Pude conocer a Guillermo Perry, de niño, cuando en la casa de mis primos, Amaya Fandiño, en las parcelas de Suba, estuvo presente, en alguna reunión familiar.

Luego, lo encontraría en la Universidad de Los Andes, cuando nuestros sueños juveniles nos apasionaban por tener un mejor país. Esos sueños, nos llevaron a integrar la Juventud Patriótica, brazo juvenil del MOIR (Movimiento Independiente Revolucionario), que se conformaría, por aquellos años.

Formábamos parte del grupo de estudiantes que pertenecíamos a la facultad de ingeniería. Nuestra formación tecnócrata, nos obligaba a satisfacer nuestra preocupación por los problemas sociales del país, tomando cursos de antropología, historia, ciencias políticas y económicas, en las respectivas facultades que, a modo de extensión, se promovían en la Universidad de Los Andes. Cosa que, quienes no han estado en esa Universidad, desconocen, creyendo, equivocadamente, que quienes por allí pasamos, no teníamos la sensibilidad social que sólo se logra por las vivencias propias, en medio de un mundo lleno de restricciones y dificultades económicas, o por los estudios humanísticos, que nos relacionan con ese mundo y sus realidades. Todo ello, además de despertar sentimientos de solidaridad y de cambio, nos curtía con una formación académica importante que permitía, por la calidad de los profesores, despertar una sensibilidad social que nos acompañaría toda la vida, unida a un sentimiento de deseo de libertad responsable que centraba nuestras preocupaciones.

En ese ambiente del campus universitario me reencontré con Guillermo Perry. Con él y otros estudiantes, de diversas facultades, compartíamos foros y discusiones académicas, en los que expresábamos nuestros anhelos y curtíamos nuestro pensamiento y discurso, preparándonos para un futuro que nos exigiría mucho, soportados en todo lo aprendido y experimentado, como futuros profesionales.

Guillermo, se destacaba por algo que no se puede llamar de manera diferente al “buen juicio”. Varios de nosotros, dejábamos que la pasión que despertaba nuestra sensibilidad social, se desbordara; por ello, provocamos el único paro que ha tenido la Universidad de Los Andes en toda su historia. Guillermo, con otros muchos, sobre los que tenía gran influencia, convocaba a la mesura. Con argumentos que si bien, algunos de ellos, no nos convencían plenamente, respetábamos profundamente. El tiempo, también, por aquella época, le dio la razón. Esa mala decisión, significó un consto muy grande para la universidad y quienes, desde el estudiantado, participamos de esa aventura.

Dejé de compartir con Guillermo, muchos años después de haber salido de la Universidad.

Lo vine a encontrar en la junta directiva de Terpel, cuando era el Ministro de Minas del presidente Virgilio Barco. Allí le comenté de mi renuncia a la Presidencia de Terpel, por motivos que, en otra columna, ya relaté. Lo único que me dijo fue: me alegró mucho haberte podido reencontrar. Lástima que estés de salida. ¿Sigues igual de apasionado? Yo le dije, ya no tanto, pero sigo igual de imprudente. No me retes…

No volví a tener, desde esa época, oportunidad de compartir con él. Pero, nunca dejé de leer sus escritos, ni de admirar sus logros y esa manera inteligente y prudente de enfrentar todos los retos.

Que Dios lo guarde por siempre en Su Eternidad.