Los colombianos hemos sido ajenos al movimiento internacional de los indignados, aunque haya razones suficientes para participar en ese tipo de protesta civil. Las manifestaciones estudiantiles han suplido la ausencia de pacíficos ciudadanos indignados, a pesar de terminar siendo identificadas por los destrozos que propician los infiltrados y marcadas por cierto radicalismo de la causa.
Pero los colombianos tienen el próximo domingo una oportunidad indiscutible y propicia de protestar indignados. Ya está corriendo por las páginas web de varios medios de comunicación, la figura del voto – castigo que investiría la movilización electoral del 30 de octubre.
Castigo rima con indignación en el caso de la relación delictuosa que se ha entablado entre política y políticos y corrupción, gobernantes y funcionarios y corrupción, servidores públicos y enriquecimiento privado con el saqueo de los presupuestos colectivos. Como nunca antes en la historia patria este tumor maligno se extendió por la vida pública, carcinomas, sarcomas y gliomas, que infestaron todos los órganos de la vida social.
La salida fácil para el rechazo a esta metástasis el día de elecciones, sería la abstención. Ella marca con su aura permanente los comicios y a ella la explican desde la apatía hasta el aburrimiento de desafiar la lluvia. El llamado de hoy es totalmente contrario.
La indignación por lo que ha pasado el país, y particularmente Bogotá, en estos cuatro y más recientes años debe manifestarse en el voto masivo, que incluye, por supuesto, el voto en blanco, que no puede seguir cargando la mentira con que lo frenan, en el sentido que se le suma al ganador. Si todos los ciudadanos nos volcamos masivamente en las mesas de votación, vamos a expresar un deseo de patria legal y lícita que debe crear una historia de nuevo país.
Los filibusteros están identificados. Los que tienen orígenes sospechosos, financiaciones fraudulentas, pasados retorcidos, manos manchadas, malas compañías. Hay que derrotarlos en las urnas. Extirparlos legalmente, por la vía del voto, de la vida pública. ¡No más!
También han sido reconocidos los valiosos. Bogotá tiene la fortuna de contar con un abanico de personas capaces para cerrar este período oscuro, retomar la senda, sembrar la nueva era. Aunque las encuestas tiendan a que se marque por Peñalosa, Petro o Gina, son perfectamente competentes Luna, Galán, Castro, Suárez… No debemos perder esta oportunidad.
Ojalá el domingo, las mesas de votación se vean colmadas de jóvenes indignados. Tanta cédula nueva tiene que mostrarse, ratificarse como poder decisivo, deliberante, propositivo. El cambio generacional que se desborda en muchos comportamientos sociales, debe también volcarse en una actitud de coraje civil frente a las elecciones.
Como lo hice, y afirmé públicamente en Portafolio en las elecciones pasadas, volveré a votar por Enrique Peñalosa. Él conoce a Bogotá, es el gerente que la ciudad necesita y sin duda, su prestigio internacional multiplicará las opciones de educación, inversión, cultura y turismo que demanda la capital.
Pero cualquiera que sea el elegido o la elegida por los ciudadanos, su voto marcará la diferencia. Y enseñará la indignación contra estos años de infamia, en los que la indiferencia ciudadana también maldijo a Bogotá.