Cuando por estos días se hace referencia al mercado de acciones norteamericano, se alude a la «década perdida.» En efecto, entre 2000 y 2009 el índice S&P 500 bajó 1% anual en promedio. Pero el mercado de ese país no se circunscribe a las grandes empresas que lo componen; según recordaba Stan Luxemberg en «The Street», de las 55 categorías en que la firma de investigaciones Morningstar lo tiene clasificado, 51 obtuvieron rendimientos positivos durante ese período. Lo encabezaron los fondos especializados en recursos naturales, con una rentabilidad anual cercana a 13%. Las empresas «pequeñas de valor» no aparecen demasiado distantes, con un 8.6% anual.
A la fecha, esta categoría muestra un rendimiento anual de 9.23 anual durante los últimos 10 años.
¿Porqué esa diferencia, si al fin y al cabo todos los graves problemas afrontados en la década fueron comunes para todas las categorías? La explicación que primero salta a la vista es que las acciones de las grandes empresas se encontraban terriblemente sobre- valoradas en el año 2.000, cuando estalló la burbuja de telecomunicaciones y tecnología.
Al contrario, las acciones de las pequeñas empresas, menospreciadas en ese entonces, tomaron una ruta bien diferente. En ese año, las empresas grandes de crecimiento tuvieron una pérdida de 13% mientras que las empresas pequeñas de valor disfrutaron de un rendimiento positivo de 19%.
Al conformar un portafolio en renta variable, la primera regla es mantener una adecuada diversificación entre acciones domésticas e internacionales. Y al abordar el mercado norteamericano, entre empresas grandes, medianas y pequeñas (el tema que nos ocupa ahora), acciones de valor y de crecimiento, y entre los diferentes sectores según el tipo de industria.
Cada categoría tiene un ciclo propio y no hay técnica alguna que pueda predecir los movimientos y relevos. La idea es entonces establecer un plan original que involucre una adecuada diversificación dentro de todas las áreas. Una vez establecido, lo más conveniente es ceñirse a él.
Como suele ocurrir, una estrategia de este tipo pudo resultar frustrante para los inversionistas que se mantuvieron diversificados durante la segunda parte de los años noventa, cuando el mercado fue dominado por un pequeño número de las mayores acciones de crecimiento. (Las quince mayores empresas del S&P generaron más de la mitad del 28% que ese índice se valorizó en 1998) Las bolsas internacionales también crecieron a un ritmo muy inferior. De acuerdo con un estudio de la firma T. Rowe Price en ese entonces, el índice S&P 500/Barra de crecimiento subió 42% en 1998, mientras que el índice S&P 500/Barra de valor solo creció 15 % en ese año. La acción promedio inscrita en el NYSE bajó en 6% y el índice Russell 2000 de empresas pequeñas cayó un 2%.
Pero ya conocemos de memoria lo que sucedió a partir de marzo de 2000, especialmente a los portafolios concentrados en ese segmento, de lo cual aún no se han podido recuperar.
El liderazgo se produce en ciclos que pueden durar varios años. En esa firma analizaron tres sectores: acciones de alta capitalización, baja capitalización e internacionales. Las acciones de baja capitalización dominaron de 1979 a 1983 y 1991 a 1992. Las internacionales de 1984 a 1988 y 1993 a 1994. Las de alta capitalización de 1989 a 1990 y 1995 a 1999. A través del tiempo, nada tiene de raro que los líderes se transformen en coleros.
Algunos sectores tienden a funcionar bien en determinadas épocas, para ser sucedidos por otros. Mantener una adecuada diversificación, re-balanceando periódicamente, (tema de un blog posterior) permite reducir la volatilidad y aumentar la posibilidad de lograr las metas trazadas.
En general, las empresas pequeñas son más ágiles y responden más eficazmente ante una recuperación económica. Sus acciones tienden a subir primero, lo cual se comprobó una vez más a raíz de la crisis reciente. Por otra parte, involucran mayor nivel de riesgo y son las que más se resienten cuando el crecimiento decae. Gracias a sus balances más sólidos y sus flujos de caja y utilidades más sostenibles, las empresas grandes son quienes tienden a tomar el relevo, más aún cuando se acercan tiempos difíciles.
Por otra parte, un dólar que se fortalece afecta más a las grandes empresas, porque dependen en mayor grado de sus exportaciones. Y una economía con tasas de interés bajas favorece relativamente a las empresas pequeñas, mucho más sensibles a este respecto.
Las respuestas al blog anterior son:
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Harry Adler
hadler@stanfordalumni.org
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