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Mientras continuamos preguntándonos por qué ganó Gustavo Petro y por qué perdió Enrique Peñalosa, los resultados electorales en Bogotá tienen mucha tela de dónde cortar. Es claro que esta tercera victoria consecutiva de la izquierda del Polo o Progresista, y también la tercera derrota de quien fuera en su momento el gran alcalde de la ciudad, representan un rechazo a la propuesta de un modelo urbano, que seguirá vendiéndose con éxito en el exterior, pero que aquí languideció en las manos de la opción asistencialista.

Para quienes pensamos con el deseo, las elecciones del pasado domingo eran una gran oportunidad de indignación. Cuando en mi columna anterior invité a votar para manifestar este sentimiento contra la corrupción y el desvirole de la capital, no dimensioné que el colapso del modelo urbano estaría acompañado de una debacle del esquema político.

Me explico. La gente rechaza las ideas de orden que practica Peñalosa, para no meternos en las honduras que representan la repelencia al apoyo de Uribe, el fantasma de JJ, la condición tremolante del Partido Verde y ciertas inconsistencias de comunicación que el candidato no superó. Si él concibe el espacio público como un terreno de equidad, lo que ha venido consolidándose es la noción de igualdad sobre la base, por ejemplo, de la apropiación de la ciudad por la fuerza del desempleo disfrazado de venta ambulante.

La abstención fue del 52,60%. De un potencial de 4,904,572  sufragantes, votaron 2,324,885. Muchos pensarán que la negativa al ejercicio democrático disminuyó, pero para mí es terriblemente grave por dos razones: por los sucesos que han sacudido a Bogotá durante esta administración, y que definitivamente no acarrearon un rechazo manifiesto y masivo de sus habitantes, y porque el pasado domingo hizo un día propicio, en esta ciudad donde un aguacero torrentoso paró el 9 de abril.

En lo que corresponde al tarjetón para Alcalde, hubo 76,492 votos en blanco. Esa modalidad ganó la votación para el Concejo, el gran derrotado de estas elecciones. La abstención fue del 54,73%, y los 303,833 votos en blanco (15,30%) superaron los de la primera fuerza que llegó al 15%. Creo que los elegidos para esa corporación, y el Alcalde Petro, tienen que trabajar muy duro para devolverle legitimidad y honra a esa instancia democrática, también descalificada como estructura política en estas elecciones.

Derrotados un modelo de ciudad y las expectativas políticas tradicionales, la Bogotá que recibe Petro es pura candela. La candela viva. Por eso resulta particular que en su primer mensaje de respetable victoria, el Alcalde elegido se concentre en dirigirse al Presidente de la República y establecer bases de partido, que en fijar mojones para lo que será su manejo de la ciudad efervescente.

Hay que leer allí, como cosa buena, que Bogotá no se puede gobernar sin una interacción y un apoyo contundente de uno de sus principales agentes espaciales, como es el gobierno nacional, y que en la maquinación de unidad nacional de Santos, Petro no se quiere quedar por fuera. Ni como persona, ni como Alcalde, ni como fuerza política.

Pero más allá de esas estrategias, Bogotá sigue bullendo. Enviando mensajes como los de estas elecciones, el principal de los cuales es contra una clase política que aquí ya no tiene vigencia ni prevalencia. El llamado a la equidad sigue siendo un grito ahogado. Petro, con su estilo y su inteligencia, tiene que avizorar y prevenir el desborde del descontento masivo, en una época de instantes y satisfacciones inmediatas, donde la noción de paciencia y la acción de postergar no tienen cabida. En ese sentido hay poco tiempo. Y no hay tiempo que perder.