El panorama Macroeconómico mundial ha cambiado rápidamente en el transcurso de la última década. Las “burbujas” inmobiliarias, luego de varios años de “boom” económico, han dejado a los economistas en un escenario que no puede ser explicado por los textos de macroeconomía clásica y por ende, se generan grandes dudas acerca de las recetas que deben utilizar los gobiernos y bancos centrales alrededor del mundo para solventar los nuevos problemas que aquejan las economías.
La lista de eventos es amplia. Aunque ya se conocían casos de deflación, aquel evento donde la inflación se torna negativa, es decir, donde un peso hoy vale más que uno en el futuro, nunca había sido tenido en cuenta con tal cuidado en los análisis como ahora cuando el potente bloque económico europeo – Unión Europea – puede padecerlo. Sobre todo, porque antiguamente este problema podía ser solucionado fácilmente con inyecciones de liquidez y reducción de tasas de interés por parte de los bancos centrales, lo que impulsaba la inversión y con ella el crecimiento y la inflación. Pero ahora, Europa se encuentra en medio de un programa de inyección de liquidez en masa bastante ambicioso y con tasas de interés muy bajas, pero ello no mejora las expectativas.
El problema con la deflación es que al ser un peso más valioso en la actualidad que en el futuro, las personas van a tender a posponer sus gastos y hasta su consumo, guiados por el interés de poder tener acceso a una canasta más amplia de bienes y servicios. Esto conlleva a una caída en el corto plazo de la demanda, por lo que muchas empresas se ven en la obligación de cerrar sus puertas. Así pues, los niveles de ahorro se hacen más altos, pero la producción y los niveles de empleo decaen rápidamente, generando una crisis económica.
Por consiguiente, las deflaciones deben ser evitadas al máximo, pues salir de ellas puede tomar varios años y ser un proceso muy doloroso en cuanto a bienestar social. No obstante, el problema no es de voluntad política, pues Europa ha puesto en marcha un ambicioso plan de inyección de liquidez, en espera de resultados tangibles a finales de este año, aunque como ha sucedido con Estados Unidos no es clara la cantidad de dinero necesaria, ni el tiempo. Puesto que excesos en las políticas de expansión monetaria pueden también generar con el tiempo problemas muy serios (hiperinflación), y ante la escasez de ejemplos de este tipo, es casi imposible hacer análisis comparativos para determinar los niveles justos.
A todo esto hay que sumarle que algunos países en Europa ya cuentan con tasas de interés en terreno negativo, como Suiza, Suecia y Dinamarca. Esto significa que tienes que pagar por tener la posibilidad de prestar dinero. Hecho bastante atípico, pero lo más extraño es que existan bonos que sin ser gubernamentales (de menor calificación de riesgo que los países) tengan una tasa de rendimiento inferior a cero. Este es el caso de los bonos de Nestlé.
Este fenómeno nunca antes visto se debe en parte, a que los gobiernos necesitan comprar títulos de deuda o bonos para así inyectarle liquidez a la economía. De esta forma, habrá más dinero circulando entre sus habitantes, incentivando nuevas formas de inversión o consumo, pero que a la vez genera una escasez de bonos en el mercado, haciendo que los pocos existentes sean muy apetecidos, y más si tienen un riesgo de incumplimiento bajo. Además, si las personas pronostican con un alto grado de confianza que sus países van a presentar un periodo de deflación, entonces cobrar menos por los préstamos es lógico, pero invertir a tasas negativas es algo complicado de entender hasta para los mismos economistas. La razón principal, es que estos títulos les sirven a sus tenedores como activos con los cuales pueden pedir préstamos, ya que sirven como colaterales, y las empresas financieras necesitan de estos instrumentos todo el tiempo. Igualmente, muchos planes de inversión estipulan cantidades máximas de liquidez (dinero en efectivo) dentro de sus portafolios, por lo que se ven obligados a sobre demandar estos bonos aun cuando sus tasas no sean competitivas, todo esto en busca de refugio ante un panorama de alta volatilidad e incertidumbre.
Es de esta forma, que los nuevos fenómenos económicos abren la puerta a un sin número de preguntas que no pueden ser resultas en el corto plazo, ya que nunca se había llegado a una situación similar, por lo que ni los libros de macroeconomía ni la historia tienen respuestas claras sobre cómo afrontarlos. Por lo tanto, nos encontramos ante el surgimiento de una nueva macroeconomía, la cual debe ser pensada muy cuidadosamente, ya que lo que se encuentra en juego es el bienestar social de un mundo cada vez más interconectado.
@joseluisalayon