Una vez en un invierno en alguno de los países del hemisferio norte me quedé contemplando los pinos y quedé gratamente sorprendido de su habilidad para sobrevivir a la nieve y al frio.

Los pinos se hicieron notables como arbolito de Navidad porque en una época del año donde todos los árboles quedan sin hojas como esqueletos vivientes, los únicos que destacan son los pinos que se convirtieron en el símbolo de los diciembres en los países del norte. En otras palabras, cuando todo parece quedarse quieto y casi morir, los pinos siguen su vida alegre como si nada pasara y se hacen notar.

Lo más impresionante es en la estación opuesta, que es el verano intenso, cuando todos claman por agua, los pinos siguen allí en medio de los bosques como si nada les afectara.

Ni las lluvias intensas de los días y meses húmedos los doblegan y por el contrario parece que son los pinos los que le dan consistencia a la tierra para evitar la erosión.

Insisto en declarar a los pinos como notables en la naturaleza por su labor y su buen ejemplo para todos nosotros.

Los pinos son unos árboles todo terreno y toda estación con un reconocido alto promedio de aguante y supervivencia,  desde luego sin llegar a los extremos desérticos.

Para nosotros, los seres humanos, los pinos nos muestran que la resiliencia y la capacidad de adaptación a condiciones retadoras y en cierta forma medianamente extremas, son las que permiten permanecer vivos y activos mientras los demás quedan abatidos o temporalmente derrotados ante la adversidad.

La humanidad ha sido capaz de aprender a defenderse frente al los sucesos que ocurren a diario en nuestro planeta y a pesar de ser frágiles y vulnerables hemos desarrollado la capacidad de salir con vida y evolucionar en los miles de años que llevamos existiendo.

Esta breve reflexión para invitar a ser como los pinos y mantener un alto promedio frente al manejo de las exigencias que trae la vida.