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La película “La Gran Apuesta” muestra como, a raíz de la burbuja de la finca raíz en el 2007, unos pocos grupos de inversionistas hábiles lograron enormes fortunas. Se llevaron por delante al sistema financiero, y de paso infligieron enormes pérdidas a millones de familias.
Los instrumentos mencionados en la película son los MBS, ABS, SPV, CDS, CDO y CDO sintéticos, que hacen parte de lo que se llegó a llamar “la ingeniería financiera moderna”. Mediante ellos, pudieron apostar a que el derrumbe se iba a producir.
A continuación una breve descripción de cada uno, tal como apareció en una nota que publiqué en Portafolio en agosto de 2010, y donde se identifican las citaciones. (http://www.portafolio.co/economia/finanzas/ingenieria-financiera-moderna-474188)
MBS y ABS (“mortgage-backed securities” y “asset-backed securities”)
Al final de los años sesenta, el sistema financiero de los países avanzados era aún bastante primitivo. Para evitar que especulasen con los depósitos del público, los bancos estaban obligados a comportarse como bancos. La banca de inversión conformaba un mundo aparte.
Los préstamos que otorgaban seguían figurando como activos en sus balances, con la excepción de algunas hipotecas que podían ser vendidas a una empresa del Estado (con el propósito de mantener alta liquidez en ese mercado.) No existían bolsas de productos derivados, y la innovación financiera era muy escasa. “Daba la impresión de que la quiebra de bancos era una enfermedad del pasado y de que el problema de inestabilidad financiera había sido resuelto por siempre.”
Ocurrieron dos hechos, que habrían de reflejarse en la película. Primero, aparecieron las MBSs, hipotecas individuales empaquetadas en forma de bonos, con diferentes niveles de riesgo y negociables a través de su gigantesco mercado de crédito. Y segundo, se privatizó esa agencia, por lo cual se vio abocada a incurrir en más riesgos en la búsqueda de mayores retornos.
Pero como habría de evidenciarse, facilitaron que gente sin la calificación necesaria obtuviese préstamos para vivienda, bajo la falsa premisa de una subida permanente en los precios. Igual sucedería con los préstamos para vehículos, tarjetas de crédito, cuanto crédito existiese, originando de paso las ABS (la “A” de activos remplazó a la “M” de “mortgage”, hipoteca en inglés.)
SPV (“special purpose vehicles”)
El capital de un banco es pequeño en relación con los recursos a su cargo. Si se producen pérdidas que lo superan, el banco se vuelve insolvente. Con el fin de darle solidez al sistema, en 1988 se acordó en Basilea que debe representar por lo menos 8% de los activos, ponderados de acuerdo con su riesgo.
Un banco, como toda empresa, tiene que incluir en su balance todos sus activos. Pero hecha la ley hecha la trampa, pero de una forma legal. Se crearon mecanismos para hacer desaparecer los activos de riesgo; en efecto, la norma no cubrió a las empresas en las cuales el banco tiene una participación inferior al 50%. Muchos de esos activos fueron entonces trasladados a empresas subsidiarias como bancos de inversión, fondos de cobertura o bajo cualquier otro nombre, siempre y cuando no figurasen como bancos comerciales.
Así aparecieron las SPVs, empresas donde fueron trasladados muchos de esos activos. Los bancos, a cambio, reciben dinero constante y sonante o instrumentos de muy bajo riesgo. Mediante esa sencilla fórmula, mejoran su relación capital/activos de riesgo, obteniendo mayor capacidad para otorgar nuevos créditos. Los SPVs, a su vez, empaquetan esos productos y los ofrecen al público. La demanda parecía insaciable, gracias a tasas de interés que en ocasiones llegaban hasta el 20%.
CDS (“credit default swaps”)
Se escucha con frecuencia que Warren Buffet calificó alguna vez a los instrumentos derivados como “armas de destrucción masiva”. Se refería específicamente a los CDSs, instrumentos con apariencia de simple seguro contra el incumplimiento en el pago de un bono. (Un “swap” es un acuerdo entre dos bandos para intercambiar flujos de caja.)
Pero más que simples seguros, los CDS evolucionaron como instrumentos financieros, negociados mediante acuerdos privados (no existen bolsas donde se puedan observar sus precios.) Muchas veces el comprador ni siquiera posee el bono. Como el precio del seguro va de la mano con el riesgo de incumplimiento, se convirtieron en instrumentos predilectos de los especuladores. Su volumen alcanzó $62 trillones de dólares en 2008 (un poco menos de un trillón al comenzar el milenio)
En las épocas buenas, los emisores cobraban excelentes primas y eran muy pocos los pagos a que se veían abocados. Pero como saldría a relucir más tarde, nada garantizaba que en un momento dado podrían efectuarlos. Entre enero y junio de 2006, mundialmente se habían emitido $2.3 trillones de dólares en bonos con grado de inversión. En ese mismo período, el volumen de los contratos de CDSs alcanzó $26 trillones. Se generaron seguros muy superiores a la deuda vigente. AIG (junto con Lehman Brothers acaparaban una importante tajada), estaba prácticamente quebrada al tener que afrontar el pago de primas por decenas de billones de dólares.
CDO (“collateralized debt obligation”)
Son instrumentos similares a las MBS, pero amplificados. Sus activos ya no son hipotecas, sino MBS, ABS o grandes préstamos corporativos. El principio es el mismo, pero más grande y más complicado. Los elegantes modelos teóricos aseguraban que se reducía el riesgo mediante el ofrecimiento de un mayor número de préstamos en garantía.
Su construcción requiere de Ph.D.’s en matemáticas o en física, cuyo trabajo consiste en re-empaquetar sucesivamente hipotecas previamente empaquetadas, bajo diferentes condiciones de riesgo. Al igual que los CDSs, no se negocian en bolsa. Juntos, llegaron a constituirse en el motor del mercado moderno de crédito. Los fondos de cobertura de Bear Stearns, parte del problema que finalmente acabó con esa firma, estaban invertidos en un 90% en CDO.
CDO sintético
“En este instrumento” “el recorrido entre el emisor y el inversionista final es aún más largo y complejo. Es el más riesgoso y menos transparente de todo el mercado de crédito.
El final
Todo comenzó como una simple burbuja de finca raíz, en la cual la gente se endeuda más de la cuenta, los inmuebles se desvalorizan y los bancos ven como los bienes recibidos en garantía pierden día tras día su valor. Vino acompañada de una burbuja hipotecaria, alimentada por modalidades de préstamo exóticas, requisitos laxos y tasas de interés artificialmente bajas. Pero un poderoso y complejo mercado de crédito amplificó el problema y lo esparció entre inversionistas regados en todos los confines del mundo. Cuando este mercado colapsa, “no sólo se quiebra la abuela, sino también su banco, el re-asegurador de ese banco y posiblemente el mismo gobierno, al verse forzado a entrar al rescate.”
Los fondos de cobertura, con sus estrategias complejas y muy apalancados, no hicieron sino aumentar el problema. El sistema financiero, en medio de jugosas ganancias, se negaba a reconocer el monstruo que había creado.
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