¿A DÓNDE FUERON AQUELLOS QUE NO SABEMOS DE DÓNDE VINIERON?
Nos brindaron su cariño y amistad, mucho mejor que hermanos de sangre. Algunos, crecieron con nosotros, compartimos con ellos sueños inmensos, cuando la imaginación se soltaba sin atavíos que le impidieran crecer, sin prevenciones e inseguridades.
¿Se acuerdan cuando de niños nos atrevíamos a vivir aventuras que hoy no permitiríamos a nuestros nietos?
¡Menos mal nacemos bien irresponsables!
Esa circunstancia nos permitió ir moldeando lo que a futuro seria nuestro carácter y lo que hoy somos como resultado de un aprendizaje experiencial que, por nuestros errores, nos permitieron conocer lo que, sin ellos, no hubiéramos logrado.
Hoy, miramos hacia atrás en espacios de tiempo tan extensos de vida que todo parece difuminarse en el pasado, pero nos quedan aquellas vivencias maravillosas de la infancia donde nuestros amigos eran de verdad, amigos. No relacionados que, simplemente, procuran malearnos de conformidad a sus intereses.
Somos de una generación que empieza a desaparecer y que nunca antes se imaginó el poder y la capacidad de cambio de la humanidad para crear, con base en esa impronta divina de capacidad imaginativa que la ha hecho soberbia e intransigente ante Dios y el mundo, procurando, equivocadamente, buscar la libertad en medio de un afán desbordado y sin fronteras que le ha hecho, hoy en día, perder su esencia.
Se nos olvidó que somos parte de la naturaleza toda y que esa circunstancia nos hace extremadamente dependientes de ella.
La vemos, la sentimos, pero no la apreciamos ni la cuidamos. Hemos llegado al punto más miserable de nuestra existencia en el que, por creernos supremos, poderos y centro del mundo, olvidamos a Dios y, como nos incomoda, ahora, queremos destruirlo, como estúpidamente venimos haciendo con la naturaleza.
Hemos llegado al punto extremo de estupidez e irracionalidad supina que, en ese proceso de destruction natural, nos estamos quedando sin el agua, los alimentos y el aire que requerimos para vivir, porque hemos decido llevar a cabo un proceso de destrucción masiva e irreversible del medio ambiente en que vivimos. Sin saber que, ello, es el resultado de la lucha con que la naturaleza responde a nuestra inmensa imbecilidad que no se da cuenta de la superioridad infinita que ella tiene para ganarnos esta batalla.
Nuestro otro enemigo incómodo se ha vuelto Dios que nos estorba, porque no nos gustan sus designios, ni nos satisface la esencia corporal, racional y espiritual con que hemos sido creados.
Somos mortales, pero queremos ser inmortales. Somos racionales pero actuamos como los seres más irracionales; y desconocemos nuestra espiritualidad por el hedonismo que nos invade. El placer, prima sobre sobre el ser, a punto de llegar a matar a nuestros propios hermanos que, por desgracia, sentimos que nos estorban en el camino. Pero, para justificar estas depravaciones, hemos decidido también matar a Dios nuestro Padre y creador. Es un acto imposible y, además, repugnante, que no tiene calificación ni se puede definir por su barbarie e ingnorancia.
Por eso, recuerdo hoy a mis amigos de la infancia. Aquellos que nunca supe exactamente de donde vinieron y adonde se fueron, pero que supieron, conmigo, disfrutar de las cosas sencillas. Esas pequeñas cosas que nos alivian la jornada y nos dan la esperanza de reencontrarnos con nuestra esencia. Aquella que corresponde a nuestra naturaleza corpórea, racional y espiritual con que, alguna vez, fuimos creados.
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