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Ser paciente es una virtud muy difícil de encontrar en los seres humanos, que olvidamos con frecuencia que la vida es un proceso continuo que lleva su ritmo y ese ritmo no es necesariamente el que nosotros quisiéramos que tuviera.

Una forma de evidenciar con un ejemplo lo que acabo de mencionar es simplemente analizar en el planeta tierra los fenómenos naturales como: Los huracanes, los terremotos, los tsunamis, las tormentas etc. que ocurren cuando menos se espera y no tenemos control de ellos, solo nos toca evadirlos, huir o sufrirlos. Se dan en contra de nuestra voluntad y están fuera de nuestro control y de nuestros deseos. Así como los fenómenos naturales hay muchísimas situaciones sobre las cuales no tenemos control alguno y ocurren minuto a minuto en nuestro país o en nuestra ciudad o en nuestra empresa o en nuestro barrio o en nuestra familia o con nuestros conocidos.

Aterrizando más en nuestro tema, la impaciencia surge de un esperar que algo ocurra a nuestro ritmo o según nuestro deseo, es como una especie de desesperación causada porque no ocurre lo que queremos, como lo queremos y cuando lo queremos. Algo así como esperar que se vaya el invierno y llegue la primavera con un mes de anticipación y al mismo tiempo ofuscarse porque eso no ocurre. O el famoso dicho que indica que no por mucho madrugar amanece más temprano.

No voy a contradecir al que me dice que hay que empujar para que se genere el movimiento. No hay duda que de tanto empujar algo se logra. El punto sería entonces ¿cuantos empujones son válidos antes de generar acoso o de que se reviente el sistema, o cuando es legítimo dar el empujón que amerita y cuando no amerita o es contraproducente?

Cuando estamos hablando de temas comerciales, no hay duda que muchas veces hay que ayudar, guiar y dar el empujón al cliente para que se decida, pero no siempre es válido lo último, porque hay clientes que quieren llevar su ritmo y quieren tomar su decisión bien ilustrados y habiendo agotado todas las instancias consultivas, así como hay otros que están indecisos o tienen miedo y necesitan que los apoyemos en forma cercana porque de lo contrario no se deciden. Yo he visto clientes que ayudan y se ayudan y toman la decisión rápida ante las peticiones o planteamientos del proveedor, pero he visto clientes que tardan años en decidirse, a pesar de las presiones de todos los proveedores que compiten por cerrar un negocio que atiende una iniciativa o una necesidad válida del cliente.

¿Pero que tal si se trata de una pareja que no se decide a casarse o a proponer matrimonio? Puede que aplique y ayude dar el empujoncito, pero existe el riesgo de dañar la relación por apresurados. Aquí hay otra reflexión y actitud que mucha gente toma y es arriegarse con la idea de definir pronto, algo así como jugar al “Todo o Nada” o se define y dice que si o se define y se acaba todo, pero se define. Sin duda es una buena alternativa pero se necesita valentía para llevarla a cabo porque la impaciencia puede llevar a dañarlo todo. Si una pareja lleva mucho tiempo juntos y nada que se define el matrimonio, no hay duda que hay que dar el empujón, pero si llevan 3 meses o 6 meses o un año ¿conviene o no conviene?

Una joven amiga llevaba muchos años de relación con su novio o prospecto y decidió concretarlo preguntando abiertamente cuando se casaban y se encontró con la sorpresa que el chico no tenía planes de formalizar la relación, ni pensaba casarse ni quería tener hijos en esta vida. Ante la respuesta, mi joven amiga dio por terminada la relación y buscó otros horizontes, que para sorpresa de ella, apareció su príncipe azul a los pocos meses sin estarlo buscando.

Cuando uno está pescando truchas en una laguna hace algo que es arriesgado pero sabio, cuando siente que halan el nylon uno hace un tirón hacia atrás con el freno puesto en el carrete y allí define si la trucha queda prendida del anzuelo o se suelta y si se prendió tuvimos pesca y si no volvemos a seguir esperando si cae otra trucha.

Por otro lado he conocido mucha gente que tiene la estrategia contraria y es la gente que espera pacientemente a que los hechos se den sin forzarlos, se den cuando del otro lado se quiera y se decida o cuando el universo lo genere. Estas personas opinan que cuando esperan con paciencia a que las cosas sucedan en forma natural y al ritmo que merecen, los vínculos o los resultados son más duraderos y más firmes o confiables. Estas personas opinan que la impaciencia de una de las partes puede llevar al fracaso o al rompimiento y si se da la relación por presión, después es muy probable que alguna de las personas o las dos estarán arrepentidas. Esto también es valido como posición y como actitud. Yo mismo creé una hace tiempo una frase que dice “Lo que corresponde llega y llega cuando corresponde” que en cierta forma apoya ese escenario, pero aplica para todos los escenarios también, porque si corresponde que el cliente decida rápido ocurre la decisión con un pequeño empujoncito.

¿Que ruta tomamos?

Yo pienso que todo depende de las circunstancias, de la historia que les acompañe y de las personas que intervienen en la relación, bien sea cliente, proveedor o socio o pareja o amigo o jefe o colaborador o compañero. Esperar mucho y no tener una definición de la otra parte puede no estar bien y amerita sin duda forzar la decisión, pero del otro lado buscar acelerar el proceso, sin tacto o sin estrategia y por conveniencia de una de las partes seguro va a definir la situación, pero no necesariamente en un gana-gana y algo le va  a salir costando al apresurado o impaciente e incluso le puede constar todo al jugarse el riesgo del “Todo o Nada”.

Basados en esta breve reflexión, busque cual es su caso en cada ocasión o situación  y defina si conviene esperar sin que haya problema por eso, o si por el contrario juega a ser persona impaciente y corre el riesgo de forzar la definición con valentía y afrontar las consecuencias, buenas o malas, pero liberadoras.

 

 

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Empresario experto en creación y puesta en marcha de empresas y equipos humanos o comerciales, líder, escritor y compositor

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