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Dos sucesos que parecen inconexos, pero que tienen una sutil relación van a presentarse en los próximos días. El primero es la presencia de la Presidenta de Brasil Dilma Rousseff en la Asamblea General de las Naciones Unidas, desarrollando un papel inédito: el 21 de septiembre será la primera mujer en la historia de ese organismo en abrir las sesiones, que estarán calientes como un mediodía en Ipanema, por cuenta del tema de Palestina. El segundo evento está un poquito más lejos, si algo puede ser remoto en esta nueva noción del tiempo instantáneo. En noviembre se calcula que a este mundo llegará el habitante número 7.000 millones.

El hilo conector de estos dos tan aparentemente dispares hitos, es el papel de la mujer en el nuevo mundo. La señora Roussef preside un país de 191 millones de habitantes, considerado la potencia del cono sur que ocupa geográficamente y destinado a cumplir misiones notables en actividades tan variadas como el fútbol y la producción industrial, además de estar asentado en ese mar de oro verde que es la selva amazónica.

Aunque todos los días salgan contradictorias encuestas sobre el papel de la mujer, su remuneración respecto a los hombres, los rezagos en la equidad de género y la multiplicación de papeles que están cumpliendo las damas, lo cierto es que son ellas el corazón y la mente de una revolución mundial. La presencia de la señora Rousseff en la ONU puede ser tomada como otra conquista, que se agrega a la punta del iceberg del trasegar femenino en el siglo XXI, que es y será, sin duda, su siglo, el comienzo de una larga hegemonía. En la que los arúspices consideran cambiará la humanidad, luego de la fallida y larga preeminencia masculina.

Muchas cosas están cambiando en Brasil. Especialmente el papel de la mujer. Hay un artículo en el número de septiembre de la revista National Geographic titulado “El poder de las brasileñas”, en el que se ilustra lo dicho hasta ahora. Y es que cuando se piensa en ese país bifurcado en dos clases sociales, la de arriba con señoras destacadas con todo bajo control y la de abajo con indeterminadas mujeres cabeza de innumerables y crecientes proles, se parte de una omisión: la forma cómo ha decaído la fertilidad en Brasil.

La llamada nueva tasa de la fertilidad brasileña está por debajo del nivel con que una población se reemplaza a sí misma. Dominada por la iglesia católica, con una ilegalidad declarada para la práctica del aborto y sin campañas masivas de control natal, la Nación inmensa tiene como realidad la disminución  del tamaño de las familias en las últimas cinco décadas.

El artículo, escrito por una mujer, Cynthia Gorney, muestra cómo está cambiando la situación de la mujer brasileña, en todos los estratos, gracias a varios factores comunes. Ya no hay familias con tantos hijos como para formar la selección del Brasil, prestarle jugadores al contrincante y si es necesario, poner el árbitro y los jueces de línea. El número se ha estabilizado en dos –-ojalá una parejita. El siguiente paso, sin vacilación ni duda, es la esterilización, el ocaso de toda posibilidad de más humanos silvestres, lo que las brasileñas suelen ilustrar en una frase: “A fábrica está fechada”.

La realidad para esas determinaciones es contundente. Para las mujeres, más hijos representan más trabajo y la extensión ininterrumpida de su servidumbre doméstica. Dominadas por tiránicas exigencias de la sociedad de consumo, que las han obligado, como en nuestro país, a colgarse de la rama más alcanzable del árbol del crédito, y así lograr para sus crías un nivel de vida mínimo en el universo de las provocaciones de moda y de la tecnología, deben dejar sus hogares por tiempos que no bajan de 10 horas.

El artículo no habla de la composición familiar. Pero no debe extrañar que muchas de esas mujeres estén solas en la brega, no sólo por la veleidad sexual de los varones, sino porque los que se quedan muchas veces están parados, víctimas fáciles del desempleo. Unos, no sé cuántos, se vuelven amos de casa, asumiendo labores domésticas antes destinadas a sus cónyuges. Otros siguen como en la canción, levantándose temprano, dándose un baño y no haciendo más ná’, depositando en sus mujeres la gran carga de la liberación: trabajo, oficio de limpieza y cocina, cuidado de niños, gestión de la economía doméstica y cumplimiento de deberes eróticos con excelencia de amantes.

Las brasileñas cambian también por dos factores: el cubrimiento de la energía eléctrica y la televisión. Ven telenovelas de mujeres independientes, trabajadoras y capacitadas, con pocos hijos o ninguno, y aprehenden otra forma de vida. Esa influencia de las telenovelas en la transformación femenina está pendiente de una evaluación reciente en Colombia: ¿qué modelo de mujeres nos están dejando?

Las mujeres brasileñas no piensan muy distinto de la juventud de casi todo el mundo, excepción de la que habita en África subsahariana. ¿Tener hijos? No, muchas gracias. Por la experiencia visible de los padres, porque representan un tributo a la anulación personal, porque primero está la realización personal, porque mejor más adelante… O porque simplemente no vale la pena traerlos  a un mundo donde la vida, para los 7.000 millones que seremos en noviembre, se va a poner caliente. Nada que ver con Ipanema.