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Leticia, la capital del Amazonas, a 1.082 kilómetros de Bogotá, es uno de esos casos donde el recurso nominal del santoral no tiene nada qué hacer con la galantería. Un ingeniero enamorado de la joven Leticia Smith, que residía en la ciudad de Iquitos, le borró el San Antonio inicial el 15 de diciembre de 1867 y la perpetuó así en su corazón y en el vientre fecundo de la selva.

Para llegar a Leticia, los aviones de Copa, LAN y Satena atraviesan una colcha de nubes grises entre las que estalla el verde espumoso de una coliflor infinita. Aterrizan en el Aeropuerto Alfredo Vásquez Cobo, que es pequeño y tropical como los de las películas, llamado así en un honor a un General que como Rafael Reyes (“Presidente de la República, tratante de indios y esclavista en el sur”, escribe Germán Castro Caycedo en “Perdido en el Amazonas”) tiene una vida de luces y sombras. Allí llegan anualmente, según la estadística de la Aeronáutica Civil, 133.000 viajeros.

Los reciben la lluvia, el calor espeso de la selva que respira acechante y un hombre con una talonera y un fajo de billetes nuevos de 1.000 pesos. Es el encargado de cobrar un impuesto de 19.000 pesos, que estableció el Concejo Municipal para sostener esta entidad territorial. Unos lo pagan con convicción ecológica o con ignorancia que se rinde ante el peaje y su conversión en dólares o en euros. Y otros maldicen y hacen mala cara, porque nadie les avisó y ahí está pintada Colombia.

No termina uno de salir del recinto, cuando ya le zumban unos insectos enormes como avispas mutantes o ficciones de “La guerra de las galaxias”. Le pregunto a un hombre cómo se llaman, mientras los espanto con la mano que me queda. Me responde con una de las muchas palabras indígenas o portuguesas que no voy a entender durante mi estancia. Me dice que son inofensivos, y que si detienen en mis manos los puedo acariciar como animales caseros.

Al salir hay dos caminos. A la izquierda, una trocha palúdica y ahuecada que conduce a la bonita Base Aérea Coronel Herbert Boy, donde el sábado 10 de marzo el Presidente de la Republica Juan Manuel Santos organizó un Acuerdo para la Prosperidad, llevándole la contraria a un aguacero impenitente que comenzó puntual a las 2 y 30 de la madrugada. En el camino y entre la manigua hay una sede de la Universidad Nacional y una de las varias Brigadas de Selva que se esparcen en este vértice estratégico y fronterizo con Perú y Brasil.

Leticia reúne por lo menos el 60 por ciento de la población del Amazonas, unos 35.000 habitantes mal contados, a seis de los cuales le correspondería un kilómetro cuadrado del área húmeda de la capital. Va desplazándose el automóvil hacia el Hotel Yuruparí donde pernoctaremos y comeremos la delicia del pirarucú, el segundo pez de agua dulce más grande del mundo. Y entre el mar de motocicletas ubicuas se asoma la belleza de las leticianas, de las tabatinguenses. Porque aquí se conjugan las dos ciudades al mismo tiempo: Leticia – Tabatinga.

Cuando Paula Andrea Betancourt levantó en 1992 su metro 78 centímetros de esplendor sensual como Señorita Colombia representando al Amazonas, hubo voces virales que comentaron que eso era posible porque había nacido en Medellín. No habían visto las mujeres de acá, confluencia de tres orígenes –-indígena, blanca colonizadora y carioca–, que brotan en los lugares más inesperados como nenúfares imposibles.

A lo largo de las calles cuadriculadas de Leticia emergen efigies de delfines rosados y asoman fieras pintadas al óleo, que ocupan las paredes en compañía de un esplendente papagayo ubicuo. Todos llaman al visitante a internarse en la selva, todos son parte de la selva misma que aquí se escucha como una mujer seductora. Te convida a internarte en ella con sus trinos y chillidos, con su ardor de trópico, con sus árboles inmensos y sus senderos misteriosos de caminos y ríos en una tierra de 110.000 metros cuadrados, el departamento más extenso de Colombia, donde el tiempo se va sin sentirlo.

La gente de aquí, las autoridades, el mismo admirable Kapax que manipula con destreza y valor la nieta de la primera Anaconda que conoció Colombia, sienten el abandono del gobierno central, el deterioro del medio ambiente. Esta visita del Presidente Santos  y de la Ministra de Educación María Fernanda Campo, que lanzaron aquí el programa de calidad educativa “Todos a Aprender”, les devuelve la nacionalidad. ¿Cuándo volverán a verlos?

El gobierno está haciendo todo tipo de esfuerzos por esta región. Pero aquí, en Leticia, mientras cae la noche en un salón de clase donde una cartulina cuenta la historia de “Lalo, el León”, las autoridades no dejan de contarle a la ministra que no hay recursos. Que Leticia es un municipio de sexta categoría. Que en el mapa de las regalías, el verde del Amazonas está sombreado de un naranja, nomenclatura que los destina a recibir menos recursos, casi ni una untadita de la Mermelada Echeverry que municipios y departamentos se están disputando a mordiscos.

Los que vengan con tiempo, y en vez de internarse en la selva se dediquen a comprar la delicia de chocolates Garoto y a empeñarse en las noches estentóreas de música y muchachas de Tabatinga, van a perder una gran parte de la experiencia inolvidable. Una vivencia de patria y naturaleza que debe tener todo colombiano. Y que sólo es posible aquí en el Amazonas, desde esta ciudad a la que el amor de un extranjero adornó con el nombre de Leticia.