Según la FAO, al 2050 se proyecta un crecimiento de casi 25% en la población mundial, que tendrá mayor capacidad adquisitiva y que demandará un 70% más de alimentos, proyección que plantea un reto para el mundo y, por supuesto, para Colombia.

El listado de países que pueden convertirse en líderes globales en la producción agrícola registra a Colombia, pues la FAO indica que es el cuarto país de América Latina con tierras disponibles para la producción agrícola, además, de ser el tercero con mayores recursos de agua, diversidad climática y variedad de productos atractivos para los mercados internacionales.

Los que aspiramos a que Colombia sea líder global, debemos reconocer que es fundamental trabajar en los factores que afectan y han afectado históricamente la competitividad y el desarrollo agrícola, entre los cuales es relevante la baja productividad por hectárea, e incluso en el contexto latinoamericano, porque al comparar al país con el vecindario también se aprecian bajos rendimientos.

Los Objetivos Mundiales de Desarrollo indican que para el 2030 debemos duplicar la productividad agrícola. Son solo siete años para doblar el volumen de cosechas por área, es decir, lograr que en la superficie se practique una agricultura productiva y sostenible.

No hay tiempo para errores ni dilación de acciones en campo, por eso la concentración debe ser las prácticas agrícolas resilientes que aumenten la productividad y fortalezcan la adaptación al cambio climático (como sequías e inundaciones) que contribuyan al mantenimiento de los ecosistemas y mejoren progresivamente la calidad de la tierra y el suelo.

Suena difícil pero no imposible, porque el tipo de agricultura que en siete años tendremos, será el resultado de las acciones que tomemos hoy. Por eso, el trabajo que realicemos debe concentrarse en las fincas para aplicar el modelo agronómico que atienda la realidad fitosanitaria y nutritiva de los cultivos. En varios núcleos productivos lo hemos aplicado y tenemos resultados con incrementos de 35% y hasta 120% en las cosechas, así como una reducción de costos de entre un 20 y 25%, especialmente en fincas pequeñas y medianas, es decir, de menos cinco hectáreas.

Además, cuando hemos sometido a verificación la calidad e inocuidad de las cosechas los resultados han sido positivos y satisfactorios, porque las buenas prácticas agrícolas exigen la protección y nutrición de cultivos con paquetes que combinen adecuadamente los insumos y bioinsumos, a la medida de cada uno de ellos.

Así que manos a la obra, siete años pasan muy rápido y en nuestras manos está lograr los resultados que desde hoy realicemos.

Ojalá que en el 2030 digamos: “pudimos duplicar la productividad de los cultivos colombianos y por eso ganamos la posición de líderes en el mundo”. ¡Que así sea!

Nos vemos pronto.