SBQ es la sigla de Sebastián y Santiago Barrientos Quintero. Es posible que haya visto esas tres letras en reconocidos centros comerciales de Bogotá, Medellín, Pereira, Cartagena, Barranquilla y Miami. Son una empresa que desde el inicio le apuntó a un nicho definido, ofreciendo productos de lujo yexclusivos, desde ropa, relojes, perfumes y gafas.
Sebastián Barrientos es el creador de SBQ Store.
Y todo comenzó hace 10 años, precisamente con las gafas, cuando un joven soñador de 26 años, ingeniero de producción, le dijo a un amigo que le trajera productos desde los EEUU para comercializarlos en Medellín. Y esa sencilla idea es hoy una marca reconocida, con mucha experiencia para compartir y con ganas de expandirse a México, Centro y Sur América. Y todo comenzó con unas gafas…
«Un amigo me dijo una vez: “tráeme unas gafas de Estados Unidos” y le cobré unos $25 dólares por el servicio. Él las vendió y se ganó $400 mil pesos.
Ante eso yo me dije: “ese es el negocio”. Y así fue», dice Sebastián rememorando la génesis de su empresa que hoy lo llena de satisfacción y alegría.
De pequeño vendía de todo
«Desde chiquito me gustaban las ventas: vendía fotocopias, dulces, muchas cosas en el colegio. Ya más grande, tenía un amigo cuyo padrastro era piloto y yo le pedía que me trajera cosas de Estados Unidos y, por medio de las redes sociales, en especial Facebook, montamos una página y los vendíamos por encargo», recuerda con una sonrisa de nostalgia, sobre todo porque su inquieto espíritu no descansaba en la búsqueda de generar recursos para él y su familia.
Aunque no tenía antecedentes de allegados empresarios o comerciantes, contaba en su corazón con algunas cosas que son importante para el emprendedor: una férrea fe en sí mismo y ganas de sobresalir. De esa forma se le ocurrió -usando el puñado de las redes sociales existentes en la época- una idea muy original: tomaba fotos a los productos en las páginas web de las marcas más famosas y las ofrecía en su red social a muchos amigos y conocidos, con el compromiso de pagar la mitad para separar el producto y cancelar el saldo tras recibir la mercancía.
En esa época, los gafas, esos objetos que adornan el rostro y cuidan los ojos, eran principalmente comercializados por empresas de ópticas, con modelos de moda, pero más acordes a la corrección de problemas visuales que estéticos. El uso de lentes como accesorios no era muy frecuente y las marcas dominantes casi no tenían tiendas especializadas en el mercado nacional.
Además, desde sus oficinas centrales en Europa, Asia o Estados Unidos, las grandes compañías consideraban a Colombia como un país poco o nada rentable.
«En un momento, le pedimos prestado a la natillera familiar. Eran $2.000 dólares, como $4 millones de pesos de la época, e hicimos la primera compra grande y en firme: 12 gafas Ray-Ban y Technomarine. Fue tal la acogida que nos llegaban personas que no conocíamos y con las ventas reinvertíamos y así decidimos construir una empresa formal», anota Barrientos.
Muchos piensan que el éxito del emprendedor está si tiene herencia de empresario. Es como si fuera una suerte predeterminada, pero olvidan que muchas veces alguien tiene que abrir el camino y para los pioneros el esfuerzo es más grande.
«Nosotros somos los primeros en la familia en emprender. No teníamos un tutor o un guía para hacer las cosas, sino que todo arrancó muy empírico y el mismo camino nos fue mostrando cómo se debía hacer, con éxitos y errores», cuenta Sebastián.
¿Y ustedes quiénes son?
Como si fuera poco, las ganas no eran suficientes para superar los obstáculos, porque era difícil empezar, pues a las casas matrices de gafas o perfumes llegaban las solicitudes de comercialización de una empresa colombiana que nadie, nadie conocía.
«Peor: nadie confiaba. Los primeros intentos eran fallidos porque no éramos reconocidos en ese momento. Ese tránsito hoy me parece muy interesante, porque decidimos dedicarnos al nicho de la venta de productos de marca, de lujo; y segundo, por la idea de montar un showroom. Pero me lo imaginé en un apartamento en El Poblado o Laureles», sostiene el empresario.
¿En un apartamento un showroom? La idea parecía absurda, pero al materializarla fue un éxito. La gente los buscaba y al llegar, más que un hogar, veían una tienda en una urbanización, donde con atención y privacidad sus clientes ingresaban en gran número a conocer lo que traían desde Europa o Estados Unidos.
«Yo me preguntaba: ¿cómo iré a pagar esos $800 mil de arriendo y para la empleada? Sin embargo, nos fue bien, tanto que buscamos un espacio más grande, en el barrio Santa María de los Ángeles», recuerda Sebastián.
Llegaron al lugar sus compradores frecuentes, otros nuevos atraídos por los primeros, así como personalidades de las redes o de la farándula local, confiados en la privacidad y amabilidad que les ofrecía una tienda ubicada en un apartamento. Sin embargo, no fueron los únicos interesados en el negocio. También llamaron la atención de la administración del conjunto residencial, molestos porque ingresaban personas ajenas; pero quién más se interesó en su éxito comercial fue la Dian…
«Vinieron y nos quitaron casi toda la mercancía. Eso nos dejó una enseñanza, un aprendizaje. Fue algo muy difícil, pero vimos que estábamos haciendo algo mal y eso nos abrió las puertas y las ganas para vender esos productos de manera formal. Buscamos trabajar directamente con las marcas de perfumes, por ejemplo, lo que nos ayudó a crecer el portafolio», recuerda jocosamente el empresario.
Este fragmento hace parte de la historia de SBQ Store dentro del volumen 13 de la colección Historias de Negocios Altamente Inspiradoras, que pueden conseguir en este link de la Librería Nacional.
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