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¿Por qué en el país y en el mundo que han cambiado ni el gobierno nacional ni la guerrilla deciden incluir mujeres en sus comisiones negociadoras de la paz? La pregunta puede parecer una de esas cascaritas que le han salido al “Acuerdo General para la Terminación del Conflicto”. Bien puede provenir de los interesados en que no se logre un futuro sin guerra o simplemente obedecer a nuestra inveterada afición a ponerle pero a todo.

Pero… vale la pena reflexionar un poco el asunto. Porque le ha causado molestias no sólo a la ex ministra Martha Lucía Ramírez, quien al ver que la paz sería buscada por un equipo masculino, expresó desde su Blackberry: “Se les olvidó ni más ni menos que dar representación al 50% del país. NO HAY ninguna mujer! Y eso que el presidente tiene HIJA. Qué tal la Colombia moderna y en PAZ que quieren vendernos haciendo negación del aporte intelectual, laboral, de carácter, discernimiento y la cuota de sufrimiento que ha aportado la mujer colombiana! NO me siento representada en esa Comisión negociadora de una PAZ con visión masculina de Colombia!”.

Pero vamos por partes. La conformación de un equipo negociador de un asunto nacional obedece a muchas razones. Sus integrantes corresponden a la confianza que el gobernante deposita en experiencias y reconocimientos individuales. Desde ese punto de vista aportan una seguridad que se complementa, en el caso de los generales de Ejército y Policía, con un conocimiento directo del enemigo. El enemigo, por su parte, elige sus negociadores por razones similares, entre las que queda clara la visibilidad histórica de sus representantes.

Buscarle cuatro pelos al gato puede comenzar por minucias. Como que si está el presidente de la Andi, también cabría un representante de los sindicatos obreros. Como cuando se negocia el salario mínimo, pues la paz es un asunto de todos. Y ahí empieza a entrar la diversidad nacional, para incluir gente por regiones, etnias, colores e incluso por efectos reales de la guerra en grupos poblacionales específicos. El asunto terminaría dándoles la razón a quienes plantean que a la paz hay que meterle pueblo, no por la vía de una encuesta de imagen sino mediante procesos populares.

Pero las cosas no son así. Y al planteamiento del presidente de la república hay que buscarle lo bueno y comenzar a hacer camino al andar. ¿Por qué, entonces, atender la consideración de incluir mujeres de parte y parte en el equipo negociador?

La primera razón correspondería a su papel en el conflicto. En este medio siglo absurdo, ellas han puesto víctimas, viudez, dolor y lágrimas, por ellas, por sus hijos y por sus familias. Incorporadas a la guerrilla desde niñas, han cambiado el sueño de las muñecas por prematuras y promiscuas funciones sexuales, que alternan con la servidumbre y el rigor militar. Desde su óptica, y como las mujeres profesionales, han sido agentes de unos tiempos que mediante la igualdad pusieron todas las cargas en las espaldas femeninas: la educación, el trabajo, la familia, la minucia casera, el sexo, los hijos, el resplandor social. Todo.

Ahora bien, no se puede declarar el XXI como el siglo de las mujeres, argüir cuotas laborales de acomodado cumplimiento, celebrar su irrupción en universidades y carreras, constatar su prelación en los resultados de las pruebas pedagógicas, y la obtención de más títulos universitarios, y apreciar su ascenso en la vida privada y pública, para dar la sensación de una “paz machista”.

Porque parte del cambio de los tiempos y del mundo es que esas cosas importan hoy. Sobre todo cuando hablamos de organizaciones cerebrales diferentes para el hombre y la mujer, de diferentes estructuras de pensamientos. Y de que tal vez la presencia de mujeres, de parte y parte en los equipos negociadores sea la mejor señal de que cambiamos. Y que la madre cabeza de familia que dijo a Santos “Presidente, busque la paz”, esté representada para encontrarla.