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Son muchas las personas que cuando piden que les alcancen el salero, no aceptan que se los entreguen en la mano. Demandan, con una convicción inusual, que se ponga sobre la mesa. Recibirlo directamente equivaldría a aceptar una mala energía, “salarse”, en su expresión más popular. No son gente de una época pretérita. Viven en la ciudad del siglo XXI, acceden a Internet y difícilmente pueden tomar el salero, porque les cuesta trabajo dejar de “pinguear” en su BB.

La magia, las creencias, incluso, supersticiosas, la apelación a prácticas culturales bastante alejadas de la razón, son el pan cotidiano en este mundo aparentemente ya dominado por la lógica implacable de la técnica. Por eso resulta insólito y linda con el irrespeto y la grosería, la forma cómo se ha manejado la acción de un llamado “Chamán”, para conjurar la lluvia durante el acto de clausura del Mundial Sub 20.

Hay que manifestar, en primer lugar, que el desprecio hacia el concepto de “Chamán” en medios de comunicación encargados de formar opinión pública, resulta bastante insolente. Inserto en comunidades atávicas de casi todos los continentes, el “Chamán” es una figura trascendental e inequívoca. Resuelve asuntos de vital importancia para estos grupos, alejándose de la lógica causal, en comunicación directa con los espíritus, de los cuales recibe el poder de modificar la realidad o su percepción colectiva.

El hoy agobiado hombre que realizó su exitoso conjuro de la lluvia ya se llama “sacerdotista”, y tiene profesión de “radiestesista”, que no es otra cosa que una extensión de la ancestral rabdomancia, y que permite el manejo del magnetismo y la radiación mediante aparatos sencillos (el péndulo, por ejemplo, que ha mostrado nuestro denostado “Chamán”).

Entendiendo que eso es muy distinto a los tiquismiquis contractuales, sobre los cuales tiene todo el derecho a rondar el Contralor del Distrito, en quien percibo nació el desprecio a la entidad cultural del “Chaman”. Pero más grave que la forma cómo se ha asumido la tarea del hombre del péndulo, es la doble moral con que se desconoce la existencia cotidiana del mundo mágico, y de las visiones alternativas, en la vida de la gente del siglo XXI.

La larga lista de actividades que nos condicionan a asuntos extraviados de la estricta visión científica, comienza por la consulta del horóscopo, que saturó con sus predicciones del 2012 infinidad de publicaciones y medios. Cómo recurren diariamente miles de personas a conjuros, fórmulas, recetas y prácticas heterodoxas –que en muchos casos desbordan los límites de la magia blanca y se adentran en la oscuridad–, es un asunto de enorme interés cultural. Representa la existencia de un universo paralelo a la vida razonable, que muchas veces deviene enormemente lucrativo, como lo comentaba Daniel Samper Pizano en una columna reciente, dedicada a los ángeles y a sus contactos en la tierra.

La visión venenosa que pervirtió el concepto del “Chamán”, adecuadamente defendido desde el punto de vista antropológico por Ana Marta de Pizarro, que lo contrató, desdeña todo lo anterior en beneficio del escándalo y desconoce acciones practicadas en las más altas esferas. No escribiré sobre las consultas periódicas y recurrentes que hacen Presidentes y Gobernantes a adivinas y videntes, ni sobre la que ya se ha documentado sobre cómo trascendentales decisiones de Estado pasaron, lo menciono respetuosa y metafóricamente, por la mismísima bola de cristal (¿recuerdan las historias de Rasputín, de José López Rega?).

Hay cosas que hemos visto como naturales, que lo son, no faltaba más. ¿Se acuerdan cuando de un momento a otro, los más altos ejecutivos de importantísimas empresas  y los altos funcionarios aparecieron con sus muñecas rodeadas de pulseras artesanales y redondeles de chaquiras, amuletos contra la mala energía y magnetos de la buena suerte? Resultaba aparatoso, en muchas ocasiones, ver a estos heliotropos como preparados para una ceremonia tribal, simultáneamente enfundados en sus trajes de lujo y con un Rólex en la muñeca alternativa. Muchos desmontaron esa parafernalia telar y la sustituyeron por una pulsera energética, que fue develada después como inoficiosa.

El Presidente Uribe se sostuvo ocho años con gotas homeopáticas, aguas medicinales y esencias florales, distante de las pastillas y los jarabes que la ciencia farmacéutica destila en sus laboratorios. Cuando se le alborotaba el genio, en el Congreso lo mandaban a tomar valeriana, para recuperarlo tranquilo y maleable. En cuanto al caso del Presidente Juan Manuel Santos, antes de posesionarse en el fasto de la Plaza de Bolívar, se acogió al silencio de la Sierra Nevada y a la compañía de los Mamos, de los que recibió el magnetismo de su cultura y de sus símbolos protectores. Singular reconocimiento a la verdad indígena en la que también habita el Chamán.

Es posible, y por ahí vendrá la crítica, que esté mezclando peras con manzanas. En todo caso, me sostengo en que la forma cómo se ha tratado este asunto del “Chamán” está vulcanizado por un enorme irrespeto cultural. Y desconoce, con la doble moral que nos caracteriza, la vida cotidiana del país y del mundo, el sincretismo con que trasegamos el siglo XXI, anclados muy lejos de la razón asfixiante y lluviosa.