La mayoría de edad les llego a Pablo Gómez y Mario Maya trabajando en las farmacias del tío de Mario. Su experiencia había crecido y sus ambiciones también. Atrás habían quedado los tiempos de patinadores, ahora eran vendedores que ganaban por comisión y su calidad de vida era mejor. Salían los dos en sendas motocicletas con sus novias a divertirse, a pasear y a disfrutar de la gastronomía caleña, cosas que podían hacer, gracias al fruto de su trabajo.

Pablo Gómez y Mario Maya fundaron el Sandwich Qbano. Foto Daniel Sierra.


“Mi tía Chela tenía una casa en la diez con sexta, acá en Cali, en la que alquilaba habitaciones, y en ella vivía un cubano llamado Juan Manuel Carballo con su novia”, cuenta Pablo.

“Él había venido de Miami y montó un negocio en la avenida sexta con veintiocho de unos sándwiches diferentes, alargados, muy sabrosos, eso no se veía en Colombia, y nosotros éramos clientes regulares”, añade Mario.

El sitio en el que estaba situado el negocio era netamente residencial, por tanto era un pequeño garaje de una casa, en el que había cuatro mesas para atender a los comensales, una barra de preparación, una plancha y un sistema de sonido de cartucho, cosa que les llamaba bastante la atención a este par de aventureros.

El cubano se iba a ir del país

“Un día me di cuenta de que por un inconveniente con su novia, el cubano tenía que irse del país de manera urgente y definitiva, y escuché que le iba a vender el negocio a una persona que yo sabía, no le podía comprar…”, comienza a relatar Pablo.

“…No le iba a pagar, no tenía cómo. Ahí es cuando Pablo va y me busca en la casa de mi novia, a la que le estaba haciendo visita y me dice todo emocionado: ‘¡comprémosle el negocio al cubano!’, y yo le respondí: ‘camine y busquémoslo’, sin pensarlo mucho”, complementa Mario, nuevamente entusiasmado al recordar.

El cubano les pide que sean socios, que ellos pongan capital y él siga siendo el dueño mayoritario. Ese negocio no les suena para nada y cuando se voltean para irse, Juan Manuel les acepta la compra total. Se cierra el trato por 30 mil pesos, una moto “nuevecita” que se había acabado de comprar Mario, y el pago de todas las deudas que tenía el local.

El 15 de enero de 1979, los dos amigos entrañables se convierten en propietarios de su propio negocio, un restaurante de comidas rápidas que se llamaba “El Sándwich Cubano”.

Las sorpresas de un difícil primer día

El 25 de enero abren con entusiasmo su nuevo y flamante negocio, al que deciden no cambiarle el nombre. Mario ya no tenía motocicleta, usaron 10 mil pesos que tenían ahorrados y habían prestado 20 mil pesos con Gloria, la hermana de Mario. En esos días antes de abrir, el cubano les enseñó lo básico de la preparación de cinco sándwiches diferentes y de las salsas, los puso en contacto con los proveedores y los despidió feliz al regresarse para Miami.

“Y al lunes que fuimos a abrir, luego de hacer el aseo, llegaron de Botero Salazar y nos dijeron: venimos por el arriendo, se debían cuatro meses”, y suelta una sonora carcajada Pablo.

“Eso no es todo, porque al momento llegaron a llevarse el refrigerador que el cubano había fiado”, termina de redondear Mario para seguir riendo juntos, al recordar el arrume de deudas que les habían dejado.

Obviamente ahora como anécdota y vista en retrospectiva, la situación parece graciosa, pero no es difícil imaginarse lo que representó en ese momento para el par de jóvenes emprendedores, comenzar con su sueño desde mucho menos que cero. Sin embargo, su energía y empuje les dio la capacidad de enfrentar la situación y renegociar con sus acreedores a quienes, en muy poco tiempo, les cumplieron sus compromisos.

Chuleta valluna vs. sándwich cubano

Durante el primer año alternaban su trabajo como vendedores en la farmacia de día y atendiendo su negocio durante las noches y los fines de semana. El hermano menor y la novia de Mario para esta época, María Inés Urriago, que luego se convertiría en su esposa, eran quienes abrían el negocio a las tres de la tarde y los protagonistas de esta historia les recibían a las siete para seguir trabajando, a veces, hasta la una de la mañana.

“Eso nos sirvió mucho porque en ese tiempo las comidas rápidas prácticamente no existían, había solo perritos callejeros los conocidos hot dogs, las hamburguesas eran desconocidas…” relata Mario.

“…La gente salía de las discotecas con hambre a comer chuletas, no comidas rápidas”, complementa Pablo.

Las primeras semanas vendían unos diez sándwiches por noche, y sus compañeros del trabajo se burlaban de ellos, los llamaban “los salchichoneros”, pero eso les era indiferente, pues les emocionaba más sentarse a contar el dinero que habían hecho con sus ventas.

Jugaban a las placas para matar el tiempo

Empezar fue difícil, tenían que esperar a que la gente llegara a su negocio haciendo largas esperas entre uno y otro comprador. Como estaban ubicados en la avenida sexta, que es el corredor de entrada y de salida al norte de la ciudad, hacia el sector al que las personas salían a bailar y disfrutar en las discotecas, ellos, para matar el tiempo, jugaban a apostar el color del siguiente carro que iba a pasar o a adivinar los números de las placas.

“Como al principio no venían clientes, nos teníamos que quedar esperando hasta la madrugada que llegaran, entonces desde las 10 nos empezábamos a turnar para dormir una horita”, empieza a relatar Mario.

“Y dormíamos en el baño, sobre las canastas de gaseosa que guardábamos ahí, y como estábamos tan cansados, sentíamos que cerrábamos los ojos y ahí mismo nos estaba tocando el otro a decirnos que ya era el momento de él”, remata Pablo.

Este es un fragmento del libro 8 de la colección Historias de Negocios Altamente Inspiradoras, próximo a salir a las librerías.

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Los dejo con esta entrevista que les hice a Pablo y Mario en su sede administrativa en Cali.