cgalvarezg@gmail.com

Como bien lo señala el Ministro de las TIC Diego Molano, “el celular pasó de ser un aparato para hablar por teléfono a un aparato para hacer de todo”. Cuatro de cada cinco colombianos se devuelven a casa a recuperar su celular, y el otro pasará seguramente un mal día, pidiendo minutos prestados y con la certeza de no hacer parte del mundo, comenzando por sus seres más cercanos.

Según el Informe de Conectividad del cuarto trimestre de 2010,  Colombia alcanzó un total de 44.477.653 abonados de Telefonía Móvil, con un crecimiento del 2,5% con respecto a septiembre de 2010. Esta cifra equivale a 97,74 abonados por cada 100 habitantes. De éstos, hay 1.708.633 suscriptores con acceso a Internet (que de paso celebra su día mundial el 17 de mayo). Es posible que en los próximos días, cuando se entreguen los datos de las TIC en el primer trimestre de 2011, ya los celulares puedan ser equivalentes a la población del país.

 

Se hace de todo a través de los celulares y también se habla de todo de los celulares. De sus consecuencias para la salud, pasó de hablarse de los efectos de antenas y ondas a considerar la cantidad de gente que se está cayendo y estrellando por ahí, de no levantar sus ojos del celular y de no usar los “manos libres”, para perder atención y complicar el manejo del timón. Se habla de la evolución sorprendente que están teniendo en formas y posibilidades, y también el negociazo que es el robo de celulares, tanto que el gobierno tuvo que meter la cucharada en el asunto.

 

Pero se estudia poco cómo el celular ha transformado nuestra vida cotidiana, nuestras relaciones presenciales e inmediatas, nuestra forma de amar y de expresarnos, nuestra manera de establecernos y 'registrarnos' en diferentes escenarios. Una nueva urbanidad propia del celular está siempre por redactarse, al estilo del caduco Manual de Carreño, pero la vida instantánea y veloz de nuestros días aplazan ese intento indefinidamente.

 

En todo tipo de reuniones públicas a puerta cerrada, por ejemplo, se advierte a la gente que apague el celular para no perturbar a los conferencistas. Todo el mundo saca su aparato y hace un protocolo de pantomima, que no consiste en otra cosa que en cambiarle el modo y manipularlo seguidamente a hurtadillas, tomando los atajos de mensajes y chat que no suenan, y con su luz parpadeante o sus vibraciones mantienen la atención del público en otro lado.

 

Hay que ver cómo se han transformado las reuniones, comités y juntas en las empresas que no plantean una urbanidad para que los asistentes se concentren en el motivo del encuentro. Quienes no están conectados con su computador, tienen el celular, y cualquiera de los dos puede robarse su atención. El que está haciendo la exposición siente muchas veces que está frente a un grupo de maniquíes, que han puesto su figura en la sala, pero que tienen su mente aplicada a un montón de asuntos foráneos.

 

Ahora, quienes son generación celular constituyen un caso sui generis. Los jóvenes estudiantes no separan su atención del aparato, más que por el contacto verbal que posibilita, por las opciones múltiples de mensajería que ofrece, aunadas a la memoria visual y al acompañamiento musical. La comunicación es inmediata y en tiempo real, cargada de apócopes y figuritas, en el retorno a un lenguaje jeroglífico, como si la humanidad estuviera de vuelta a las tablillas. Y entre otras cosas, convierten todas las funciones del aparato en verbos impunes, que ‘pinguean’ sin cesar para no separarse por un minuto de esa masa de “relacionados” y contactos, que prácticamente dan sentido a sus vidas virtuales. El Sésamo se abre con el número mágico, que responde a una solicitud: «Dame tu PIN».

 

Los colegios de cualquier estrato económico vienen planteándose el problema que significa el manejo del celular en el aula, la ‘pingueadera’ en clase. Tienen como resultado, además de la intrusión de todo tipo de ringtones, la desatención patética de los estudiantes y la guachafita permanente que representa una horda armada de dispositivos que los mantienen en otro sitio, alrededor de otros temas, en otra actitud.

 

Sé de planteles que han tratado de detener ese caos, pero se han encontrado con varios obstáculos. El segundo, después del contundente rechazo de los estudiantes, es el de los mismos padres de familia, que se oponen a que sus hijos se separen del celular, al fin y al cabo, y dependiendo cada vez más de la tiranía laboral y del afán consumista, el único medio de contacto que les va quedando con sus vástagos ausentes.

 

Las autoridades académicas se debaten entre prohibir la entrada al aula de los aparaticos y configurar así una especie de atentado a la libertad de expresión, al derecho de ser, al desarrollo de la personalidad, y a cualquiera de esos muchos embelecos que han puesto a los colegios contra la pared, y a los profesores a depender del hervor adolescente. Hay quienes plantean la necesidad del celular en clase, como medio para obtener acceso inmediato al conocimiento, que no se obtendría de otra forma.

 

Vale la pena que MinTIC dedique mentes y tiempos a investigar la antropología y la sociología del evento tecnológico. Vamos a descubrir muchas cosas de nosotros, los humanoides.