Es más cómodo engañarse y hacer oídos sordos a un tema que, si bien preocupa a la mayoría, muchos otros prefieren no imaginarse que exista la probabilidad de que en sus empresas y sus colaboradores incurran en alguna acción de fraude. Como dirían muchos: ¡Eso es impensable!

Una de las cosas más preocupantes es creer que todo trabajo tiene sus “ventajas”, llegando al punto de que el comportamiento fraudulento se tolere abiertamente, viendo que muchas veces se le da un sistema e institucionalización dentro de las áreas de una organización, cuestión que es increíble, pues preocupa que las actitudes que atentan directamente al patrimonio de la empresa se vean normalizadas. Esto es totalmente antiprofesional, reflejando una evidente falta de ética e identidad de la persona que ejerce esas actitudes negativas y corrosivas implicadas en el desarrollo de su trabajo.

Otro punto preocupante es creer que existen escalas cuando hablamos de fraude, siendo que ningún fraude es pequeño ni menos importante que cualquier desfalco, así sea por un dólar. Por ello, como mencionamos anteriormente, el fraude ejercido por un colaborador es corrosivo, pero también contagioso, aun cuando se crea que pequeños montos pasarán desapercibidos y con esto se saciará el ansia y las ganas de hurtar de una sola persona; la realidad es que siempre se quiere más, se comienza en cierto momento a multiplicar las extracciones de dinero o mercancía, todo con el objetivo de obtener beneficios no autorizados, que a su vez implica a cometer el mismo fraude y acción criminal por otras personas.

Por todo lo anterior, la matriz del problema es la falta de políticas y procedimientos que ayuden y aporten en su prevención, mitigación y oportuna identificación.

Pero, en ocasiones, la experiencia indica que la dirección no ejerce el control adecuado por alguno de los siguientes motivos:

1. La dirección no comprende los riesgos: Si bien cuando un directivo es honrado y correcto, se tiene la utopía de que todos los que trabajan en su organización también lo son, pero se sabe que esto es solamente un pensamiento simplista, puesto que, por ejemplo, si se le pregunta a un delincuente si alguien es tentado y tiene la oportunidad de actuar mal, ¿qué sucedería?, ¿se abstendría?, ¿variaría según la ética de la persona? Seguramente respondería que no hay nadie honrado, solamente personas sin la posibilidad ni la oportunidad de desfalcar. Lo anterior avala el porqué existe la clara necesidad de establecer controles contra el fraude, porque muchas veces estos controles se deciden subjetivamente partiendo de la premisa de que todas las personas son honradas, sin detenerse a calibrar los riesgos de cada empresa.

2. Eso nunca pasará en nuestra empresa: Existen casos en los cuales las empresas se sienten seguras y conformes con la decisión de no tomar medidas, ya sea porque piensan que no hay ningún riesgo o porque quieren ahorrar costes en esos controles. Sin embargo, con este tipo de actitudes no son conscientes del riesgo que corren, convirtiéndose en “presas fáciles” para los delincuentes.

3. Los gastos que ocasionan los controles no se pueden respaldar: Este pensamiento implica mucha ingenuidad y poca decisión asertiva comercial, porque no se ahorra dinero dejando de lado la seguridad, sino invirtiendo en los controles antifraude.

4. Los controles sobre el fraude carecen de confianza para la dirección: Un nivel eficaz de seguridad implica normalmente lo siguiente:

Con frecuencia, en las empresas no se comprenden los riesgos y se pasan por alto debido a un pensamiento subjetivo de que los controles no son confiables, y si se llegan a aplicar parcialmente y fallan, o no son lo que ellos previeron, suelen criticar y dejar de lado este proceso; cuestión que es equívoca, puesto que los controles se van formando y fortaleciendo según los errores o éxitos que tengan los mismos.

5. El sentido de seguridad no es bueno para la moral y el desarrollo del personal: Suele abundar en muchas empresas que las cuestiones de personal y seguridad parecen entrar en conflicto, debido a que se sienten como un ataque personal, en la que los jefes se exceden y solicitan el despido fulminante de los empleados sobre los que recaen sospechas de fraude o presionan para que se haga un fuerte filtro entre los aspirantes a puestos de trabajos antes de su contratación.

Todo esto es desmoralizador, ya que ser extremista no es la solución, debido a que si se incomoda la integridad y estabilidad del trabajador, a sabiendas de que si puede ser un agente potencial de fraude, tampoco se le debe agobiar y presionar a tal grado que afecte su desarrollo personal. Pero claro, esto no es válido de usar como excusa para no concretar y desarrollar procedimientos y controles que mitiguen ese riesgo de fraude latente y muchas veces ya existente.

6. Que los auditores detecten el fraude: De acuerdo con las estadisticas de la Asociación de Examinadores de Fraude Certificados (ACFE) de 2018, el porcentaje de descubrimiento de situaciones o sospechas de fraude por parte de los auditores es de menos de un 20%. Por ello, esta afirmación no tiene lógica al dejar todo el trabajo a un auditor que muchas veces tiene sus honorarios recortados debido al deseo de los clientes de reducir gasto y, además, rara vez se confiere a los departamentos de auditoría interna la autoridad y responsabilidad precisas para detectar e investigar fraudes.

Todo esto nos hace reflexionar que, aunque existen muchas actitudes frente a si establecer o no controles, la actitud siempre debe ser, si es posible, mitigar o simplemente reducir el riesgo de fraude, con el objetivo de tener un control sobre estas situaciones y no tener que cada año presupuestar más recursos a un patrimonio que va desapareciendo, sin que se realice algo para impedirlo.