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La corrupción que azota con su látigo múltiple la vida cotidiana de los colombianos, quienes convivimos con ella hasta en nuestras más mínimas acciones, nos ha llevado a invertir las prioridades y a convertir en excelencia los principios más básicos.

Así se desprende de la encuesta elaborada por Ipsos – Napoleón Franco entre los habitantes de Bogotá, y que aparece en la más reciente encuesta de percepción ciudadana, realizada para el proyecto 'Bogotá, cómo vamos'.

Al preguntarles qué definirá su elección de Alcalde, el 50 por ciento responde “que no sea corrupto”. El segundo aspecto más importante en las características personales del elegido es “que no sea politiquero”. El 24 por ciento considera importante que el burgomaestre no utilice el cargo para fines particulares. Sólo al 16 por ciento interesa el partido político del señalado.

Y aunque un 41 por ciento de los electores también menciona que sería importante que tengan programas e ideas, y una quinta parte valora la experiencia, características como el carisma y el carácter apenas son reconocidas en el ranking de cualidades.

Grave. No se sabe quién está más despistado. Ninguno de los candidatos a gobernar a Bogotá –-que es diamante en bruto y también bomba de tiempo– ha logrado configurar una propuesta novedosa y concreta de gobierno, que involucre el compromiso activo y permanente de los ciudadanos. Y los habitantes de la ciudad hemos llegado a un patético nivel de orfandad ética y moral, que nos lleva a priorizar la esencia, lo que debe ser inherente a toda persona que quiera asomarse a la hoy azarosa vida pública.

La honestidad y los principios éticos son la armadura natural de un candidato. Lo protegen contra la proclividad ambiente a la corrupción, la politiquería y la costumbre de usar el cargo para cargarse los bolsillos y dejar desde el solio, el camino futuro sembrado de riqueza privada. Quien es así, y se pasea en el fragor del tumulto o en la complicidad de los conciliábulos con un larguísimo rabo de paja, no puede, no tiene, no debe presentar su nombre a consideración de los ciudadanos.

Resulta dramático y deplorable que esta gran ciudad, que necesita urgentemente tomar una ruta sólida para insertarse en el urbanismo del siglo XXI, con las características propias de la primera metrópoli del país, en contexto de región, no este priorizando en sus candidatos la coherencia y solidez de un programa de gobierno, la visión de futuro, y aún, el carácter, sin el cual no se puede gobernar y solamente se vive dándoles carne a los leones y buscando el aplauso de la galería, como nos ilustra la más reciente experiencia de mandato local.

En este mar de confusión, se redobla el papel del periodismo y de los paneles de opinión pública. Necesitamos informarnos suficientemente del estado de la ciudad e indagar, indagar e indagar, para que no nos metan los dedos en la boca ni nos den gato por liebre. La ilustración al ciudadano debe provenir de un escáner minucioso a los candidatos y un examen riguroso a sus propuestas confrontadas. Es preciso exacerbar el criterio. Portar el telescopio y la lupa. Para que no nos vuelva a pasar lo que nos pasó.