'VALOR' Y 'CRECIMIENTO' RESPUESTAS

En la puja de acciones convergen inversionistas disciplinados y serios de largo plazo, especuladores profesionales y una enorme cantidad de participantes bastante inexpertos. Esta mezcla heterogénea genera movimientos erráticos en los precios.

Independientemente de esas fluctuaciones, las acciones tienen un valor intrínseco, relativamente estable. Al negociarlas, los primeros probablemente lo han establecido con una buena dosis de precisión.

Para muchos, un camino alternativo de menor resistencia consiste en invertir en empresas que prometen gran crecimiento. Inherentemente, no hay nada malo en ello. Pero suelen presentarse problemas con el precio al que se adquieren esas acciones, porque esas expectativas normalmente en él ya están incorporadas.

En efecto, suele ocurrir que alcanzan precios insostenibles. Cuando el crecimiento decae, cuando las expectativas se incumplen, cuando se presentan correcciones, son las que más se resienten, generando de paso pérdidas de carácter permanente que resultarán dolorosas. Una larga experiencia confirma el fenómeno y sería redundante insistir en lo que tantas veces se ha comprobado. 

Muchos estudios apuntan a que a largo plazo la mejor estrategia consiste en adquirir esas acciones cuando los precios del mercado se encuentren significativamente por debajo de su valor intrínseco. Es la estrategia de “valor”, planteada por primera vez en 1934 por Benjamín Graham y practicada por inversionistas de la talla de Warren Buffet. 

La idea no puede ser más sencilla: se hace un estimativo del valor intrínseco y se compara con el precio del mercado. Lo primordial es asegurar un buen descuento para protegerse de posibles errores en el avalúo y de las infaltables caídas. Como se trata de identificar empresas que crezcan y se valoricen a través del tiempo, se apunta a obtener doble ganancia: la correspondiente al crecimiento esperado, más la recompensa por haberla adquirido a un precio muy favorable. 

En el curso básico de matemáticas financieras se enseña que el valor intrínseco de un activo corresponde al valor presente del flujo de caja que ofrece.  Pero llevada a la práctica, esta técnica presenta problemas. Requiere proyectar márgenes de utilidad y flujos de caja para períodos de cinco, diez o más años y establecer tasas  apropiadas de descuento. Y como si fuera poco, determinar también lo que sucederá una vez cumplido el período estudiado (el “valor terminal”, que implica dividir un flujo de caja correspondiente a un futuro lejano por la diferencia entre el costo de capital y una tasa estimada de crecimiento constante.) ¿Recuerdan la alusión que hacíamos al profesor Malkiel, al escribir que “la astrología es una ciencia exacta al lado de las proyecciones financieras”?

En un mundo perfecto, las acciones se negociarían muy cerca de su valor intrínseco. Pero sabemos que el mercado está muy lejos de serlo, lo cual en el fondo no es malo, porque al fin y al cabo en ese hecho se originan las oportunidades verdaderamente rentables. La tarea del inversionista es identificarlas y lucrarse de ellas.

Afortunadamente existen propuestas diferentes al método de establecer valores intrínsecos, como por ejemplo la de Christopher Browne (recientemente fallecido) en su libro “The Little Book of Value Investing.” Su idea es circunscribirse a información sólida y confiable: “aunque imposible ignorarlo, el futuro debe ser abordado mucho más con realismo que con demasiado optimismo.”

El primer paso consiste en identificar candidatos mediante un simple proceso estadístico de relaciones financieras con respecto a un índice: por ejemplo, relaciones precio/valor en libros, precio/ganancias estimadas para el próximo año y precio/flujo proyectado de caja. 

Como es preferible limitarse a empresas con utilidades estables (acciones baratas pero de empresas confiables) considera prudente agregar requisitos. Por ejemplo, crecimiento esperado de utilidades superior a 10% en un año, retorno sobre capital por encima de 10%, capitalización superior a $500 millones y valor de la acción superior a US$5.0

Una vez escogidos, realiza a fondo un análisis comparativo de sus estados financieros a través del tiempo: activos corrientes y liquidez, valorización de inventarios y otros activos, endeudamiento, estabilidad en ventas y márgenes brutos, calidad de utilidades antes de intereses e impuestos, opciones concedidas a sus ejecutivos. Una recompra de acciones tiende a ser favorable: si la empresa la hace, ¿quién mejor que ella para saber si el precio es adecuado?  

Finalmente evalúa aspectos como ventaja competitiva (por una parte resulta difícil competir contra Coca Cola, pero por otra a los japoneses no les fue tanto penetrar el mercado de carros), compras de paquetes importantes de acciones por parte de sus funcionarios y de instituciones reconocidas, razones coyunturales a raíz de las cuales un sector o una empresa enfrentan dificultades temporales. 

Los adherentes al concepto de “valor” requieren esfuerzo constante para mantenerse al acecho, paciencia durante la espera a que el mercado reconozca el valor de su hallazgo y estoicismo mientras observan como fondos glamorosos encabezan los rendimientos de corto plazo. Y como exponentes de una actitud contraria, de coraje, para adquirir acciones con las que pocos se atreven.

A pesar de una competencia creciente, siempre rondan por ahí acciones un poco olvidadas que ofrecen un buen descuento a un inversionista de ojo afilado. Y gracias a la globalización, ha crecido el universo donde se puede efectuar esta búsqueda. “¿Por qué entonces son tan pocos sus practicantes?”, se preguntaba Browne. “Por cuestión de temperamento, por una necesidad de gratificación inmediata”, que en todo caso demasiado pocos van a lograr.

Las respuestas correspondientes al blog anterior son:

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Harry Adler

Ingeniero Industrial de la Universidad de los Andes, MBA de la Universidad de Stanford. Empresario independiente como socio y gerente general de las firmas comercializadoras "Socodi" y "Argenti." durante 25 años. Asesor en inversiones internacionales, columnista sobre temas financieros, conferencista hadler@stanfordalumni.org

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