Hace dos días hice una encuesta a través de Instagram (@kemistrye) : pregunté qué era peor, si tener muchos arrepentimientos o carecer de ellos. Les dije que, antes de responder, pensaran muy bien porque tener demasiados arrepentimientos claramente es equivocarse mucho, es ir de yerro en yerro, pero en su otro extremo carecer de ellos es como no haber arriesgado ni hecho nunca nada, no haberse lanzado al agua, no haber vivido, no haber sentido ese toque de nerviosismo al actuar. 24 horas después, cuando ya no se podía votar más, los resultados me mostraron que el 41% considera peor tener muchos arrepentimientos y el 59% considera mucho peor carecer de ellos. ¿qué podemos concluir si somos estadísticos (más no estadistas)? Que la mayoría de un segmento de la población considera mejor arrepentirse por haber actuado, por haber llamado a horas no apropiadas, por haberle subido al volumen y por haberse lanzado al vacío, que arrepentirse por nunca decirle a alguien que lo amó, que la amó, por no decir algo cuando ya era demasiado tarde.
Arrepentirse por lo vivido y no por lo dejado de vivir: esa fue la tendencia. Y eso me encanta. Con esto cierro formalmente mi blog del año. Bajaré la reja y cerraré esta tienda de letras unos cuantos días, hasta mediados de Enero. Estaré en Popayán. Ya no debo vaticinar lo que haré sino más bien actuar, producir, seguir escribiendo. Lean mucho, oigan buena musique, arrepiéntanse de lo vivido, coman buñuelos y esos rollos de carne que vienen como con salsa de champiñones. Den muchos besos y manifiéstenlo a quien vean por ahí.
Los quiero mis lectores. Sus palabras son mi motivación para continuar.