Uno de los principales objetivos de la agenda 2030 de Naciones Unidas es erradicar la pobreza extrema y el hambre. La principal estrategia de los países para lograr esta meta es garantizar la inocuidad de los alimentos, lo cual se caracteriza por ser el conjunto de condiciones y medidas necesarias durante la producción, almacenamiento, distribución y preparación de los mismos, asegurando que no representen un riesgo para la salud una vez sean ingeridos.
La seguridad alimentaria hace parte de este proceso, pues garantiza que la población, a nivel mundial, cuente con la la energía y los nutrientes necesarios para vivir una vida plenamente productiva. Es más, cuando a las personas con menores recursos se les pregunta ¿cuál es la principal prioridad para sí mismos y para sus familias? Su respuesta es tener una alimentación adecuada.
Esta alimentación incluye granos, tubérculos, vegetales, verduras y sobre todo proteína y nutrición animal. Sin embargo, sobre este último concepto se han desarrollado cierto tipo de mitos como la posible pubertad precoz en los niños, debido a la ingesta de alimentos y proteínas procesadas, con el fin de acelerar su crecimiento, tamaño y volumen de producción.
Así mismo, las enzimas forman parte importante dentro de la alimentación diaria, al igual que las vitaminas, los azúcares o los minerales, ya que regulan todas las reacciones químicas del cuerpo humano. En este mismo sentido, por medio de soluciones químicas, la industria alimentaria ha aprovechado las enzimas, pues a través de la innovación en la tecnología se ha gestado un rápido desarrollo que en los últimos años ha tenido la enzimología en el ámbito de la bioquímica de alimentos, teniendo en cuenta la sostenibilidad como eje fundamental en su producción
¿Quieres saber más sobre cómo creamos química para un futuro sostenible? Escúchanos en nuestro Podcast Cuestión de Química, disponible en Spotify, Apple Podcast y Deezer o escríbenos a comunicaciones-bcn@basf.com