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Dentro del torrente de videos ingeniosos y sorprendentes que circula por Internet, hay uno titulado “¿Por qué los colombianos somos pobres?”. Fue subido el 6 de octubre de 2011 y es una presentación que hace parte del programa La Línea, del canal Televida de Medellín, que recibió en 2011 el Premio Internacional de Periodismo Rey de España. En los créditos figura como Director el Padre Mario Franco Espinel, y entre sus realizadores están Natalia Agudelo y Waldir Ochoa. En dos días lo vieron cerca de 20.000 personas, y seguramente, cuando usted lea este texto, habrá sobrepasado las 800.000 reproducciones.

¿Por qué los colombianos somos pobres? El planteamiento de los realizadores está basado en tres niños nacidos en Japón, Suiza y Colombia. Los dos primeros países son perfectamente, en cuanto a su área territorial,  una división departamental del nuestro. Están plagados de adversidades geográficas y castigados por las carencias, que en el caso de Japón, tienen como agravante una concentración demográfica elefantiásica. Nada que ver con la plétora de riquezas y bendiciones naturales y vitales que Colombia disfruta de una forma desmesurada.

Japón y Suiza, y sus pequeños niños del cuento, están lejos, muy lejos de nuestro país y del muchachito colombiano. Expertos, pero a la vez ciudadanos comunes y corrientes, como Pedro Juan González, Francisco Ramelli y el ingeniero japonés Hiroshi Kaneko, tratan de explicar la razón de esta sinrazón, el sentido de este contrasentido.

Y brotan muchos argumentos, tal vez señalados en diversas ocasiones, conocidos por todos. Tenemos mentalidad de pobres. Vivimos el presente. Somos brillantes individuos y desastrosos colectivos. Nos falta confianza. Y el narcotráfico afianzó una herencia nefasta de gusto por la riqueza rápida, inmediata, ostentosa. Nos anclamos en el presente.

¿Por qué traer a cuento esta interesante propuesta de reflexión sobre nosotros los colombianos, sobre nuestra idiosincrasia? Por un motivo: este país ha comenzado a enfrentarse a una bonanza, que para muchos es el traje hechicero de la enfermedad holandesa. Nos va a llegar la riqueza minera y petrolera, la avalancha de las inversiones extranjeras, de los capitales que están huyendo, por ejemplo, de la Europa flagelada. Somos Tierra de Promisión. ¿Qué tan preparados estamos para convertirla en progreso, en desarrollo colectivo, en mecanismo de real prosperidad para todos? ¿Qué tan habilitados estamos para que ese Dorado sea colectivo, supresor de desigualdades, generador de movilidad social digna y lícita?

Ojalá esta abundancia se traduzca en la identificación de ejes de inversión para el futuro, el primero de los cuales tiene que ser una educación de alto nivel. Como la de Japón, la de Suiza. Que la gratuidad que celebramos vaya acompañada de la calidad que nos destaca. Que el Estado dirija el estudio hacia lo que necesitamos, para no llenarse de profesionales frustrados, para que no pulule el fracaso como germen de descontento y rebeldía.

Vamos a tener la plata para invertir en el gran cambio nacional que es, fundamentalmente, la revolución en la forma de pensar de sus habitantes. Invertir en el rompimiento del ciclo de las siete plagas: el inmediatismo, el facilismo, el meimportaunculismo, el yoísmo, el desperdicio, el delegacionismo y el quécarajismo. La gran campaña del gobierno debe tener como objetivo el cambio de chip, la renovación del modelo mental, la remoción de las ideas.

Sólo desde la cabeza podemos lograr que dentro de unos años, tal vez nadando en oro, no sigamos preguntándonos: ¿por qué los colombianos seguimos siendo tan pobres?

VER VIDEO en http://www.youtube.com/watch?v=lzuLYV8PLhw&feature=player_detailpage