La venalidad y la desgracia que cayeron sobre esta Alcaldía, y que han llevado a Samuel Moreno a la cima de la impopularidad y sin duda, al desconocimiento de sus logros, han hecho que los ciudadanos terminemos odiando las obras que nos van a beneficiar. Me refiero específicamente a la Calle 26 o Avenida El Dorado, que ya comienza a aflorar bonita y orgullosa en tramos esporádicos, transformada por ese agente de renovación urbana que es TransMilenio.
Por los trancones y la pesadilla de la incomodidad, nadie quiere pasar por allí. A quienes salen de la ciudad o a quienes llegan a ella, se les advierte que se tomen su tiempo, que salgan temprano, y se les bendice para que aguanten la demora de la mano de Dios. Se comenta, no sin ese cáustico humor que nos permite a los colombianos burlarnos hasta de la desgracia, que pronto van a fijar la placa de homenaje a los hermanos Nule y Moreno por los favores recibidos.
Difícil ver en ese entorno siniestro y de odio, cómo está cambiando la que fue durante muchos años un inmenso potrero, al que los trotadores le debemos horas de alegría deportiva y luxaciones múltiples. Luego de la transformación que vivió, como toda la ciudad, durante la Alcaldía de Enrique Peñalosa, esta colosal metamorfosis que sufre desde el cerro hasta el aeropuerto, representa el renacer de esta gran avenida, sin la menor duda y taxativamente, es la obra más grandiosa que se haya hecho en Bogotá.
Sobre la Calle 26 y la Avenida El Dorado pesan nombres como los de Fernando Mazuera, Virgilio Barco y el General Rojas Pinilla, entre otros, con el grano de arena que cada uno puso en la construcción de este eje Oriente – Occidente de Bogotá, ligado a la memoria y al recuerdo ciudadanos. Hay tanta vida y tanto pasado en cada lugar de esta avenida, que uno puede bajar desde el Parque de la Independencia, pasar por el Cementerio Central y por barrios como Santa Fe y el Samper Mendoza, cruzar la Nacional, el CAN, Salitre, Modelia, las entradas a Álamos y Fontibón y la llegada al Aeropuerto, sacando recuerdos y vivencias de varias generaciones.
Creo que por La 26, como se la conoce, y la Avenida El Dorado, han cruzado Presidentes, deportistas campeones, músicos famosos, beldades transitorias y artistas deslumbrantes y de pacotilla como sobre ninguna otra vía de Bogotá. Cuando era ese inmenso pastizal que corría como un río verde sobre dos escuálidas orillas, uno veía desde gente de picnic hasta el eterno hombre sin nariz que vendía piscinas portátiles y animalitos de plástico. Inolvidable vía láctea de Bogotá.
Es preciso que superemos este tiempo de molestia, y veamos que, a pesar de todo, La 26 está quedando maravillosa. Sin olvidar todo ese asunto de la corrupción y el nepotismo, quitémonos de la cabeza que las obras y la renovación urbana se pueden hacer sin sacrificios e incomodidades en esta concentrada Bogotá. Cuando comiencen a recorrerla los articulados, atravesando un panorama urbano renovado y vibrante de andenes decentes, plazoletas, puentes peatonales, cuando La 26 haga parte de una nueva ciudad, encontraremos sentido al sacrificio. Y tal vez pensemos, no sé, que hubo algo de injusticia con Samuel. Pero ni hablar de eso ahora.