Tradear a no tradear (Parte I)

Muy bueno seguir abriendo puertas que permitan negociar acciones sin tener que recurrir a intermediarios.    

 

Pero antes de entrar a participar indiscriminadamente en el juego, bien vale la pena echarle un vistazo a Nessim Taleb, el del “Cisne Negro”, cuando advierte sobre la predisposición innata que nos empuja a enfatizar lo irrelevante, a enfocarnos en lo conocido a costa de lo desconocido, a simplificar y encasillar más de la cuenta, a subestimar la incidencia del azar.  

 

Cuenta en su nuevo libro “Fooled by Randomness”, (Trampeados por el Azar), que largos períodos de estabilidad atraen hordas de especuladores. Pero inesperadamente se revientan, pierden el dinero de sus clientes y se ven obligados a cambiar de profesión. Con el transcurso del tiempo, escribe, se borra la memoria y el ciclo se repite. Su tasa de supervivencia, en períodos de diez años, no alcanza el diez por ciento.
Recuerdo que en 2005, en medio de un período estelar de nuestra bolsa de valores, un comisionista me ofreció sus servicios profesionales para “tradear” mis ahorros. Su propuesta consistía en comprar y vender acciones dentro de un mismo día.

A sabiendas de que “la suerte es democrática y susceptible de acompañar a cualquiera”, ¿será que existió un grupo representativo de inversionistas particulares con retornos, después de comisiones, superiores al 100% registrado por la bolsa en ese año? Lamentablemente nadie informa nada.
Existe un estudio publicado en 2004 por los profesores Brad Barber y Terrance Odean, financistas de comportamiento de la Universidad de California. Durante cinco años estudiaron el movimiento de 130.000 cuentas  involucradas en esta actividad en la Bolsa de Taiwán. (La número doce en el mundo por su tamaño en ese entonces, y con toda seguridad más eficiente que la nuestra) Por lo que se observa, en ese país resultaron bastante proclives a “tradear”, ya que esa actividad alcanzó el 20% del volumen de las transacciones diarias. Un 97% de este volumen fue atribuible a inversionistas particulares.
En conjunto lograron obtener utilidades brutas, aunque insuficientes para cubrir los costos generados por sus transacciones. (Costo máximo de 0.1425%, más un impuesto de 0.3% sobre las operaciones de venta) Ocho de cada diez perdieron dinero; el grupo de esporádicos, por su parte, registró pérdidas aún antes de gastos.
Identificaron sí un grupo reducido con utilidades consistentes netas de 62 puntos básicos, mediante los cuales cubrió sus costos. “Tradear”, concluyen los autores, “es una actividad traicionera, pero no necesariamente un juego de bobos”. Sería interesante la actualización del estudio, teniendo en cuenta que en ese país seguramente operan ya los sistemas de alta frecuencia que hacen que la competencia resulte aún más brava.
El problema no es de poca monta, porque significó una penalidad anual del 3.8 por ciento para los inversionistas particulares, equivalente al 2.2% del producto bruto de ese país. (Casi igual al consumo anual en calzado y ropa) Es por eso que en los Estados Unidos el hecho ha merecido deliberaciones en el Congreso.
A la luz de esos resultados, cabe preguntarse ¿Por qué somos tan propensos a ello?
Harry Adler

Ingeniero Industrial de la Universidad de los Andes, MBA de la Universidad de Stanford. Empresario independiente como socio y gerente general de las firmas comercializadoras "Socodi" y "Argenti." durante 25 años. Asesor en inversiones internacionales, columnista sobre temas financieros, conferencista hadler@stanfordalumni.org

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Harry Adler

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