“La naranja tiene algunos gajos que esperan la intervención del Estado a través de la implementación de políticas públicas diseñadas a partir del conocimiento del sector, para que se apoyen procesos y no solo momentos; buscando así fortalecer las raíces mismas de la naranja y cultivar la semilla artística que vive en los miles de seres humanos creativos que brotan en nuestro territorio”. Esta es una de las frases que más me gustaron de esta carta que escribieron Andrea Buenaventura, directora de la Fundación Delirio, de Cali y su hija la antropóloga Daniela Otero. El destinatario es Carlos Felipe Córdoba Larrarte, el Contralor General de la República, y fue publicada en la revista de esa entidad.

Andrea Buenaventura, directora de la Fundación Delirio, de Cali y su hija la antropóloga Daniela Otero (Foto Cortesía)


En una visita que le hice a su sede en Cali porque voy a incluir a Delirio en la colección de libros con Historias de Negocios Altamente Inspiradoras, Andrea muy amablemente me compartió el texto para los lectores de este blog y acá se los entrego, con el ánimo de contribuir a la reflexión sobre un tema tan trascendental para el país.

“La creatividad es tal vez uno de los puntos más claros de diferencia entre seres humanos y otras formas de vida. Pero más allá de la creatividad, el reto es lograr ser conscientes del hecho creativo, direccionarlo y sobretodo promoverlo en individuos, grupos y ciudades; ahí está la verdadera revolución naranja. Hagamos un breve viaje por la historia de lo que hoy conocemos como Industrias Creativas, eje fundamental de la Economía Naranja.

“A Adorno y Horkheimer cabe sin duda atribuir la paternidad del concepto en singular ‘la industria cultural’ como gran bandera de la teoría sociológica crítica contra el panorama de la cultura y comunicación ‘de masas’. (Bustamante, E. 2017:89), lo cual marcó el inicio de un camino lleno de incertidumbres que son en todo caso, parte constitutiva de la creatividad, la cual es un proceso, no un perfecto sistema.

Pero “el concepto de Industrias Culturales (en plural) nace oficialmente a mediados de los años 70 en Francia”, (Bustamante, E. 2017:89) dedicados a entender y explicar cómo estaban funcionando los grandes sectores del mundo entonces cultural como el libro, el cine, el disco y los medios de comunicación entre otros.

Productos que se consumen en vivo

Más adelante las preocupaciones cambiaron, porque hubo sectores cuya mercantilización y reproducción representaban casi un imposible. Tal es el caso de las artes escénicas, donde el producto y el productor son la misma cosa (el actor, el bailarín o el músico), cosa que no puede ser omnipresente y que requiere que el producto sea consumido en vivo indiscutiblemente; entonces, hay bienes que no están sujetos a la reproducción en masa.

En otras palabras “a diferencia de los trabajadores de otras industrias, los artistas no son intermediarios entre materias primas y productos acabados. Sus actividades son, por sí mismas, el producto que se consume”. (Bustamante, E. 2017:114).

Esto supuso un problema en cuanto que “uno de los rasgos más sólidos del concepto de Industria Cultural era que no bastaba la mera mercantilización de la cultura, sino que era necesaria además la industrialización que permite la reproductibilidad técnica de su soporte” (Rodríguez, Ferrándiz, R. 2011:150) y fue aquí justamente donde hubo un quiebre, porque hay productos y bienes creativos que resultaron difíciles de abordar desde el punto de vista de la industrialización.

Hubo campos entonces que empezaron a fijarse en estas situaciones problemáticas y desafiantes como la Economía de la Cultura “fundada oficialmente por los estudios de William Baumol y William Bowen” (Bustamante, E. 2017:92) quienes se preocuparon por los problemas económicos de las artes escénicas que crecían más y más.

El aporte de la Economía de la Información

Cabe mencionar aquí a la economía de la información, cuyo aporte a la Economía de la Cultura fue esencial en el estudio del consumo, valiéndose de modelos como la señalización, la información asimétrica o la monitorización, que fueron importantes, pero no suficientes frente al hecho socioeconómico de que “las creaciones culturales encierran en sí, sus propios códigos de lectura y no se ajustan por tanto a estándares estables que permitan objetivar su ‘calidad’. De forma que su precio en el mercado no permite determinar ni su valor de uso, ni su valor de cambio”, (Bustamante, E. 2017:94) generando así una suerte de incertidumbre de la cultura.

Incertidumbre que ha intentado ser resuelta de muchas maneras y bajo muchos conceptos; incertidumbre que a su vez promovió una nueva manera de abordar el problema: las Industrias de la Creatividad. “el origen de ese concepto se remonta a los laboristas australianos de los primeros años 90, pero su éxito está ligado a la ‘tercera vía’ de los laboristas de Tony Blair en el Reino Unido que lanzaron una Creative Task Force (1997-2000)” (Bustamante, E. 2017:106). Una vez más se reacomodaban las fichas en el tablero de lo que ya para este momento podríamos tranquilamente llamar Sociología Económica.

El sector hizo entonces un recorrido que encuentra en la ausencia de respuestas o métodos que deja la Economía de la Cultura un camino a seguir: “en la deriva desde las industrias culturales, de gran tradición como sector en los estudios de economía y política de la cultura (Huet, 1978; Flichy, 1980; Miège, 1986; Zallo, 1988, 1992; Bustamante y Zallo, 1988) a las más abarcadoras «industrias del entretenimiento», «del ocio» o «creativas» que subsumen a aquéllas” (Rodríguez, Ferrándiz, R. 2011:150), nacía o se acentuaba entonces la Economía Creativa, donde “la creatividad (…) es ahora la fuerza decisiva de la ventaja comparativa” (Florida, R. 2010: 43).

En concreto, “la Economía Creativa (…) sitúa la creatividad, el talento humano, como nuevos factores de producción que dejan atrás la mano de obra y el capital como factores productivos. La creatividad, el conocimiento y el acceso a la información se presentan como motores del crecimiento económico de las naciones y por ende del desarrollo”. (Alonso, G. 2009: 153).

Ideas que se convierten en productos

Pero la creatividad es un concepto tan amplio como los bienes y servicios que puede producir, vale la pena acotar que en este caso “se entiende la creatividad como la capacidad de formular nuevas ideas y plasmarlas en productos culturales originales, diseños funcionales, invenciones científicas e innovaciones tecnológicas (Alonso, G. 2009: 153-154).

Vale la pena agregar que muchos debates han existido sobre el origen o potencial creativo, sobre si es una aptitud o una actitud, sobre si puede ser un conocimiento transmitido y si sí, de qué manera; o si por otro lado es un aprendizaje promovido por determinadas instituciones sociales.

Frente a eso sostendremos que los grises también existen, es decir, no tiene por qué ser una aproximación tajante de una de las dos orillas excluyendo a la otra; creemos que la creatividad es una actitud que tienen algunos y una aptitud potencial que tenemos todos, lo que implica que unos la desarrollan más que otros.

¿Por qué? Si alguien desarrolla una aptitud más que otro es por dos razones, porque lo necesitó para sobrevivir o porque se lo ‘cultivaron’ desde pequeño, pero, ¿quién necesitaría la creatividad para sobrevivir?, la necesitaron quienes tuvieron que buscar otra forma de subsistir, por ejemplo, no comiéndose todos los animales que los rodeaban sino domesticándolos y enseñándoles a cargar y transportar para construir refugios, por poner un ejemplo lejano.

El papel fundamental del Estado

Ahora, ¿quiénes tienen el poder o responsabilidad de promover el desarrollo de las aptitudes creativas? La respuesta es: las instituciones sociales que mayor penetración tengan en cada sociedad, mejor dicho: el Estado con apoyo de otras instancias sociales mixtas.

Y llegamos aquí a un punto clave del concepto de Economía Creativa, porque es el Estado, en todas sus dimensiones, sobre todo las urbanas, el responsable de promover espacios y ciudadanos creativos que se adapten mejor a las nuevas formas de la economía, del mercado, del consumo, de las interacciones, del medio ambiente, de la tecnología, de la vida misma; ya que al final de cuentas, “la creatividad se expresa a sí misma en todas las áreas de la actividad humana” (Landry. Bianchini. 2009:20)

De hecho, los más fervientes defensores de la Economía Creativa sitúan este debate en un punto muy claro, y es que es sin duda beneficioso para los estados promover en el plano legal las actividades creativas. Nos referimos al plano legal en el sentido que no sean favores o conversaciones entre agentes, sino más bien una política creativa concreta y flexible, como la ley del cine o la ley 1493 de espectáculos públicos.

De hecho, el informe de la Economía Creativa de 2008 de UNCTAD/PNUD sostiene que “la creatividad constituye una apuesta decisiva para la diversificación productiva y permite ir más allá de la exportación de materias primas, que siguen representando más de la mitad de las ganancias por exportación en 86 de los 144 países en vías de desarrollo”, (Alonso, G. 2009: 155-156) con lo cual se abre una opción particularmente especial para renovar la economía en estos países bien o mal denominados en vía de desarrollo.

Sobre la creatividad y la innovación

Dicho de otra manera, “los defensores de la Economía Creativa argumentan que la capacidad de competir y tener éxito en una economía global, radica en primer lugar en la capacidad de los estados de atraer, retener y desarrollar la creatividad de individuos y comunidades (…) Se trata de fomentar las clases creativas cuya presencia genera dinamismo económico, social y cultural”. (Alonso, G. 2009: 154).

Ya argumentaba Richard Florida que “podemos leer la historia económica como una sucesión de nuevas y mejores maneras de aprovechar la creatividad”. (Florida, R. 2010: 101). Luego entonces mucho se ha debatido sobre el tema de la innovación y su importancia, pero la mayoría de las acciones han dejado de lado el proceso que la precede: la creatividad.

Asumiremos entonces la creatividad como “el proceso a través del cual las nuevas ideas son producidas, mientras la innovación es el proceso a través del cual estas son implementadas”, (Landry. Bianchini. 2009:20) como vemos, la innovación sin la creatividad no es posible; por eso, pensando en lograr un acuerdo económico sobre lo fundamental, la creatividad debería tener un lugar central, sobre todo pensándolo en términos del progreso de las ciudades, ya que “la creatividad es traer algo a la existencia (…) es un concepto ‘modernista’ porque hace énfasis en el nuevo progreso y cambio continuo” (Landry. Bianchini. 2009:18), de ahí su importancia en los debates para repensarse los espacios, los procesos y el progreso.

Ahora bien, atrás quedo la época donde la creatividad era un tema secundario (si acaso) para la economía política y pasó a ser, al menos en Colombia, un nuevo modelo económico en construcción.

Propuestas para una adecuada Economía Creativa

Con estos conceptos claros, cabe subrayar la importancia de considerar la Economía Creativa como puntal de un nuevo modelo de desarrollo, y para ello existen varias acciones que se pueden implementar, por ejemplo, programas de formación y desarrollo de públicos; programas de fortalecimiento del talento humano incentivando la creatividad como insumo fundamental para la innovación; robustecer y crear programas de formación profesional de artistas; apoyar las organizaciones culturales de base, que son las células que sustentan el ecosistema de la economía naranja y desarrollar estímulos tributarios que realmente alivianen el peso que conlleva la juventud y singularidad de esta economía moderna, sustentada en la creatividad como capital económico y social.

La naranja tiene entonces algunos gajos que esperan la intervención del Estado a través de la implementación de políticas públicas diseñadas a partir del conocimiento del sector, para que se apoyen procesos y no solo momentos; buscando así fortalecer las raíces mismas de la naranja y cultivar la semilla artística que vive en los miles de seres humanos creativos que brotan en nuestro territorio.

En este amplio debate se inscriben los orígenes, la existencia y los aportes de Delirio, un espectáculo original que nace de un fenómeno sin igual que se siente y se vive en los barrios como consecuencia de una manifestación cultural que inició hace cinco décadas en Santiago de Cali, cuando los sectores populares adoptaron la salsa y la convirtieron en su lenguaje y uno de sus sellos de identidad.

Por eso en Delirio tenemos la convicción de que la llamada economía naranja crecerá y se consolidará con éxito en la medida en que las acciones empresariales y públicas logren impactar de manera positiva el tejido social de nuestra comunidad”.


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Referencias bibliográficas del artículo:

Alonso, Guiomar. Creatividad, cultura y desarrollo económico. En García Canclini, Néstor; Martinell, Alfons El poder de la diversidad cultural Pensamiento Iberoamericano, 2009 no. 4 p. 151-165.

Bustamante, E. (2017). Las industrias culturales y creativas

Florida, R. (2010). La clase creativa

Landry, C., Bianchini, F. (1995). The creative city

Rodríguez, R. (2011). De industrias culturales a industrias del ocio y creativas: los límites del «campo» cultural.