Las ciudades importantes del mundo tienen un gran museo entre sus iconos urbanos más significativos. Allí reúnen una parte representativa de la historia nacional y mundial, que alternan con exposiciones cimeras. Conjugan tareas de investigación permanente con lúcidas actividades culturales, que pueden desarrollar en auditorios majestuosos bajo la forma de conciertos y conferencias. Son punto de referencia de la vida metropolitana y parada obligatoria de las corrientes turísticas nacionales e internacionales, que conservan el recuerdo en la forma de un merchandising creativo y vistoso.
El Museo Nacional de Colombia, ubicado en la carrera séptima entre calles 28 y 29 de Bogotá, ha luchado por cumplir esa misión. Fundado el 28 de julio de 1823, es el más antiguo del país. La fecha, también, y por supuesto, su nacimiento de la mano de Francisco de Paula Santander, le otorgan un lugar entre sus homólogos de América. Desde su primera sede en la “Casa Botánica”, vivió de mudanza en el siglo XIX y la mitad del XX, hasta asentarse en 1948 en las entonces lúgubres instalaciones de la antigua Penitenciaría Central de Cundinamarca, más conocida como el “Panóptico”. Asociada a la memoria de su enigmático constructor, el arquitecto danés Thomas Reed, que también diseñó el Capitolio Nacional, había sido hasta 1946 y durante 72 años la prisión más importante del país.
Esa cruz adicionada, con su centro panóptico, que asoma su fortificación fundamental de castillo sobre la carrera séptima, solamente muerde por las calles mencionadas una parte discreta del lote extenso que se extiende hasta la carrera quinta, formando una doble manzana de oro. La sede del Museo Nacional de Colombia pertenece a la empresa comercial Lotería de Cundinamarca. Ese camelot afortunado de 26.845 metros cuadrados lo comparte con la Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca y la Institución Educativa Distrital (IED) Policarpa Salavarrieta, ambas igual de respetables y destacadas en su función docente y social.
Pero es como si durmieran en la misma cama Pulgarcito y sus hermanos mayores. El museo que ha dado gloria e historia al país, ya copó sus áreas de crecimiento y exhibición, y ha tenido que mandar a la bodega el 93,6% de su colección. Allá está empacada la diversidad indígena y afrocolombiana, por ejemplo, y gran parte de nuestra memoria artística. La historia nacional embalada.
¿Puede apostarle Colombia como Nación a tener un gran museo ubicado en su ciudad capital? El Conpes, hace 17 años, consideró que sí. Recomendó realizar el proyecto de ampliación, a través de un Concurso Internacional de Diseño Arquitectónico, que no ha podido realizarse. ¿La razón? El lote no es propiedad de la Nación.
La universidad ya aceptó trasladarse, y a la IED Policarpa Salavarrieta ya el Distrito le tiene asignado un lote en la Avenida Circunvalar con calle 26, con planos diseñados por Rogelio Salmona. Hay condiciones e inversiones, pero podríamos estar en camino de darle al Museo Nacional de Colombia su verdadera entidad. En el asunto están comprometidos muchos actores. Además de los tres mencionados que reposan sobre esa isla de la fantasía urbana, figuran la Beneficencia de Cundinamarca, la Secretaría de Educación Distrital, la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, la Alcaldía Mayor de la ciudad, el Ministerio de Hacienda y la Dirección Nacional de Estupefacientes, que tiene la llave de los terrenos que puede permutar la Nación.
Es un proceso de conciliación institucional, que lideran los Ministerios de Educación Nacional y de Cultura. El proyecto de ampliación, programado en varias etapas hasta 2018, agregará al museo presente el terreno que completa 26.000 metros cuadrados, más importantes áreas de espacio público y zonas de parqueo. La sede actual se convertiría en una especie de “Túnel del tiempo” de la historia nacional, y en los nuevos espacios habría pabellones de etnografía y de arte.
Llegó la hora de sacar del guacal la historia de Colombia.