Era 2004, y Juan David tenía planes muy claros tras su graduación ese año: irse a Bogotá o Medellín, pues “siempre me ha gustado un clima más fresco”. Pero la ruta del destino pasaba por un costado más conocido y cercano: “Hijo, yo necesito que me ayude en el taller”, le dijo su papá, a quien le iban a hacer una intervención quirúrgica en una pierna. La sobrecarga laboral de trabajar en una empresa y continuar en la propia le estaba pasando factura, y requería quien le diera una mano por algún tiempo.

Este es Juan David Gómez, el gerente de Servitorno. Foto Daniel Sierra.


Bueno, igual no sería por un largo periodo, pensó Juan David. “Acepté, sin pensar que me iba a meter en camisa de once varas, porque me tocó lidiar con la más fea”, recuerda. Efectivamente, encontró tanto descontrol en Tornopartes, que le sugirió a su padre que lo mejor era deshacer la sociedad. Para empezar, su pariente hacía contratos por su cuenta, en una especie de competencia desleal interna. Hasta ahí llegó entonces esa empresa, dándole paso a otra razón social: Servitorno.

No fue lo único que cambió. Lejos del pequeño local donde estaban, vio en la zona industrial un segundo piso que le gustó, apenas al lado del parque Ricaurte, junto al cementerio. “Era el local estratégico, el propio”, señala Juan David, quien le insistía a su papá sobre las bondades de estar en la misma zona que Team Grasas, concentrados Finca o Cristar. A Óscar eso le sonaba muy grande, de pronto muy costoso para la producción del negocio, pero finalmente dio su brazo a torcer.

Al partir las cobijas de Servitorno, Óscar quedó con tres máquinas: un torno, una prensa hidráulica y una cepilladora. El exsocio se quedó con otras tres, que vendió por su lado porque desde ese momento, después de diez años, no quiso seguir en la industria. ¡Había que ver lo amplio que se veía el nuevo local con esas tres máquinas ahí, o lo pequeñas que lucían las maquinitas en un local que parecía tan grande!

Victoria sobre el cartel

Juan David dio entonces rienda suelta a sus heredados impulsos comerciales y se dio a la búsqueda de los clientes iniciales. Los encontró en su entorno: las mismas empresas que le mostró a papá como sus vecinos fueron las primeras que movieron la facturación de su empresa de mecánica industrial.

Todavía recién graduado y siguiendo el manual aprendido, se dedicó a escuchar el mercado, a identificar faltantes, y las primeras estuvieron relacionadas con la tecnología. “En la industria metalmecánica se necesitan muchas máquinas para que el procedimiento y el servicio sea completo”, anota Juan David. Entonces, “con mucha motivación y empeño”, según dice, se dedicaron a fortalecer la infraestructura tecnológica.

En  medio del crecimiento inicial, no todo fue color de rosa. Apenas empezando, detectó una especie de ‘cartel de las horas extras’: el antiguo administrador al parecer se las tenía aseguradas a los pocos empleados. “Tenían inflada la nómina”, describe Juan David. El caso es que “al salir ese muchacho se acabó eso, y las personas que había se fueron saliendo, y un día me quedé solo”.

En realidad, el problema apenas comenzaba pues, sin personal y sin tener ni idea del manejo de las máquinas, la opción más cercana era el cierre, al menos temporal. Pero, en lugar de rendirse, Juan David hizo gala de recursividad: él mismo recibía las llamadas, atendía los pedidos y subcontrataba los trabajos. Para los clientes era como si no hubiera ningún problema, mientras él se multiplicaba haciendo a la vez de servidor de sus clientes y cliente de sus subcontratistas.

Así funcionó Servitorno durante un largo mes, mientras al tiempo se adelantaba el proceso de selección del nuevo personal. Duro sí, pero “¡yo qué me iba a dejar morir”, dice hoy Juan David, quince años después.


Este texto del periodista Luis David Obando hace parte del libro que está en proceso de escritura: Historias de Negocios Altamente Inspiradoras – Valle del Cauca-.

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En este link pueden ver un video con un fragmento de la historia, contado en la voz de su protagonista: Juan David.