“Resulta que estas máquinas dispensadoras, y esos cepillos, los conseguimos en China, por Internet. Eso fue lo que hizo que nos interesáramos por ese país y lo empezamos a investigar. Nos descrestaba mucho que pudiéramos traer un cepillito de estos a $400 y lo pudiéramos vender en $1.000”.
Así que empezaron a aprender más sobre esa nación, que en ese momento (2005) crecía impresionantemente, a dobles dígitos, y se perfilaba como la próxima potencia mundial.
De un momento a otro, faltando tres meses para graduarse de la universidad, se le ocurrió otra gran idea: ¿qué tal si me voy a vivir a China un tiempo, conozco Asia, aprendo mandarín y busco nuevas oportunidades de negocio?
Emocionado con esa propuesta, la compartió con sus papás y éstos, aunque un poco extrañados, inmediatamente lo apoyaron.
Viajar, bueno; en grupo, mejor
Pero Sebastián no quería irse solo y por eso empezó a contarle su idea a varios amigos a ver si alguno se animaba y se apuntaba al plan. Muchos de ellos pensaron que estaba loco y que lo que quería era posponer la realidad de tener que graduarse y enfrentar ya el mundo real y profesional.
Pero Sebastián tenía clarísimo que quería ser emprendedor y estaba totalmente convencido de que su idea era el mejor camino a seguir.
Entre todos sus amigos, Daniel Peláez fue el primero en apuntarse al plan ya que, precisamente, estaba buscando darse un sabático por un tiempo, después de terminar ese semestre las materias de la universidad y solo le quedaba pendiente la tesis.
Sebastián Molina se decidió y también convenció a sus papás de que lo patrocinaran en ese extraño proyecto.
En junio de 2005, un día después de la graduación de Sebastián Obregón, los tres amigos partieron hacia el gigante de Oriente, a una aventura que les cambiaría la vida.
Aprendieron Mandarín y buscaron negocios
Se instalaron en Shanghái, donde vivieron por siete meses con el objetivo claro de traerse una gran idea de negocio para montar una empresa de gran potencial a su regreso. El plan era estudiar mandarín en las mañanas y, en las tardes, ir a ferias, visitar fábricas y hacer reuniones con diferentes empresas y personas buscando oportunidades de negocios.
Al principio fue muy duro llegar y vivir en China, pero poco a poco se fueron adaptando y sintiéndose más cómodos. Su aventura estuvo llena de situaciones extrañas, interesantes y emocionantes y ante todo se la gozaron como niños. Estudiaron mandarín, conocieron más de 15 ciudades chinas, visitaron más de 50 ferias y más de 10 fábricas. En ese periplo, se perdieron en múltiples ocasiones y les tocaba llamar a su profesor para que los rescatara.
Fueron “tumbados” varias veces por algunos avivatos que hay en todas partes y hasta que aprendieron de la cultura, del idioma y del arte de negociar en China no dejaron de sentirse vulnerables.
Por no ver, o mejor, por no entender noticias en mandarín, fueron víctimas de dos tifones, uno de los cuales hizo naufragar su taxi y los hizo caminar, prácticamente nadar, por horas para llegar a su apartamento.
Comieron pato pekinés, perro, culebra, escorpión, cocodrilo, feto de pollo y hasta probaron el licor de los “cinco pipís”, catalogado entre los cocteles más extraños del mundo, que incluye en su preparación penes de cinco animales: venado, perro, gato, toro y burro. Practicaron Kung-fu, tocaron acordeón en la feria de Cantón y hasta bailaron cumbia en la embajada de Colombia, en Beijing.
Para completar la aventura emprendedora, viajaron por varios países de Asia como India, Tailandia, Singapur, Camboya, Vietnam y Malasia e hicieron amigos de múltiples edades y nacionalidades.
Escoger entre dos ideas finalistas
En cuanto a la búsqueda de oportunidades de negocios y su evaluación, instalaron un tablero en la sala de su apartamento donde iban apuntando las mejores ideas y debatiéndolas.
Cuando ya llevaban cuatro meses y tenían más de 20 posibilidades, decidieron que era hora de tomar una decisión y escoger la ganadora, para dedicarse los meses restantes del viaje a investigar y a volverse expertos en la materia.
Las dos finales fueron motos eléctricas y Digital Signage (pantallas digitales para publicidad), ambas inexistentes en Colombia en ese momento, lo que significaba que representaban oportunidades interesantes.
Finalmente, escogieron el Digital Signage y Sebastián Obregón explica las causas que inclinaron la balanza a su favor:
“A las dos ideas finales les hicimos un plan de negocios. Consultamos con expertos de las diferentes industrias y tomamos la decisión de irnos por el tema de las pantallas para publicidad y comunicaciones, porque nos apasionaba más y porque era un poco más fácil de montar, teniendo en cuenta que el tema de las motos requería infraestructura, obligaba a importar repuestos, entre otros aspectos, complicados para nosotros”.
El Digital Signage es un medio de comunicación que utiliza pantallas digitales, como LCD/LED, que se ubican estratégicamente en locaciones públicas y privadas y que se operan de forma remota -y en tiempo real a través de Internet-, para llevar contenidos dirigidos como publicidad, noticias, información general y entretenimiento, entre otros.
El texto que acaba de leer hace parte del tercer volumen de la colección Historias de Negocios Altamente Inspiradoras, que saldrá al mercado en diciembre, junto al segundo. El primer volumen se consigue en la Librería Nacional, Panamericana y el ebook en Amazon, Barnes and Noble, Google Play y iBook, de Apple, entre otras.
Quedo muy pendiente de sus comentarios en este post, mi mail juany@agenciastm.com y mi cuenta de Twitter: @Juancarlosy