Yo supe de James Arias por allá a finales del 2004. Para entonces era un joven de 33 años que se había convertido en el principal exportador colombiano de desechos de cobre y aluminio, con ventas de seis millones de dólares anuales.
De hecho, la nota que escribí sobre él en la revista Dinero, el 26 de noviembre de ese mismo año, la titulé ‘El Rey de la Chatarra’. Hasta entonces el negocio de Arias era legal, reconocido y admirado por la Asociación Nacional de Exportadores (Analdex).
En tiempo real me mostró como brókers de Estados Unidos, que adquirían su chatarra para luego exportarla a la China, una vez confirmaban la llegada de la mercancía al puerto de Buenaventura giraban inmediatamente.
Recuerdo que por aquella época su operación fue criticada por varios sectores industriales que lo acusaban de desabastecer al país de cobre y aluminio, los cuales no se producen aquí.
Para entonces, la historia de cómo Arias había logrado tal hazaña cautivó a las facultades de Administración, por lo cual fue invitado a varias universidades para que contara su experiencia. Hasta ahí todo era legal y su modelo de negocio era perfecto. Pero dicen que la ambición es la que rompe el saco.
Esta es la historia que publiqué en la revista Dinero y que sacó del anonimato a este joven empresario y donde describo la manera como Arias logró forjar un imperio en torno a la chatarra. El mismo imperio que hoy lo tiene tras las rejas.
El rey de la chatarra
“Cuando estaba en la Universidad de La Salle estudiando zootecnia, James Arias veía su futuro rodeado de animales. Pero su vida dio un giro inesperado cuando conoció a su suegro, Tristán Ochoa, un hombre que se había dedicado por completo al negocio del reciclaje. Desde entonces se le despertó la intuición por este negocio y empezó a comprar los desechos que Ochoa no adquiría, como los de aluminio, para tratar de comercializarlos por su cuenta. Incluso, Arias hizo una especialización en Administración de Empresas, conocimiento que después puso en práctica en una fundidora de aluminio que montó en asocio con su suegro para proveer materia prima a Imusa.
Así nació, hace 14 años, JC Ochoa Ltda. Los otros hijos de Ochoa, incluidos algunos de su segundo matrimonio, también se dedicaron al mismo negocio, pero en otras ciudades del país, como Medellín, Cali y Cartagena. Esta nueva generación, de la que forman parte Arias y su esposa, empezó a expandir las fronteras de la chatarra colombiana. Empezaron a buscar nuevos mercados en el exterior, indignados por los problemas de cartera que tenían en el país pues las empresas no eran puntuales con los pagos y los cheques casi siempre eran devueltos. Al mismo tiempo, JC Ochoa empezó a comprar otros residuos además de aluminio para recuperar bronces, cobres y otras chatarras que no se fundían. Comenzaron exportando acero inoxidable a Holanda, pero después fueron abriendo nuevos canales para los demás desechos.
Olfato chino
Aunque JC Ochoa lleva 10 años exportando, la gran oportunidad se empezó a vislumbrar a finales de los 90, cuando Arias se dio cuenta del potencial que representaba China por la creciente expansión de su economía. Descubrió que, por ejemplo, para 2001 la demanda de aluminio ascendería a 3,7 millones de toneladas, de las cuales 600.000 tenían que ser importadas. Para entonces, la empresa había estructurado una red de 500 proveedores. Se trata de chatarrerías medianas y pequeñas que a su vez se surten de los carretilleros y zorreros que recorren las calles recogiendo la materia prima. Se estima que por cada chatarrería hay 500 recuperadores que las surten. Entonces, Arias se puso en la tarea de contactar a los broker o grandes comercializadores de Estados Unidos, algunos por referencias, otros por medio de guías especializadas y por internet.
Cuando se dieron cuenta de que en el país había empresas organizadas y con mucho potencial para exportar chatarra, nos llovieron las ofertas. Y cuando nos llaman del exterior y nos preguntan cuánto tiene para vender y entre más tenga, más le pago, la expectativa del negocio cambia radicalmente», dice. Y en efecto, mientras que en Colombia un kilo de bronce se pagaba en 2001 a $3.000, en China costaba $6.000 o más. Los broker una vez confirman el envío de la mercancía al puerto, giran inmediatamente.
La organización
Luego vino el trabajo más complicado: organizar a los proveedores para poder cumplir todos los pedidos. «Al principio tuvimos muchos problemas porque los chatarreros no sabían qué eran facturas, IVA, DIAN o Registro Único Tributario (RUT), y si les tocábamos esos temas, salían corriendo y no querían volver a saber nada de la compañía.
Así que arrancamos asumiendo la retención en la fuente de todas las compras entre 1994 y 1996″, relata Arias. Ese año, la empresa se convirtió en la Comercializadora Internacional Mundo Metal, categoría que les otorgó algunos beneficios tributarios como la exención de la retefuente. Esto les permitió mejorar el precio de compra y aumentar volúmenes.
«Trabajamos con un gremio desorganizado pero al que hemos sabido llevar y ellos han sabido llevarnos a nosotros». De esta manera, este zootecnista de 33 años se convirtió en el principal exportador de cobre y aluminio del país, en especial hacia China donde canaliza el 70% de la chatarra que recupera en Bogotá y sus zonas aledañas. En promedio, está exportando 1.600 toneladas mensuales que cuestan US$1,6 millones y que representan el 60% de las exportaciones de chatarra colombiana. Arias sostiene que el margen no es muy grande, pero destaca el hecho de que con este negocio se han beneficiado unas 25.000 familias pobres que conforman esta cadena, las cuales, según él, mejoraron su calidad de vida.