y a 34 de Mompox. Pasamos un puente precario sostenido por las manos de Dios, y el bus encalla, observado por el muñón de un viaducto nuevo y paralelo, en cuya terminación la gente ya no cree.

 

Hay que montar una operación de tablones y contrapesos para destrabar el vehículo, liberar a don José de la angustia del naufragio y tratar de llegar a Mompox para la inauguración del festival a las 5 de la tarde. Porque estar a tiempo es una fantasía. Una hora después de muchos arranques, las ruedas bajan por una pendiente insolente, y don José hace recolecta para pagarles a los dueños de los maderables salvadores.

 

Y vamos eufóricos por una carretera que no se sabe si está terminada o la están acabando, oyendo música de aquellos diciembres que nunca volverán y escoltados por un paisaje de ganado, marranos, mochuelos y casas lacustres, cuando nos coge un reinado infantil en Talaigua Nuevo. En la Super Tienda La Y, y con un guayabo de abandonar este regalo de Macondo, sobrepasamos las carrozas de burras de las soberanas tiernas, que cortejó paciente el gigante de Expreso Brasilia. Hemos transitado algunos de cinco municipios que forman la Depresión Momposina, una de las seis Zonas de Desarrollo Económico y Social (ZODES) del Plan “Bolívar Ganador” de este departamento poblado de mujeres, donde la pobreza es mucho más que un indicador y tiene su propia vida.

 

La bienvenida a Mompox, a las 5 y 10 de la tarde, la da un aviso de Calzado Medellín. Mientras anuncian a Dejan, Stephenson and Ross Trío, la banda que patrocina la embajada americana, veo su almacén en la Plaza de la Concepción. La noche se alarga como una nota de miel. Terminará arañando el otro día en la Casa de Walter, un austriaco que se vino a vivir aquí enamorado de esta Mompox del alma.

 

¿Sí, al nuevo departamento?

Las notas del jazz se vierten por las calles de esta ciudad colonial que recuerda al Libertador Simón Bolívar en todos sus rincones. Por la Carrera Tercera o Calle de Atrás o por la Calle Real del Medio suenan el sábado una multitud de ritmos.

 

La ruta que nos llevará al Concierto de Clausura frente al blanco Cementerio Municipal, donde se presentarán Totó La Momposina y Juan Carlos Coronel, pasa por varias instancias celestiales. Un concierto tempranero en la Iglesia de Santa Bárbara. La cadencia de los Coros Negros Espirituales de la Universidad de Cartagena. Un foro – taller en el imponente y emblemático Colegio Pinillos donde brotan espontáneos los talentos locales. La audición de los maestros Antonio Arnedo y Oscar Acevedo y un coctel de despedida en la Iglesia de Santa Bárbara iluminada, donde el gobernador Gossaín destierra las rejas y la gente se toma fotos con el embajador McKinley como si fuera un paisano.

 

De paso hacia el Colegio Pinillos, de cuyas paredes amarillas descienden las notas proféticas del jazz, y tratando de competir con la simultaneidad, nos topamos con una camioneta negra, Renault Stepway Sandero de Valledupar. Está rabiosamente tapizada de un letrero repetido: “Autonomía: Sí al nuevo departamento en la Depresión Momposina”. Está parqueada frente a una casa bonita como todas las de acá, de la que sale una mujer que nos recibe con abrazos. En la fachada hay una pancarta con los escudos de 20 municipios, que forman filas con la bandera del nuevo departamento. Comienzo a entender el afán del gobernador.

 

Hablo con la gente. Me cuentan sobre el presupuesto magro de la alcaldía, que vive embargada y en cierta medida capturada por intereses privados. A los turistas les sale un agua escasa por las llaves y regaderas. Les han disimulado una emergencia sanitaria, aunque para quienes hicimos el crucero terrestre la panorámica de basureros reiterados y silvestres es deprimente. Es un problema del departamento.

 

La belleza de la filigrana que se vende como un maná de artesanía preciosista no puede esconder que para recibir a los turistas, para responder a sus habitantes, para vivir, a Mompox le hace falta liderazgo, una inversión ingente y bien manejada de los gobiernos nacional, departamental y local, el apoyo de la empresa privada que también ha hecho posible el festival, y una política urgente de rescate para evitar que la ciudad se enfrente a la ruina y a la calamidad que el gobernador Gossaín quiere quebrantar con su Plan de Desarrollo “Bolívar Ganador” y su ánimo invencible.

 

En momentos en que la crisis económica ha revivido el fantasma independentista en Europa y los ardores separatistas en España, hablar aquí de autonomía sólo puede ser un destilado de la desesperación. Que tiene sus raíces. “El problema del sur de Bolívar –-le relataba Juan David Cifuentes, Juez de Barranco de Loba, al sociólogo mayor Orlando Fals Borda, en Mompox y Loba, el primer tomo de su Historia Doble de la Costa, publicado en 1979— es que el departamento político llega solo hasta Magangué. El sur es como si fuera otro mundo”.

 

El gobernador Gossaín recorre cada kilómetro de Bolívar a espaldas del regionalismo de la Cartagena cují, que solo puede detener el desplazamiento miserable devolviendo la vida digna a todos los municipios. Ha instituido el Festival de Jazz en Mompox y sueña con la edición número 50. El domingo del adiós ha despuntado sin sol. Tengo el sonido del maestro Almario volando como una mariposa en el corazón. Henchidos de jazz y de música caribe, nos subimos al bus estacionado frente al Hostal Doña Manuela, donde crece un árbol que baja del cielo. Comienza el regreso. Volveremos a encallar en el puente frágil de Cicuco. El camino es culebrero. Tiene ganas de llover.

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PERFIL
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Carlos Gustavo Álvarez G. nació en Bogotá en 1957. Es periodista, escritor, libretista de TV, asesor de comunicaciones y compositor. Se ha desempeñado como Director de Elenco, Editor Cultural y Editor Dominical de El Tiempo, Editor de revista Credencial y Subdirector de Cromos. Entre otros, escribió los libretos de la comedia "Don Camilo" y de la telenovela "Calamar", y con Bernardo Romero Pereiro (q.e.p.d.) creó al personaje "Guri Guri". Entre sus libros están: Bogotá de memoria, Paisas en Bogotá, La Vuelta a Bogotá en un poco más de 500 años, Angelita, Historia de una voluntad y En boca cerrada. Ha compuesto dos CD de canciones: "Son de Colombia" (2009) y "Tu amor" (2010) y "Palabras de amor", que circuló con "En boca cerrada". Ha sido columnista de Elenco, Lecturas Dominicales, El Tiempo, El Colombiano y en 2011 cumplirá siete años como columnista de Portafolio. Su página web es: www.carlosgustavoalvarez.net

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