Fue por allá a finales de los 90 cuando trabajaba como redactor de negocios en El Tiempo. LG me invitó, al igual que a varios periodistas de Latinoamérica, a conocer y recorrer sus plantas de producción en Corea del Sur. Estando allá, una de las marcas más importantes y emblemáticas de carros coreana se declaró en quiebra.

Se trataba de Kia.

La noticia tomó por sorpresa a todos en el país. Sin embargo, tras darse a conocer, en una semana centenares de coreanos salieron a comprar carros de la marca para salvar a la compañía, salvaguardar así el empleo de miles de trabajadores y el bienestar de sus familias. Adquirieron 47.000 vehículos.

De hecho, cuarenta organizaciones cívicas y de consumidores de Corea del Sur conformaron el ‘Consejo Unificado del Movimiento Popular’ para Salvar al Grupo Kia.

Luego se unieron a la causa más grupos cívicos, políticos, empleados, dirigentes sindicales y ciudadanos. Todos se movilizaron para ayudar a la empresa.

Pero eso no fue todo. Los presidentes de sus principales competidores: Hyundai y Daewoo, se ofrecieron para conformar un comité que luego se puso al frente de la operación de la compañía.

Y la salvaron.

¿Por qué se originó todo este movimiento para rescatar a Kia? Pues porque en Corea del Sur, a diferencia de lo que ocurre en Colombia, sus ciudadanos se sienten orgullosos de sus empresas, por lo cual la quiebra de Kia hirió el orgullo nacional.

Se imaginan a cuántas empresas colombianas hubiéramos podido salvar de la quiebra si todos hubiéramos puesto tan solo un granito de arena: ciudadanos, gobiernos (nacionales y locales), empresarios, banqueros, cooperativas, sindicatos, organizaciones cívicas, etc.

Pero la indiferencia nos agobia. Incluso en las redes sociales son muchos los que se alegran con la quiebra de empresas así sean colombianas o extranjeras. No les importa el futuro incierto de centenares de familias que dependan de ellas.

Y no hablo solo de las grandes empresas sino también de muchas pequeñas y medianas que son las que aportan el 80% de los empleos en Colombia.

Ya está demostrado que no basta con acogerse a la Ley de Quiebras para salvarse. No es suficiente. Y las cifras que acaba de revelar la Superintedencia de Sociedades asusta: 852 empresas se han acogido este año a este supuesto ‘salvavidas’, 600 de la cuales durante la presente pandemia.

Salvar empresas es salvar empleos, es proteger el bienestar de miles de familias, es garantizarles la alimentación, la salud y el estudio a miles de nuestros niños.

Por eso creo se deberían crear en las diferentes ciudades del país ‘Comités para salvar empresas’, conformados por diversos protagonistas de la vida laboral, empresarial, social administrativa (gobiernos locales y nacional) y política del país, entre otros.

Comités que como el ‘Consejo Unificado del Movimiento Popular’, que se creó para salvar a Kia, pueda generar alertas y acciones en tiempo real que permitan a las sociedades salir a rescatar empresas en problemas.   

Y en medio de estos procesos es posible que lleguen nuevos inversionistas o que las empresas cambien de dueños. O que los gobiernos locales tengan que contratar algunos de sus servicios o comprar por un periodo de tiempo algunos de sus productos o que tengamos que salir a comprar un par de zapatos o una camisa o un par de medias o contar por nuestras redes que determinada empresa necesita auxilio para que los que puedan pongan su granito de arena.

Abogados, contadores, asesores, periodistas, administradores y en fin muchos profesionales podrían aportan un poco de su tiempo en esta causa. Hay miles de maneras de ayudar a una empresa en problemas. Solo hay que ponerle voluntad y empujar entre todos para encontrar las soluciones en medio de los grandes problemas.

No se imaginan la satisfacción tan grande que significaría salvar una empresa, por pequeña que sea. Puede que suene a utopía, pero quizás algún día podamos sentir en Colombia la misma alegría que sintieron los coreanos cuando salvaron a Kia.