En el mundo empresarial hay una fuerte tendencia a utilizar ciertos enfoques psicológicos y sus derivados, para resolver problemas estructurales. En este artículo se aborda la relación entre psicología y neoliberalismo.

El término «neoliberalismo» suele estar en el centro de la polémica. Si pusiéramos en un ring a los partidarios y críticos de este tema, tendríamos a Friedman, Hayek y al propio Milei en una esquina. Y en la otra esquina a Harvey, Foucault y Klein. De hecho, no específicamente en un ring, sino en el mundo académico, el enfrentamiento sobre el tema ha sido bastante intenso.

Aunque, ubicados en orillas distintas, generalmente, existe un acuerdo. El neoliberalismo se trata de políticas de privatización, liberalización del comercio y desregulación de los mercados.  Lo que persigue es un movimiento más libre del capital y de las mercancías. Para los lectores no tan jóvenes, seguramente, les viene a la memoria el «Consenso de Washington». Este conjunto de políticas económicas surgió en 1989. Fundamentalmente, promovieron la privatización de lo público y la liberalización de los mercados. Este consenso moldeó las políticas económicas de muchos países. Por supuesto, Latinoamérica fue uno de sus principales alumnos.

Los efectos del neoliberalismo

Muchos estudios señalan los efectos negativos del neoliberalismo. Inestabilidad económica, aumento de la desigualdad, precariedad social y destrucción del medio ambiente. Estos son vistos como «el costo que se debe pagar por la libertad económica». Las críticas suelen apuntar a que esta libertad se traduce en una liberación de las cosas a expensas de las personas. En algún momento, eso llevó a cuestionar la relación entre la psicología y el neoliberalismo. La discusión es álgida, se trata de la relación entre un sistema económico que favorece la lógica del capital, la mercantilización y la forma en que se entiende la práctica psicológica.

Mercantilización del sujeto

El neoliberalismo redefine al individuo. El individualismo radical proyecta un hombre autónomo y responsable de su propio destino. Esta concepción del individuo hace énfasis sobre la autogestión, donde cada persona es vista como un «emprendedor» de su propia vida. Bajo esa perspectiva, la libertad es accesible únicamente para aquellos sujetos ya objetivados y alineados con esta ideología. Aquí es donde la psicología juega un papel fundamental.

Muchas corrientes psicológicas contribuyen a moldear al individuo en un ser autónomo, libre de adaptarse a las situaciones. Esta transformación es esencial para que las personas se ajusten al esquema competitivo e individualista del neoliberalismo. La psicología, de alguna manera, normaliza este proceso de subjetivación alineado con las demandas del capitalismo actual. Pero, va incluso más allá.

Despolitización e individualismo

La aplicación de la psicología en un entorno neoliberal tiende a despolitizar las vivencias y problemáticas sociales. Al centrarse exclusivamente en la adaptación individual sin cuestionar las estructuras de poder subyacentes, se pierde de vista el impacto de las dimensiones políticas y económicas en la vida de las personas. Esta perspectiva, por tanto, desvía la atención de las causas sistémicas que producen muchos de los síntomas de nuestro tiempo.

La psicología positiva y el lenguaje de la felicidad

La psicología positiva ha ganado popularidad en las empresas como un instrumento para aumentar la productividad. Este enfoque se centra en potenciar las fortalezas individuales, fomentando un ambiente de trabajo positivo y promoviendo actitudes optimistas. Sin embargo, la aplicación de la psicología positiva puede servir para desviar la atención de problemas estructurales en el lugar de trabajo. Al concentrarse en la autorresponsabilidad y en el ajuste emocional personal, se corre el riesgo de obviar cuestiones sistémicas como la precariedad laboral, los salarios bajos o la falta de seguridad en el empleo, en gran parte, como efectos del sistema neoliberal y malas decisiones gerenciales.

En lugar de abordar los problemas estructurales, se intenta adaptar al individuo al sistema existente, potenciando la idea de que el cambio recae en el individuo más que en la estructura organizacional. En todo caso, el asunto está puesto sobre la mesa. Debería provocar una discusión seria sobre la responsabilidad ética en no perpetuar un sistema que puede ser perjudicial, no solo para la salud mental, sino para el bienestar social, incluso para la propia sostenibilidad del negocio.

Las acciones podrían empezar por adoptar prácticas más conscientes y crítica frente a soluciones que parecen más una curita para cubrir abismos estructurales.