Hay sucesos que se nos atraviesan en la vida sin estarlos buscando y que, sin pretenderlo, nos atropellan. No somos actores en esos accidentes, pero pasamos como testigos de ellos, de manera que nos marcan particularmente.
Estando aún en GM, tuve la oportunidad de compartir, en una ocasión, con el fundador de
Colmotores, don Germán Montoya Vélez, siendo él aún secretario de gobierno del presidente Barco.
Se adelantaba la negociación de un largo proceso que parecía llegar a su fin, en el que Germán Montoya había decidido vender a GM sus acciones de Colmotores en
Colombia. Era algo que manejaban los abogados. Pero mi condición de gerente de GM Trading Corp., exigía mi protocolaria presencia en tales reuniones.
Don Germán Montoya, ya hacía muchos años —1956—, había fundado la empresa, encabezando un grupo de empresarios colombianos que, en alianza con la British Motor Corp., BMC, habían decidido montar una ensambladora de vehículos Austin, la que entregó, al mercado colombiano, su primer carro en 1962.
La empresa había tenido éxitos importantes, pero también, momentos de crisis muy grandes que la llevaron a cambiar de propietarios dos veces:
La primera, se dio cuando Chrysler compró las acciones de BMC. Lo que significó un renacimiento con vehículos de mayor tamaño,como el Dodge Coronet, medianos, como el Dodge Dart y el Simca. Este último, empezó a competir, con relativo éxito, contra el R4.
La segunda, tuvo que ver con el mercado de ensamble de vehículos en Colombia, que cobró un dinámica acelerada; lo que provocó que GM se interesara en Colombia. Y, ante una fuerte crisis de Chrysler en EEUU, esta vendió a aquella su participación en Colmotores.
Don Germán, en el momento en que lo conocí, me impresionó sobre manera. Era el hombre más poderoso de Colombia, por su posición en el gobierno de Virgilio Barco, como secretario general; pero, además, como exitoso empresario y político. Todo ello, lo había logrado a un alto costo: el secuestro de su hijo y el de su hermana que había sido asesinada por el cartel de Medellín; más la pérdida de la mayoría de sus acciones en Colmotores, debida al ingreso del capital de las multinacionales que la absorbieron y relegaron la participación de don Germán a su más mínima expresión.
Cuando estreché su mano, aún era fuerte en el saludo, pero sus ojos ya no eran los del superhéroe que yo imaginaba.
Se notaba cansado y, aunque sonreía, se apreciaba la cara de un hombre muy emocionado y, quizás, lleno de nostalgias, por el significado del momento, pues se iniciaba el desprendimiento definitivo de la propiedad que aún le quedaba del sueño de toda su vida, que era reconocido en Colombia como un gran logro empresarial.
La cena era exquisita y yo pensaba que, la conversación, iba a estar llena de anécdotas que nosotros, desde GM, queríamos oír. Pero,
el ánimo de don Germán, no estaba para ello. Las cargas de un gobierno que llevaba a sus espaldas, como secretario de gobierno de Virgilio Barco, unidas a una vida llena de sobresaltos y frustraciones, pesaban sobre este hombre, de manera enorme, en esos momentos.
Se decía que, por la grave enfermedad que empezaba a afectar al presidente de la República, don Germán, era el presidente en la sombra. Todos los sucesos del gobierno, sus críticos, lo achacaban a sus intereses económicos y políticos.
Los abogados de don Germán y de GM se encargaron de concretar la transacción.
Yo, había sido espectador de un momento histórico en que un hombre muy poderoso, poco a poco, se adentraba en la vejez, lleno de amigos y enemigos que lo adulaban y lo vilipendiaban.
Había visto las banalidades de la vida expresadas en un hombre que, en medio de sus éxitos y fracasos, no tenia paz interior y, su ambición, que lo acompañaría en los años venideros, continuaba, y, estoy seguro, nunca sirvió de paliativo para tantos golpes que le propinó la vida. Quiera Dios que, hoy, a sus 99 años, tenga paz, y se encuentre acompañado de sus seres queridos más cercanos.