Generación tras generación resaltan la importancia de gestionar eficientemente el agua, así como la dependencia que tiene la agricultura de este recurso. El agua es fundamental para la producción agrícola y, por ende, determinante para la seguridad alimentaria. Sin embargo, el Banco Mundial indica que la agricultura de riego representa solo el 20 % del total de la superficie cultivada y esta aporta el 40 % de la producción total de alimentos en el mundo.

Las proyecciones para el 2050 colocan presión sobre el tema agua, pues el crecimiento cercano a los 10.000 millones de habitantes en el mundo requerirá más alimentos y fibras, lo cual, a su vez, exigirá un aumento en la producción agrícola del 70 %. Sin duda, la demanda por agua será el desafío más importante de los países agrícolas.

Colombia, que es un país acuático por sus costas en dos océanos, ríos y demás riqueza hídrica, debe enfocarse en la gestión de este recurso para la agricultura. Por un lado, tal como lo describen varios estudios, las obras de infraestructura son cruciales, no obstante, en Colombia el distrito de riego más reciente fue construido hace más de 50 años.

Otros países han logrado una infraestructura ejemplar en riego, por ejemplo Perú, que trasvasó las aguas de uno de sus ríos a través de un túnel para irrigar un desierto, que varios años después es un proyecto materializado, con inversión privada y pública, que se convirtió en un polo de desarrollo económico por cuenta del auge agrícola y el asombroso crecimiento de las exportaciones de Perú. Entonces, ¿por qué Colombia no podría lograr proyectos de infraestructura dada su riqueza natural? Realmente es un deseo que, con planeación, reglas claras de juego e incentivos de inversión, podríamos lograr.

Paralelamente, también podríamos lograr soluciones en lo necesario de agua, con una cultura enfocada a guiar los productores del campo. Solo imaginar el ciclo del agua incita a que trabajemos para gestionar este recurso, de acuerdo con la realidad de cada finca según su ubicación.

La ubicación de las fincas es primordial porque la situación del agua es diferente en cada lugar, pero con seguridad habrá siempre oferta gracias a alguna fuente de agua. Debemos trabajar con los productores del campo, porque necesitamos multiplicadores para cambiar las buenas prácticas de gestión en el agua.

Conocer casos colombianos en los que con tan solo cuidar un bosque se ha generado acumulación de agua en las hojas, tallos, suelos, como también la evaporación que forma nubes y retorno de gotas, confirman que las comunidades con conocimiento en la gestión del agua son solución efectiva, mientras que se desarrollan los proyectos de infraestructura.

Trabajar con las comunidades en la cultura de la variabilidad del recurso agua permitirá activar todos los factores para superar el estrés hídrico que sufren los cultivos y, mientras que se desarrolla la infraestructura, podremos activar otros sistemas de riego, revisando la inversión en la fuente y separando el uso del recurso, entre otros.

Colombia y todos los actores interesados en el agro debemos trabajar por el desafío del agua. Trabajemos en los lugares, revisemos las fuentes naturales, planeemos su gestión para dotar a los productores de este recurso de forma inteligente y racional, debemos multiplicar una cultura para gestionar el agua.

La apuesta en infraestructura es un imperativo, pero en el entretanto avancemos con el trabajo con las comunidades, pues si queremos agricultura necesitamos agua. Y gracias a las bondades de Colombia contamos con ese recurso, la tarea está en trabajar en el corto y mediano plazo con lo que tenemos, para lo que deseemos.

Vamos para adelante.

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