La infortunada presencia de comentaristas groseros e intolerantes ha malogrado el análisis de las opiniones de los lectores en las páginas web de los medios de comunicación. Porque suelen primar cadenas de conceptos pasionales, que trascienden la categoría del tema y abordan campantes y calientes desde la política hasta los deportes. Porque del análisis de la noticia misma se suele pasar al insulto personal. Porque muchos columnistas han preferido que se omitan las opiniones de los lectores, ante la avalancha de improperios que generan sus escritos.
Es posible que se pida a este tipo de secciones, lo mismo que se exige a la vida digital: que aparezca instalada aquí y ahora, como por arte de magia, sin que medie ningún tipo de transición, sin que se tenga en cuenta la diferencia de culturas y de instrumentos mentales que caracterizan a los usuarios tecnológicos, sin que se tienda un puente amable con la opción analógica o incluso equivalentes más antiguos. La descarga instantánea de sentimientos ardientes (otro privilegio de la web) siempre será más visible que una expresión reposada de conceptos. Como en todo.
Pero hay que prestarles mucha atención a los comentaristas de las noticias y de las columnas de opinión, identificados o no. Yo lo hago siempre, y lo involucro como una lectura integral, como una visión panorámica de lo que los medios, y los periodistas, proponemos a los lectores como interpretación de la realidad. Al fin y al cabo, es muy distinto este momento, diferentes estos corresponsales internautas a los que hace unos años enviaban cartas físicas a los correos del lector, misivas construidas en otro contexto, que demandaban otro tipo de cualidades y habilidades. Las que, además, eran limitadas al momento de trasvasarlas al universo finito del papel.
Me sorprende, sin embargo, encontrar cada vez en mayor número, lectores críticos de los medios electrónicos, que evalúan la información con una sagacidad implacable. Son reiterativos en sus llamados a los periodistas para que prestemos atención a lo que escribimos, y pongamos siempre el profesionalismo por encima del brillo del instante, de la candelilla de la chiva o del artificio de una prosa ligera.
Esos lectores tienen tópicos comunes. Detestan, por ejemplo, que los títulos tengan nada que ver con el contenido de los textos. Eso los enfurece. Consideran una obligación resumir en la cabeza las cualidades del cuerpo, y no convertirla simplemente en una cartelera vistosa para pescar incautos. Hay que ver los regaños que expresan cuando se encuentran frente a esa trampa, y cómo extienden su crítica a políticas generales del medio.
Los lectores críticos desmenuzan la noticia con una lógica que debería ser prevista por quien la elabora. Les ofende que les cuenten los cuentos como si tuvieran mentes precarias. Les indigna la mentira evidente, sobre todo si esta atañe a hechos perniciosos de la vida nacional que se repiten una y otra vez. No perdonan las débiles estructuras de un relato, y reivindican claramente su condición de lectores, su forma distinta de pensar. Nada de lo anterior excluye la rabia, la misma morfología del carácter.
Como en anteriores columnas, termino elogiando la existencia de lectores críticos, como parte y puente hacia la constitución de ciudadanos críticos y propositivos. Deben ser la otra parte del ejercicio periodístico, gubernamental, social. Equilibrar la balanza. Por eso hay que pararles bolas a los comentarios en la web, aprovechar esa herramienta que nos descubre quien está al otro lado del espejo, para quién trabajamos.