Detengámonos un momento a pensar algo: ¿qué es lo que en últimas propicia una crisis financiera? Si se genera una burbuja, ¿quién la crea? ¿quién la fomenta? o más bien, ¿cuál es el sentimiento que lleva a saltarse regulaciones, a ignorar permisos y a tratar de ganar mucho dinero, incluso por encima de las personas, incluso por encima de la honorabilidad? La codicia podría ser la respuesta. La ambición. No es ni el optimismo ni la eficiencia, es más bien esa ambición que, como una bola de nieve, se va llevando a todos los que están alrededor. El fin por encima de los medios.

En 2008 se produjo un fenómeno financiero interesante: Lehman Brothers, una de las instituciones más importantes de la historia financiera mundial, el ejemplo total del ideal de trabajo, el sitio en el que todos quisieran trabajar, el ícono de la sofisticación y desarrollo financiero, no tuvo otra opción que quebrar. Colapsó esta institución y el gobierno de allá, o sea de Estados Unidos, no tuvo otra opción que verla hundir, lo único que pudo hacer es despedirla y erigirla como símbolo, ahora al revés, de lo que no debe ser, de las prácticas que no se deben hacer.

¿Pero cómo ocurrió todo? Podríamos decir que cómo así, si en Estados Unidos nada quiebra, todo es una panacea, imposible que pase eso. Pues pasa, y pasa porque a veces no hay regulaciones, a veces la gente es lo suficientemente técnica, sofisticada e implacable para crear productos que venden a la gente, productos que en Excel funcionan a las mil maravillas, las macros no se equivocan, y cuando el soporte real que está atrás se cae, entonces todo se va derribando. Todo se derrumbó, dentro de mí, dentro de tí. Entonces básicamente ocurrió algo como esto: Estados Unidos dio muchas facilidades para que la gente comprara casas, prestando sin muchos requerimientos y a bajas tasas. A todo el mundo le prestaban plata y todo el mundo fue propietario, desde el gato hasta el ratón, pasando por la rata y por el lagarto. Todos quedaron endeudados y ocurre que en Estados Unidos el sistema de pago de los créditos radica en que el capital se paga solamente al final, así que las cuotas mensuales, que son solamente intereses, son muy bajas y en verdad son cómodas. Se creo entonces una burbuja inmobiliaria, todos eran felices y celebraban con Margaritas (además, por cierto, a los anglohablantes les encanta pronunciar «margarita» y cualquier palabra que no sea de su idioma).

A algún ingeniero financiero se le ocurrió que todas esas hipotecas de la gente se podían empaquetar en productos, así como una titularización. La deuda de Mr Smith en Brooklyn, de 50 mil dólares, se unía con la de Frank en Boca Ratón, por 100 mil dólares, y así todas se unían y se dividían en partes iguales. El que compraba esos títulos respaldados con hipotecas (mortage-backed securities) recibía una rentabilidad atractiva, en la medida en que todos los que tenían deuda pagaran cumplidamente sus cuotas. Y buenísimo, todos apalancados y felices, con las margaritas. Pero nothing lasts forever, la burbuja se reventó y la gente dejó de pagar. El pensamiento de la gente era: «pues ni modo, mis cuotas están muy altas, ya no pago, y si me quitan la casa, pues quítenmela, igual ya viví aquí mucho tiempo». Los bancos se quedaron con muchas casas en dación de pago, los precios bajaron, se quebraron quienes compraron esos títulos de hipotecas y con todo eso, se quebró Lehman Brothers. La gente recuerda esos días como apocalípticos.

Toda esta historia, desde la creación de la institución financiera por un inmigrante alemán en 1844, es contada magistralmente en una obra de teatro llamada «The Lehman trilogy», que transmitirán el 5 y 6 de octubre en Cine Colombia. Hace parte de la temporada 2019 del National Theatre Live. Tuve la oportunidad de verla previamente en exclusiva y me encantó, es dirigida por Sam Mendes.  Lo interesante, también, es que es actuada por Simon Russell, Adam Godley y Ben Miles, todos ellos haciendo varios papeles (el abuelo, el tío, el hijo) de manera magistral y simultánea.

En la excelente obra, se muestra todo lo que creo el épico Henry Lehman, junto a sus hermanos Mayer y Emanuel. Ellos antes de tener negocios financieros, comercializaban telas, algodón y hasta ferrocarriles.

163 años de vicisitudes, de platas que van y que vienen. Una ambición que contagió más ambiciones, algo que en algún momento debía colapsar, tarde o temprano. Un excelente plan para que vayan este fin de semana y aprendamos algo de cultura general. Hace falta.