cgalvarezg@gmail.com

De tanto pasar de mano en mano, los billetes terminan perdiendo su belleza aunque conserven su valor hasta la ruina. Como no están hechos para ser admirados sino por los especialistas, la elaboración artística que los hizo posibles pasa inadvertida en el manoseo cotidiano de millones de personas, que los atesoran o los gastan pero no los aprecian.

La columna que escribí sobre la presencia destacada del líder cubano Fidel Castro en el billete de $1.000 de Colombia, llevaba implícito un reconocimiento a la calidad y belleza del papel moneda elaborado por el Banco de la República. De hecho, y al azar, el billete de $50.000, dedicado a Jorge Isaac, el autor de “María”, es considerado uno de los más hermosos del mundo. Es tan notable su calidad en el diseño, que se ubica en el podio con dos obras maestras: el billete de 5 colones de Costa Rica y el dólar de la Antártica.

Este billete de Jorge Isaac, uno de los seis que circulan en Colombia, contiene también un detalle curioso, como el dibujo del automóvil Buick que manejaba “El caudillo”, y que se puede ver con luz infrarroja en el billete de $1.000. Un lector 20/20 puede apreciar un breve texto de la novela, posado sobre el árbol que adorna el reverso. También hay literatura y una sombra larga en el billete de $5.000, que contiene un extracto del “Nocturno” de José Asunción Silva.

Hay astronomía en los billetes de Colombia. Más exactamente en el de $20.000, que en sus círculos centrales azules guarda al reverso la faz de la tierra vista desde la luna y por el anverso la faz de la luna vista desde la tierra. Las imágenes hacen parte del homenaje que rinde el billete al astrónomo y matemático Julio Garavito Armero, Director del Observatorio Astronómico Nacional. Como también lo pueden comprobar quienes visiten la página web http://www.banrep.gov.co/billetes_monedas/multimedia/base.html

las figuras geométricas ubicadas en un costado de los billetes de algunas denominaciones sirven como elementos de seguridad y permiten su identificación por parte de personas invidentes.

También puede uno abocarse a la interpretación de los homenajeados en los billetes. El personaje más reciente es Jorge Eliécer Gaitán y la más remota es Policarpa Salavarrieta, cuyo rostro adorna el billete de $10.000. Es la única mujer de la numismática nacional, pues las otras denominaciones están ocupadas por varones.

La Pola no tuvo nada que ver con el billete, contraria a Francisco de Paula Santander, Jorge Eliécer Gaitán y Julio Garavito Armero, que hacia 1885 se desempeñó como “ensayador” de la Casa de la Moneda y en los albores del siglo XX se aplicó al estudio de la economía política.

Quienes sí se enemistaron definitivamente con la plata fueron José Asunción Silva y Jorge Isaac. Ambos tienen la común desgracia de verse abocados a la ruina familiar y tienen como estigma haber enterrado en sus manos la fortuna elaborada por sus predecesores. El padre de Isaac poseyó, como dicen ahora, toda la plata del mundo. Una de las guerras civiles endémicas del siglo XIX comenzó a chuparse la fortuna familiar, que Jorge no pudo resarcir en sus incursiones fallidas por el comercio.

Como a Silva, los agiotistas tuvieron en la mira al autor de “La María” amargándole la vida de deudas y facturas, que le acompañaron hasta la tumba. Hizo un periplo diplomático, como su colega, y se aplicó a los oficios intelectuales y mineros más disímiles, estos últimos casi que como una forma de encontrar el tesoro que enriqueció a su padre.

El caso de Silva es tan patético como representativo del fracaso económico. Fijarlo en el billete de 5.000 es no sólo un homenaje al literato, sino una verdadera salutación al número de traspiés financieros que le infligió la vida. A Silva, cuyo sentido fundamental de la existencia era el buen vivir al estilo europeo en esta aldea paramuna 2.600 metros más cerca de las estrellas, también lo acorralaron sucesivamente otra guerra civil y medidas económicas de la época. Al final, tenía más acreedores que años de edad, y hasta su propia abuelita sin nadita qué comer le mandó los chepitos.

Aunque su suicidio suele estar popularmente referido a la muerte de su bella hermana Elvira, ella también grabada en el billete de $5.000, no hay duda de que esa alma refinada estaba sentenciada por la debacle económica. Como dicen, si el pobre Silva se levantara de su tumba, ¡vaya sorpresa que se llevaría al verse multiplicado en la plata ajena!

Termino así estas dos columnas dedicadas al billete. A los billetes. Esos que pasan todos los días por nuestras manos, que tienen valor y arte, aunque esta última no se vea por estar pagando a toda hora.