A mi querido maestro y amigo,

EDUARDO ALVAREZ-CORREA DUPERLY

(KUMAR) a 20 años de su muerte el 23 de septiembre de 1997

 

Con su singular y trascendental paso por la Facultad, dejó las huellas de los fundamentos filosóficos, humanistas y universales de su patrimonio cultural y didáctico. Marcó el camino de su destino hacia el apropiado entendimiento del Derecho, como parte ineludible del inicio de la civilización de todos los pueblos, como semilla de la voluntad creadora de la paz y como estructura de pensamiento del más elevado talante para el Hombre.

 

Él, con su ejemplo diario de señorial expresión y vitalidad sin par, de jovial explicación crítica y paradigmática de lo romano, como inspiración clara de nuestro acervo occidental, pero también con la inocultable atención hacia la práctica de las virtudes de la iniciación oriental, puso siempre de presente que, a pesar de no estar nada nuevo escrito bajo el sol, todo está por descubrirse en la mente curiosa del estudiante de la vida.

 

Él, con su altisonante carcajada y pasos duros por el pedregal que aún hoy hay que saber trepar con el experimentado ritmo de los pies, para llegar pronto a clase, muy para fortuna de todos los que lo quisimos, sentó las bases de la investigación alquímica de la ley, para quienes sí estábamos (y seguimos) convencidos de que todavía, a pesar de la esquiva racionalidad mundana, existe la Magia de las ideas, cocinada en el caldero de los Druídas jurisconsultos, Salomones de la virtud sentencial y Sufíes escribientes de la verdad eterna del Conocimiento.

 

Kumar, con su incansable técnica peripatética de la mente y platónica intención de diálogo permanente entre la razón y la imaginación, entre la construcción y el caos original, fijó el sendero de orientación docente hacia la gloria universal de los hombres, de aquellos que como él, han sido finalmente capaces de hacer a un lado las nimiedades de la enfermedad de la ignorancia y convertirse, para desdicha de todas ellas, en el Maestro, el que tenía que aparecerse algún día en nuestras vidas, para agraciarlas con su sabia presencia y para que pudiéramos encontrar consuelo a nuestras ciegas búsquedas por una señal, tan solo una, de respuesta afirmativa a la gran pregunta: estará bien todo, al final?

 

Para voltearnos de nuevo hacia su figura y verlo reírse como un niño, para decirnos que sí, que todo está bien, a pesar de ya no encontrarse entre nosotros…

 

¡Y es que el trasegar de un catador de vinos, pasando por un caminante errante de pueblos enigmáticos, hasta asiduo lector del Tarot y aviador aficionado y gentil decano de tantos buscadores de respuestas, da plena muestra de que no hay campo vedado al Conocimiento Universal!

 

¡Maestro, que el sol de su alma grande, Mahatma Eduardo, siga alumbrando nuestras efímeras vidas, y muchas gracias por haber bajado a quedarse un rato con nosotros!

 

JERONIMO SAMPER SALAZAR