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Daniel Kahneman, el sicólogo que en el 2002 obtuvo el premio Nobel en ciencias económicas, fue pionero en comprobar cómo la gente, al tomar decisiones en condiciones de incertidumbre, se comporta de una forma muy diferente a la que proponen los modelos económicos clásicos.
De la mano con Amos Tversky, efectuó numerosos experimentos que revelaron inicialmente una veintena de sesgos cognitivos, o errores inconscientes de razonamiento que distorsionan la forma como juzgamos al mundo.
Un tema recurrente en su libro “Thinking, Fast and Slow” (Pensar, Rápido y Despacio) publicado en el 2011, es el exceso de optimismo y confianza inherente a los seres humanos. Lo describe como el más significativo de todos los sesgos.
En lo que se relaciona con los mercados financieros, el fenómeno de exceso de confianza ha sido ampliamente estudiado por los profesores Brad Barber (Universidad de California en Davis,) quien figura en la lista de los 50 eruditos en finanzas mayormente citados, y Terrance Odean (Universidad de California en Berkeley,) alguna vez alumno de Kahneman.
Según ellos, resulta difícil reconciliar el volumen de operaciones que se registran en los mercados de acciones, con las necesidades reales de los inversionistas racionales. Afirman que estos últimos no pueden ser responsables de una tasa de rotación de 76%, como la que tuvo en 1998 la bolsa de Nueva York
Para ellos, la sencilla explicación es un exceso de confianza sobre la habilidad personal, el conocimiento que se tiene, el nivel de riesgo asumido, y sobre lo que nos depara el futuro. No solo malinterpretamos sistemáticamente la información que tenemos a mano, sino que además somos irrealmente optimistas ante hechos que muchas veces resultan puramente aleatorios.
La heurística de exceso de confianza ha sido reseñada en prácticamente todo tipo de profesionales.
Para comprobar su teoría, han elaborado numerosos estudios. En uno de ellos, “The Courage of Misguided Convictions” (El Coraje de las Convicciones Erradas,) de 1999, estudiaron el comportamiento de 78.000 cuentas familiares, durante el periodo comprendido entre enero de 1991 y diciembre de 1996. Cerca del 60% de esos activos se mantuvo invertido en acciones, involucrando cerca de tres millones de operaciones. Al final del estudio, esas cuentas acumulaban $4.500 millones de dólares invertidos en acciones.
Las dividieron en cinco grupos, de acuerdo con la rotación promedio mensual de sus posiciones. El más bajo tuvo una rotación de 0.19%, y el más alto 21.5%.
El resultado fue que estos últimos obtuvieron una rentabilidad anual promedio de 11.4%, contra 18.5% de los primeros (importante tener en cuenta que el estudio se llevó a cabo en medio del gran mercado alcista del final del siglo pasado.)
Demostraron que los inversionistas con exceso de confianza negocian con mayor frecuencia sus acciones, y consecuentemente reducen su utilidad esperada, en pocas palabras.
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