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En un blog anterior, tuve la ocasión de mencionar las directrices impartidas por el señor Warren Buffet, con respecto al manejo del legado que dejará a su esposa: el 90% en un fondo indexado de acuerdo con el S&P 500 de muy bajo costo, y el 10% restante en un fondo de bonos del Tesoro de corto plazo.
Pero esta decisión, práctica y muy efectiva, no debe ser interpretada como una adhesión por parte de Buffet a la teoría de los “mercados eficientes,” la cual fue el centro de atención durante muchos años en las grandes escuelas de negocios.
Para quienes no están familiarizados, esa teoría sostiene básicamente que en todo momento el precio de una acción es “correcto” e implica que, salvo por cuestiones de azar, es imposible superar a largo plazo el mercado utilizando exclusivamente la información pública disponible.
Al respecto, en su reporte anual correspondiente al 2006, contaba Buffet que cincuenta años atrás habría de hacer su primera recomendación, y que habría de ser la última, con respecto a un asesor financiero, por solicitud de una familia cercana que requería los servicios de alguien honesto y capaz.
Se trataba de un viejo amigo suyo, Walter Schloss, “una de las personas correctas en Wall Street”, quien por los tiempos de esa asamblea cumplía noventa años de edad.
Relata que entre 1956 y 2002 manejó una exitosa firma de inversiones, de la cual no obtenía un solo centavo, a menos que sus clientes ganasen dinero. No estudió en ninguna universidad, ni jamás asistió a una escuela de negocios. No tenía secretaria, ni asistente, ni contador. Su único asociado era su hijo, graduado de una escuela de arte. Gracias a un “crecimiento desmesurado”, su oficina pasó de tener un archivador, hasta llegar a cuatro.
Según Buffet, jamás se les ocurrió utilizar información privilegiada. De hecho, recuerda, muy pocas veces buscaban información externa, dado que seleccionaban sus inversiones mediante métodos estadísticos muy simples, que aprendió cuando trabajaba para el señor Benjamín Graham. No sobra recordar que, para muchos, el profesor Graham es el personaje más influyente en el tema de finanzas, y cuyo alumno predilecto era el mismísimo Buffet.
Cuando alguna vez alguien le solicitó la descripción de su técnica, respondió que la idea era comprar las acciones cuando estaban baratas, a la manera de Graham. “Ninguna mención a la teoría moderna de portafolios, al análisis técnico, a consideraciones macroeconómicas, o algoritmos misteriosos y complejos.”
El hecho es que, con la idea fija de no incurrir en pérdidas permanentes, produjo resultados que durante sus 47 años de actividad sobrepasaron ampliamente al índice S&P 500. Particularmente notorio es que logró ese récord con inversiones en cerca de mil empresas, generalmente del tipo promedio. Algunos ocasionales grandes aciertos no explican su éxito, y estadísticamente hablando, explica Buffet, resulta imposible que su éxito haya sido producto del azar.
En efecto, muchos estudios han demostrado las bondades que a largo plazo trae la inversión en acciones cuando los precios se encuentran significativamente por debajo de algún estimativo adecuado de su valor intrínseco. Es la estrategia de “valor”, planteada por primera vez en 1934 por Graham y practicada por Warren Buffet. Es tal la confianza de este último en la técnica que, cuando se decide, se apodera de una tajada importante de esas empresas.
Pero una cosa era antes, y otra cosa es ahora. Y una cosa es Buffet, y para el caso Walter Schloss, y otra muy diferente es un simple mortal, cuyo solo propósito es lograr financiar un digno retiro. De ahí la recomendación al comienzo de la nota.
Y a quien pueda demostrar que está en condiciones de superar consistentemente al mercado, el sector financiero internacional está presto a ofrecerle un sueldo muchas veces superior al de nuestro James Rodríguez.
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