Desde las presidencias de Theodore Roosevelt y Woodrow Wilson, Estados Unidos adoptó una visión mesiánica en su política exterior. En ella los valores americanos debían ser llevados a todo el globo como una forma de proteccionismo y de fortalecimiento internacional luego de varias décadas de aislamiento, ya que si todas las naciones del mundo compartían los mismos valores, ideales y pensamientos, las confrontaciones bélicas tenderían a desaparecer, en una nueva forma de paz, una Pax Americana, en contraposición al status quo de los europeos, el cual había fallado desde siempre. No obstante, esta visión salvadora ha tenido sus tropiezos a través de la historia reciente, y los atentados del 2001 así lo demuestran. En ese momento George W. Bush expresó que los atentados eran producto de unos ataques terroristas contra la nación que era emblema de Libertad y Oportunidad en el mundo, y ello le dio el aval del congreso para intervenir en países como Irak y Afganistán, aún por encima de las instituciones internacionales que ellos tanto defendían como producto de su ideal. Pero había una buena razón: Seguridad Nacional.
Ahora, un antiguo enemigo de Estados Unidos retoma interés en la arena internacional con su beligerancia e interés de anexar la mayor cantidad de espacio ucraniano. Un país que históricamente le ha pertenecido y cuyos habitantes sienten cierta afinidad o simpatía con su vecino del norte, o por lo menos en una gran proporción. Sin embargo, muchos de ellos luchan por mantener su independencia, lo que ha generado el apoyo de los americanos, tal vez por su visión mesiánica; o porque la estabilidad energética europea depende en gran medida de los viaductos que pasan por ese país, procedentes de Rusia, y que lo convierte en un enclave geopolítico muy importante; o por el concepto de status quo que aún se mantiene en la política exterior de occidente, en la que se debe evitar a toda costa que un país se vuelva lo demasiado grande o poderoso para poner en riesgo la integridad de los otros, junto a otros intereses como el de recuperar su influencia política y económica en Europa.
Pero aunque la lista parece enorme o por lo menos de gran importancia para Estados Unidos, lo cierto es que los mercados de valores, que son los primeros en reaccionar ante estos eventos y de los cuales se puede calibrar el nivel de tensión, no muestran señales claras de estrés. El índice americano Dow Jones sigue con una fuerte tendencia alcista, pese a que la problemática ucraniana se ha ido agudizando. Del mismo modo, los mercados europeos no presentan variaciones importantes que muestren temores referentes a una guerra. Por lo que los mercados, aún no precisan una situación cercana a una confrontación Estados Unidos – Rusia más allá del plano de sanciones económicas personales.
Esta situación antes de Obama sería casi inimaginable, pues estaba impresa en su política exterior, no obstante, el actual presidente ha sido más diplomático que sus antecesores y sabe que los americanos ya han tenido bastante con las Guerras en Oriente Medio, cuyos costos han sido muy elevados. Además, Rusia no es un pequeño país con una defensa armamentista débil, al tiempo que los costos de una nueva guerra serían exagerados, dada la aún frágil economía americana pos- crisis y el descontento popular por una nueva intervención en medio de una problemática interna tan seria como la generada luego de 2008 en términos económicos y sociales.
Así pues, la visión mesiánica americana ha tocado un límite, dejando las probabilidades de una guerra en niveles muy bajos, casi despreciables para los mercados financieros.
@joseluisalayon